Paul Verlaine :
ARTE POÉTICA
Prefiere la música a toda otra cosa,
persigue la sílaba impar, imprecisa,
más ágil y más soluble en la brisa,
que libre de lastre– ni pesa ni posa.
Que vuestra palabra tenga un indeciso
y equívoco paso, si lo decidís.
Nada más hermoso que la canción gris,
donde lo indeciso se une a lo preciso.
Detrás de los velos, las miradas bellas.
En el mediodía, una luz que oscila.
Un cielo de otoño templado perfila
un confuso azul de claras estrellas.
Matiz, claroscuro, veladura sola.
Nada de color. Sólo los matices.
El matiz compone parejas felices
entre sueño y sueño, entre flauta y viola.
Aleja de ti la punta asesina,
la gracia cruel y el rictus de hielo,
que harían llorar los ojos del cielo
con todo ese ajo de mala cocina.
Coge la retórica y amordázala.
Sujeta la rima, y dale sentido
a esa carambola de vano sonido,
que, si la dejamos, ¿hasta dónde irá?
A negra, E blanca, Y roja, U verde, O azul: vocales,
algún día diré vuestro origen secreto;
A, negro corsé velludo de moscas relucientes
que se agitan en torno de fetideces crueles,
golfos de sombra; E, candor de nieblas y de tiendas,
lanzas de glaciar fiero, reyes blancos, escalofríos de umbrelas;
I, púrpura, sangre, esputo, reír de labios bellos
en cóleras terribles o embriagueces sensuales;
U, ciclos, vibraciones divinas de los mares verduscos,
paz de campo sembrado de animales, paz de arrugas
que la alquimia imprimió en las frentes profundas;
O supremo clarín de estridencias extrañas,
silencio atravesado de Angeles y de Mundos;
O, la Omega, el reflejo violeta de sus Ojos!
De Rimbaud dijo Verlaine:El hombre de suelas de viento. Es inútil perseguirlo. Tal es su velocidad que nadie lo alcanzará jamás. Ni yo lo pude alcanzar mediante el crimen.
Cuando se conocieron en 1871 Paul tenía veintisiete años y Arthur diecisiete. Pronto sintieron el uno por el otro una fuerte atracción sexual, a la que se unió la común pasión por la bebida, la poesía y los hombres. Formaron pronto una pareja empática aunque tormentosa. Mantuvieron una relación que rozaba el delirio y la pesadilla. Tomaban hachís, absenta y ajenjo para superar los límites de la razón, del bien y del mal, y de los prejuicios sociales de un mundo aburguesado, decadente y absurdo.
Al poco de llegar a París el provinciano Rimbaud se enemistó con todos los poetas parnasianos, que lo consideraron demasiado agreste. Un poeta llamado Attal se le acercó un buen día para enseñarle unos versos que tenía escrito y Arthur le respondió con un escupitajo. Las veladas en los cafés eran desastrosas. El niño prodigio se reveló como un pendenciero, un demente y un provocador.
No le cayó bien a nadie y sobre todo no le cayó bien a la familia de Paul, que lo veían como una mala influencia y como un rival. A la mujer de Paul, desde luego, no le faltaban razones.
Fue la de ellos una relación de amor y odio que terminó de manera trágica, como trágico fue también el final de sus vidas. En los dos años que duró la relación se hicieron daño mutuamente. Hubo maltratos, lágrimas, arrepentimientos, idas y venidas por distintas ciudades de Europa, escapadas que terminaban en regresos, escándalos que se hacían públicos, dolor y sobre todo mucha locura.
Es famoso el episodio de los tres disparos de Verlaine sobre Rimbaud. De ellos se puede colegir hasta qué punto se encontraba atrapado Paul por la atracción que ejercía sobre él el niño Arthur. Tampoco sería muy descabellado opinar que Paul Verlaine debió de ser un hombre débil y contradictorio, un ser indefenso y mimado, profundamente inestable, necesitado de la autoridad permanente de un ser fuerte que lo guiara, y sin embargo inconformista, receloso y con un gran deseo de independencia. Ocurrió en Bruselas en 1873. Paul había amenazado con suicidarse varios días antes, Mamá Verlaine acudió en ayuda de su hijo, y también Rimbaud, que respondía así a las súplicas de su amigo tras la última despedida. En cuanto se vieron juntos de nuevo comenzó el tormento. Alcohol, sexo y peleas. El final se resolvió con tres disparos, la mano herida de Arthur por una bala y una condena a dos años de trabajos forzados.
Sólo se volvieron a ver una vez más, en 1875 a la salida de Verlaine de la cárcel. Para entonces ya estaban acabados. Aquella noche la pasaron de farra trincándose una borrachera antológica y una formidable pelea a puñetazos que resolvió finalmente el caos de su angustiosa relación.
El final de sus vidas se ha escrito muchas veces. Merecerían formar parte de una gloriosa antología de la decadencia de las celebridades.
Arthur Rimbaud renunció a la poesía y no volvió a escribir más. Se convirtió en uno de esos extraños seres siempre perseguidos por su destino, fue un aventurero y un hombre de acción. Así demostró una vez más que cada pocos años parecía cansarse de ser quien era. Murió a los treinta y siete años de edad y con una sola pierna, entre tremendos dolores, como consecuencia de un tumor de hueso que se le declaró en la rodilla y avanzó por todo el cuerpo velozmente.
Paul Verlaine conoció la degradación progresiva de su talento y su persona. Murió completamente sólo a los cincuenta y dos años de edad, sifilítico, borracho y arruinado.
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