lunes, 26 de octubre de 2015

METAMORFOSIS : Eco y Narciso

Como os he comentado en clase, la editorial Vicens Vives, en su colección Clásicos adaptados, tiene una estupenda edición de esta obra de Ovidio. Tanto la adaptación de Agustín Sánchez Aguilar - con un estilo ágil y a la vez lírico, preciso y cautivador-  como las ilustraciones de Allan Lee -sugerentes, muy expresivas- hacen de esta propuesta de lectura un libro que merece la pena tener y - perdón por el tópico- , guardar como una joya.
A continuación tenéis uno de los mitos más conocidos, el de Eco y Narciso. Su fuente es el archivo en PDF que la editorial publica como muestra del libro.


ECO Y NARCISO
A Júpiter le encantaba coquetear con las ninfas. Algunos días, bajaba a los vergeles de la Arcadia sin más propósito que bromear con ellas y robarles un beso si se ofrecía la ocasión. Sin embargo, sabía muy bien  que su felicidad entrañaba un cierto peligro. Júpiter no olvidaba nunca
que, si su esposa lo descubría jugueteando con las ninfas, estallaría en un violento ataque de celos cuyas consecuencias podían ser horribles.
Un día, al llegar a la Arcadia, Júpiter le dijo a una de las ninfas:
—Ve en busca de Juno y háblale.
—¿Que le hable? ¿Y de qué?
—Tanto da. Lo que importa es que no se percate de que he venido aquí a pasar el rato…
La ninfa, que se llamaba Eco, cumplió el encargo a la perfección.
Desde entonces, cada vez que Júpiter aparecía por la Arcadia, Eco iba en busca de Juno y le hablaba sin parar. A la diosa le encantaba escucharla, pues Eco contaba las historias con una gracia infinita. Su parloteo incesante levantaba el ánimo y mataba las penas. Pero un día,
mientras Eco charlaba, Juno oyó de pronto las risotadas de Júpiter, y entonces comprendió el verdadero sentido de la cháchara de Eco. Loca de furia, Juno exclamó:
—¿De modo que vienes a embobarme con tu palabrería para encubrir a Júpiter? ¡Eres una traidora, Eco, y vas a pagar tu maldad al precio más alto! A partir de hoy, podrás parlotear todo lo que quieras, pero ni una sola de las palabras que digas será tuya.
Desde aquel día, en efecto, Eco se limitó a repetir las últimas palabras de lo que decían los demás. Cuando el pastor gritaba: «¡Viene el lobo! », Eco repetía: «¡El lobo, el lobo…!», y cuando los niños proclamaban desde la copa de los árboles: «¡El bosque es mío!», Eco murmuraba con falsa alegría: «¡Es mío, es mío, es mío…!». Su voz se convirtió en un simple espejo, roto y confuso, de las palabras ajenas. Eco ya no podía conversar con nadie, ni expresar sus sentimientos ni desahogar su alma. Se sentía tan avergonzada que se retiró a lo más hondo del bosque para que nadie pudiera verla.
Una mañana, descubrió entre los árboles a un joven cazador. Era, en verdad, un muchacho hermoso, y Eco no pudo resistir la tentación de espiarlo. Le encantaron sus ojos y sus manos, y el aire distinguido de su modo de andar. Al mirar a aquel joven, Eco notó una brecha de luz en las tinieblas de su alma. Aunque jamás había estado enamorada, reconoció al instante los síntomas del amor. Entonces más que nunca añoró el don de la palabra. Habría querido acercarse a aquel muchacho y confesarle lo que estaba sintiendo, pero su voz ya no servía para esas cosas… De repente, Eco pisó una rama seca, y el joven Narciso, alarmado por el chasquido, la descubrió entre los árboles.
—¿Quién eres? —le preguntó.
—Eres… —dijo Eco.
—¿Por qué me miras así?
—Así…
—¿Es que quieres decirme algo?
—Algo…
Eco se sintió tan impotente que decidió demostrar con hechos lo que no podía decir con palabras, así que se acercó a Narciso y lo abrazó con todas sus fuerzas. El joven quedó tan sorprendido que apartó a Eco de un empujón.
—¡Estás loca! —dijo—. ¡No vuelvas a tocarme!
Nadie podría describir lo que Eco sintió en aquel momento. El desdén de Narciso fue un zarpazo brutal que trastornó para siempre su castigado corazón. Abatida, Eco se refugió en una cueva, donde permaneció durante muchos días, con el dolor del alma en carne viva, lamentándose sin descanso de todos los bienes y alegrías que le estaba prohibiendo el destino. En realidad, Eco no fue la primera víctima de Narciso, ni habría de ser la última. Con su belleza sobrehumana, aquel muchacho despertaba pasiones en todas partes, y eran muchas las ninfas y doncellas que le habían declarado su amor. Narciso, sin embargo, las rechazaba a todas sin contemplaciones, con el desdén olímpico de quien nunca ha sentido pasión por nada. Bajo su rostro, demasiado hermoso, se escondía en realidad un corazón muy áspero. Eco, sin embargo, no podía aceptar que Narciso tuviera ningún defecto, así que justificaba su desdén y se culpaba a sí misma. Encerrada en el laberinto de su pena, del que le era imposible escapar, Eco dejó de comer y de dormir. Para ella, el amor no fue una suma sino una división, pues, en lugar de conquistar a Narciso, acabó por perderse a sí misma. Abandonada a la furia del dolor, se fue apagando poco a poco igual que un fuego que nadie alimenta. Su cuerpo entero se encogió como una flor marchita, y todo su ser acabó por consumirse. Sus manos y su boca, sus ojos y sus huesos se convirtieron en aire, y lo único que quedó de su persona fue su voz lastimera, que seguía repitiendo sin sentido las palabras que la gente decía por el bosque.
La tragedia de Eco desató la indignación de las otras ninfas que habían sido rechazadas por Narciso. Reunidas en un claro del bosque, decidieron pedir justicia. Fueron en busca de Némesis, la hija de la Noche, que es experta en la venganza y castiga a los hombres arrogantes. Cuando Némesis supo el desprecio con que Narciso trataba a sus pretendientes, sentenció con voz firme:
—Vuestra petición es justa. Os prometo que Narciso pagará muy pronto por todo el mal que ha causado.

 La venganza se cumplió un mediodía, cuando el calor entorpecía el pensamiento y calcinaba los campos. Narciso había estado cazando durante horas, y sentía en la garganta la irritación de la sed. Al pasar por una floresta, encontró una charca y decidió acercarse a beber. Cuando se inclinó junto a la orilla, no podía imaginar que su destino estaba a punto de cambiar para siempre. Desde que era muy niño, su madre le había prohibido que bebiera en las aguas estancadas.
Narciso había respetado siempre aquella precaución, sin preguntarse jamás por su sentido. Aquel día, sin embargo, sentía una sed tan acuciante* que olvidó por completo la advertencia de su madre. Al inclinarse en la charca, descubrió algo asombroso: en el fondo del agua, como un magnífico ahogado de ojos abiertos, había un muchacho que lo estaba mirando. Tenía la mirada verde y la piel pálida, y era más bello que la luz del sol. Narciso no comprendió entonces que se estaba viendo a sí mismo. Metió la mano en la charca para acariciar las mejillas de aquel extraño, pero, en cuanto sus dedos rozaron el agua, la cara se deshizo en una desbandada de ondas azules. Luego, la charca se serenó, y el rostro volvió a aparecer. Narciso se acercó entonces a besar al desconocido, pero su cara se esfumó de nuevo en la frescura expansiva de las ondas. Cuando el rostro regresó por segunda vez, Narciso comprendió al fin lo que estaba pasando… Notó que el desconocido parpadeaba al mismo tiempo que él, y que sus labios se acomodaban al ritmo de su sonrisa. Entonces ya no tuvo dudas: aquel muchacho de ojos verdes y nariz bien perfilada, de piel radiante y labios purísimos era el propio Narciso.
Casi al instante, una ninfa pasó junto a la charca. Conocía la historia de Narciso, y se sobresaltó al verlo cara al agua. Alarmada por la situación, salió corriendo en busca de la madre del muchacho.
—¡Ve a la charca, Liríope —le advirtió—, porque tu hijo se está mirando en el agua!
La ninfa Liríope se sintió al borde de la muerte. Llevaba años temiendo aquel momento. Mientras corría hacia la charca, un reguero de lágrimas resbalaba por sus mejillas. Desde su misma niñez, Narciso había hechizado a todo el mundo con su belleza. Las ninfas se acercaban a verlo, los sátiros del bosque envidiaban el verde intenso de sus ojos, e incluso los pájaros se posaban en las ramas para admirar la hermosura cautivadora de aquel niño excepcional. Liríope, en cambio, se sentía atormentada por la angustia, pues estaba convencida de que las grandes bellezas acarrean siempre grandes desgracias. Algunas noches se despertaba sudando, con el corazón alborotado y los ojos bañados en lágrimas, estremecida por el presagio de que su hijo iba a morir muy joven.
Cuando Narciso cumplió dos años, Liríope fue a ver al anciano Tiresias, el adivino de Tebas, y lo puso al corriente de su inquietud.
—Tengo un mal presentimiento que no me deja vivir —le dijo—. Tú que conoces el futuro, sabio Tiresias, dime si mi hijo tendrá una vida larga.
Tiresias, que era ciego, trató de ver a Narciso con las manos. Le palpó la frente y las mejillas, el arco de las cejas y el perfil de la nariz, la curva de los labios y el hueco del mentón. Luego, respiró hondo como si quisiera capturar todo el aire que rodeaba a aquel niño tan bello, y contestó con mucha seriedad:
—Tu hijo puede llegar a viejo, pero tan sólo si respeta una condición.
—Dime de qué se trata y haré que se cumpla —replicó Liríope.
—Si quieres que tu hijo tenga una vida larga —concluyó Tiresias—, no permitas jamás que se vea a sí mismo.

Durante años, Liríope mantuvo a su hijo apartado de ríos y arroyos, para que no pudiera verse reflejado en el agua. Cuando el muchacho empezó a recorrer el bosque a solas, lo convenció para que no se acercara a los estanques ni a las charcas, así que Narciso llegó a los dieciséis años sin haber visto jamás su propio rostro. Pero aquella sana ignorancia acababa de tocar a su fin. Cuando Liríope llegó a la charca, Narciso seguía frente al agua, ensimismado en la contemplación de su propia belleza. Liríope lo agarró por el brazo y le suplicó que se levantase, pero Narciso ni se movió ni despegó los labios. Todo lo que ocurría a su alrededor había dejado de interesarle. Lo único que le importaba en la vida era aquel rostro perfecto que se reflejaba en el espejo del agua mansa.
Desde aquel día, Narciso no hizo otra cosa más que adorar su propia imagen. Dejó de comer, dejó de dormir, y ni siquiera se atrevió a beber agua, por miedo a deshacer la hermosura que lo tenía cautivado. Así, insensible a todo salvo a su propia belleza, se fue acercando a la muerte. Un día, ya en el límite de sus fuerzas, susurró con voz resignada:
—Mi amor es inútil…
Entonces la ninfa Eco, que, aunque invisible, permanecía a todas horas junto a Narciso, repitió con voz muy triste:
—Mi amor es inútil…
Cuando Narciso murió, las ninfas que habían pedido venganza a Némesis fueron a buscarlo para incinerar su cuerpo, pero no lograron encontrar el cadáver.

 Y es que, al morir, Narciso se había transformado en una flor de intenso perfume que brota desde entonces junto a la charca todas las primaveras. Se llama narciso, y tiene el aire contemplativo y orgulloso de los hombres que sólo se quieren a sí mismos.

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El episodio de Narciso es uno de los más bellos, desde el punto de vista estrictamente literario. Ovidio fue el primero en combinar las historias de Eco y Narciso, y relacionarla con la anterior historia del vidente-ciego Tiresias.

A continuación tenéis algunas pinturas inspiradas en estos personajes. Tratad de averiguar sus autores. Luego elegid una de ellas y haced una descripción de la misma.














martes, 2 de junio de 2015

La narrativa hispanoamericana en la segunda mitad del siglo XX


La narrativa hispanoamericana en la segunda mitad del siglo XX
  
Introducción.

 La primera mitad del siglo XX se caracteriza por la presencia de la corriente denominada “realismo tradicional” (novela regionalista, cuento criollo, novela de la revolución mejicana, novela indigenista) fundada en la creencia de que es posible representar una realidad percibida como objetiva con un propósito testimonial y crítico (Jorge Icaza: Huasipungo; Rómulo Gallegos: Doña Bárbara; Ricardo Güiraldes: Don Segundo Sombra.

La narrativa hispanoamericana, en la segunda mitad del siglo XX, no está arraigada en la tradición de la novela española clásica, realista o anterior a la guerra civil, sino que muestra una gran sensibilidad hacia esa trasformación que se conoce como metamorfosis de la novela, y que sucede por obra de grandes autores europeos y norteamericanos de principios del siglo XX: Joyce, Kafka, Proust, Faulkner… Por consiguiente, se puede calificar de “novela experimental”. Expresa un mundo de unas dimensiones muy distintas a las europeas, para el que los límites de la realidad difieren bastante de los habituales para nosotros.
 Su auge viene marcado por dos momentos determinantes en su desarrollo: el surgimiento innovador del “realismo mágico y la consolidación de esas innovaciones a través de “los autores del boom”.
  1. LA RENOVACIÓN DE LA NARRATIVA HISPANOAMERICANA: REALISMO MÁGICO (1940-1960): tendencia narrativa que integra lo maravilloso en el universo narrativo sin que produzca extrañeza o se perciba como opuesto o distinto a lo real.
A partir de 1940 la novela y el cuento hispanoamericano acogen nuevos temas y emplean novedosas técnicas narrativas que desplazan al realismo tradicional. En principio, no abandonan los temas políticos, sociales e indigenistas pero incorporan temas existencialistas , temas metaliterarios y, sobre todo, la fantasía (la razón no es suficiente para dar cuenta de la realidad. Las historias incorporan lo mágico, lo maravilloso, lo misterioso, lo inexplicable o lo irracional como otras parcelas de lo real, que no solo es admisible, sino habitual).
Los narradores de estos años (1940-1960) asimilan géneros y modos de narrar     procedentes de la literatura clásica, la literatura contemporánea europea y la estadounidense.
Acompañan estas innovaciones con un estilo muy elaborado, caracterizado por su exuberancia verbal y la belleza descriptiva. Existe una preocupación formal en la construcción de las novelas y cuentos.
Los autores más significativos de esta renovación son:
  • El guatemalteco Miguel Ángel Asturias, cuya obra más relevante, El señor presidente, retrata las dictaduras hispanoamericanas en una novela llena de elementos caricaturescos, irónicos y surrealistas, y con una presencia casi continua de lo irreal y lo onírico.
  • El cubano Alejo Carpentier, en quien se  combinan la real maravilla de la naturaleza americana y el barroquismo en la expresión, como se puede ver en obras como El siglo de las luces y El reino de este mundo.
  • Jorge Luis Borges es una de las figuras más importantes de la literatura universal. Su creación narrativa se compone de relatos cortos. Algunos libros de cuentos son: Ficciones, El Aleph, etc. Los relatos tienden a ser juegos imaginativos que ponen al lector ante insólitos ejercicios intelectuales. El objetivo del autor es plantearnos problemas de carácter metafísico. Entre los temas encontramos: el tema de la identidad, el tiempo cíclico o circular; la presencia de laberintos que simbolizan el universo; las bibliotecas, que representan la imposibilidad del conocimiento; los espejos como imagen del desdoblamiento en la personalidad del hombre; los ríos que simbolizan el tiempo que fluye; y, por último, la muerte, como final o principio de ese mundo cíclico e ilusorio.
  • Juan Rulfo, su producción es brevísima, se reduce a una colección de cuentos titulada El llano en llamas  y a la novela Pedro Páramo. Las características formales de esta novela son: el desarrollo no lineal de la narración, con recuerdos que fluyen de un modo desordenado; la combinación de varias perspectivas; y la mezcla del lenguaje culto con el popular.
  1. EL BOOM DE LA NOVELA HISPANOAMERICANA (1960-1980)
La década de los sesenta supone para la novela hispanoamericana una etapa de máximo esplendor con obras como La ciudad y los perros de Vargas Llosa, Cien años de soledad  de García Márquez, o Rayuela de Julio Cortázar. A esto se añade la gran difusión internacional y el éxito editorial. Este fenómeno literario se conoce como el boom de la novela hispanoamericana. Existe un mayor interés por los espacios urbanos. Prosigue el realismo mágico. Tendencia a la experimentación formal y a la narración discursiva.
Estos novelistas consolidan la línea renovadora iniciada por los autores de la etapa anterior. Por lo general, tienden a la novedad respecto a la forma y a la fidelidad respecto al tema: la realidad hispanoamericana vista desde perspectivas distintas. Los enfoques narrativos son variados: se pueden encontrar novelas realistas, pero son muy habituales las narraciones en las que se mezclan elementos reales y sucesos fantásticos que difuminan los límites entre la realidad y la ficción.
Las principales características de esta novela son:
  • La ruptura del tiempo y el espacio, que desintegra la estructura narrativa. Se rompe la linealidad temporal por medio de recursos como la inversión temporal, las historias paralelas o intercaladas, los saltos temporales o el caos temporal
  • La variedad en la perspectiva, con la combinación de distintas personas narrativas
  • La diversidad y mezcla de estilos: directo, indirecto libre, monólogo interior
  • La mezcla de lo real y lo mítico
  • La combinación de registros idiomáticos y la creación de términos nuevos (propensión al neologismo, que en un autor como Cortázar llega a convertirse en un idioma que el denomina gíglico en Rayuela)
  • La participación activa del lector
Los autores más representativos son:
  • JULIO CORTÁZAR: En general, tanto en sus cuentos como en sus novelas, hay una búsqueda existencial, un ansia de autenticidad, de libertad y de pureza. Es autor de Rayuela, una de las obras centrales del boom (los capítulos pueden ser leídos de diversas formas; con ello pretende expresar el azar y el caos de nuestra vida y también la relación entre el artista y su obra) Otro título: Historias de cronopios y de famas
  • ERNESTO SÁBATO: Desde una perspectiva existencialista y psicoanalítica, sus novelas son “una indagación en las honduras del espíritu humano, en las fronteras de la locura y la lucidez, en las razones del mal, en la importancia de lo intuitivo y lo irracional, en los enigmas de la existencia”. Ej.: El túnel.
  • GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ: La novela que lo catapultó a la fama fue Cien años de soledad, una de las más representativas del realismo mágico y que resume simbólicamente la evolución sociopolítica del continente. En ella narra la saga de la familia Buendía a través de distintas generaciones hasta su extinción. La historia transcurre en Macondo, ciudad ficticia, símbolo de Colombia y de la América hispana. El deslumbrante lenguaje poético de la narración oscila entre lo épico y lo trágico, lo hiperbólico y lo paródico. El tratamiento circular del tiempo da a entender que todo lo que ha sucedido volverá a suceder de manera fatal. La vida, el amor, las pasiones incestuosas, la frustración, la muerte, la magia, la naturaleza y los conflictos político-sociales son los grandes temas de una novela que guarda un evidente paralelismo con La Biblia.
            Otras obras: El coronel no tiene quien le escriba, Cien años de soledad, Crónica de una  muerte  anunciada, El amor en los tiempos del cólera...
  • MARIO VARGAS LLOSA: Gran admirador de Flaubert- especialmente de Madame Bovary sobre la que ha escrito el ensayo La orgía perpetua - este peruano saltó a la fama con La ciudad y los perros (el mundo cerrado de un colegio militar, exaltación de la violencia y del machismo, presencia del monólogo interior del fluir de la conciencia, multiplicidad de puntos de vista, etc.) Su producción es muy extensa: La fiesta del chivo, Conversación en la catedral, Los cuadernos de Don Rigoberto, travesuras de la niña mala… (Al igual que García Márquez, fue galardonado con el Premio Nobel.
  •  
  • Otros autores son: AUGUSTO ROA BASTOS, cuya narrativa  gira alrededor de la realidad de su país y de las condiciones de vida de su gente (injusticias flagrantes, los aspectos maléficos del poder, el dictador, etc.). Yo el supremo, Hijo de hombre; JUAN CARLOS ONETTI: La vida breve, El astillero; MARIO BENEDETTI: Primavera con una esquina rota; CARLOS FUENTES: La muerte de Artemio Cruz.
  1. ÚLTIMOS NOVELISTAS (1980-2012)
La riqueza y variedad de la narrativa hispanoamericana no se ha detenido en los últimos años. Los autores mencionados y muchos otros son autores con una obra amplia y de gran calidad que, en muchos casos, continúa desarrollándose. Por otro lado, han surgido nuevos autores en todos los países y algunos han alcanzado una gran difusión internacional.  Esta etapa viene marcada por la variedad de tendencias, el abandono de la experimentación con una escritura lineal y transparente.
  • ISABEL ALLENDE: La casa de los espíritus
  • ROBERTO BOLAÑO: Los detectives salvajes
  • LAURA ESQUIVEL: Como agua para chocolate
  • CABRERA INFANTE, ECHENIQUE, MONTERROSO, EDUARDO GALEANO (fallecido recientemente)…

domingo, 12 de abril de 2015

Bartleby, el escribiente

Si os encontráis ociosos en estos últimos días de vacaciones, os recomiendo la lectura del cuento "Bartleby the Scrivener. A Story of Wall Street" , del escritor estadounidense Herman Melville (conocido, especialmente, por Moby-Dick).
Podéis decirme "Preferiría no hacerlo" y podéis no hacerlo pero os estarías perdiendo una lectura que , seguro, no os dejará indiferentes.
El texto fue publicado en 1853 con escaso éxito entre críticos y lectores; hoy, sin embargo, es considerado como un clásico de la narrativa breve  y en algún aspecto nos recuerda -  anticipándolos- temas que luego veremos en Kafka.


Lo encontraréis en el enlace siguiente a Ciudad Seva:  Bartleby, el escribiente

Madame Bovary

Son innumerables los temas que aparecen en Madame Bovary. Se podría decir que el sexo, el destino, o simplemente la vida rural (Flaubert afirmó a Colet que quería realizar una novela sobre “nada”, sólo sobre la vida) son los temas principales, pero no. El principal motivo, la causa que mueve y desencadena la obra es la insatisfacción de Emma provocada por la idealización de la vida. La novela narra los intentos de la mujer por alcanzar algo imposible para ella, que conllevará la destrucción.
La obra, publicada en 1857, fue un auténtico escándalo, siendo llevada a juicio por la inmoralidad de los temas tratados. Pese a todo, llama la atención el “paso de puntillas”  que hace Flaubert sobre lo sexual, dejando que la mente del lector imagine y piense lo que quiera.
La señora Bovary
Última versión llevada a cabo por María Teresa Gallego
Editorial Alba
El lenguaje de la obra es excepcional, denotativo y perfectamente buscado. El autor llegó a reescribir hasta diez veces algún fragmento, para conseguir, además de una perfecta realización literaria, ritmo y musicalidad, convirtiendo la narrativa casi en poesía. A esto hay que añadir la complejidad de algunas escenas de diálogos cruzados (contrapuntos) y magníficas descripciones en las que poco a poco se ve el objetivo fundamental de criticar la condición de la burguesía, pese a tratarse de una obra realista (Flaubert admitió que “describir es venganza”).
“Madame Bovary” fue la primera gran novela de la historia, siempre después del Quijote, en la que se inspiró Flaubert. Sentó las bases del género, así como nuevas técnicas narrativas y descriptivas. El francés fue innovador en aspectos del lenguaje, narrador y estructura.
El principal elemento novedoso que aparece en Madame Bovary es el conocido como “estilo indirecto libre”, es decir, la intrusión de personajes y sus pensamientos dentro del discurso pronunciado por el narrador. Con esto, la fría presencia del narrador se desvanece, para fundirse con la sensibilidad y realismo de los personajes.

Esta técnica, que hace variar los tiempos verbales, los registros e incluso crear contrastes radicales de ideas es algo que los lectores actuales tenemos interiorizado y apenas distinguimos, pero en el momento de su publicación, y al encontrarnos en pleno periodo realista, supuso una revolución literaria, y un cambio de perspectiva a la hora de entender el papel, tanto del narrador, como del propio lector.

miércoles, 8 de abril de 2015

Preparando Baudelaire

En el siguiente enlace encontraréis algunos de los poemas que iremos comentando. Como  empezaremos a la vuelta de Pascua y pronto estaréis agobiados por la proximidad del final del curso, conviene que tengáis preparados al menos los cinco primeros ( en el caso de el poema "Al lector" , tan solo, para sacar unas primeras impresiones del libro)

Selección de poemas de Baudelaire

miércoles, 1 de abril de 2015

Nueva edición de " Las flores del mal"

El 17 de diciembre del año pasado el diario El País comentaba la publicación de una nueva edición deLas flores del mal (traducción de Manuel J. Santayana, editorial Vaso Roto) . Reproduzco aquí el artículo de Winston Manrique Sabogal. 

METIDOS EN EL JARDÍN DE "LAS FLORES DEL MAL"

“Vengas tu del infierno o del cielo, ¿qué importa,
¡Belleza!, monstruo enorme e ingenuo, mas temido, 
si tus ojos, tu risa, tu pie, me abren la puerta 
de un infinito que amo y que nunca he conocido?”.

 Ese es. Ahí está parte del corazón de Charles Baudelaire en Las flores del mal . Poemas preñados de fervor y furia bajo la luminosa oscuridad del amor y del deseo. Baudelaire (1821-1867) se convierte en un asaltador de la belleza donde los demás no la ven, o la penalizan, o la mezquinan, o la destierran. Un libro con 126 poemas publicado en 1857 y en 1861 que cerró el romanticismo y abrió el modernismo que acaba de ver una nueva y arriesgada traducción bilingüe en la editorial Vaso Roto, a cargo de Manuel J. Santayana. Ha apostado por una traducción que busca no solo el ritmo sino la endiablada métrica original.
Antes que Santayana, lo hicieron a su manera Antonio Martínez Sarrión, Luis Martínez de Merlo, Pedro Provencio y Enrique López Castellón. Ellos saben lo que es, de verdad, entrar en ese jardín literario dionisiaco y apolíneo a la vez, para sacarlo del francés al insuflarle nueva vida en español. Conocen senderos-latidos de Baudelaire como:

“Y tu cuerpo se estira y se ladea
cual frágil navecilla
 que hunde sus palos bajo la marea
 cuando roza la orilla”.
 O
“Tu mano roza en vano mi pecho que se arroba;
lo que ella busca, amiga, es sitio que ha saqueado
 la mujer con sus garras y sus dientes de loba.
 No hay corazón; las bestias ya lo han devorado”.


Sentidos baudelaireanos que confrontan al ser humano con su naturaleza para descubrirle las cosas que piensa y desea sin saberlo. Aún. O que centellea lo que en cada uno aguarda agazapado y anhelante para hacerse visible.
El último en revivirlo ha sido Manuel J. Santayana. Entró en Las flores del mal allá por 1974, ya en el exilio en Estados Unidos, con su francés precario. Leyó diversas y autorizadas ediciones francesas críticas: “Durante muchos años abandoné el proyecto, pero en el 2012 regresó el impulso, tras una intensa relectura de la obra completa, y me di a la tarea trabajando, como dice un octosílabo de mi venerado Alfonso Reyes, ‘a hurtos de la labor”.
Entrar en ese jardín, recuerda el traductor, es dialogar con un espíritu incomparable: “acceder al horror, a la admiración y a la piedad. Y a un fervor y una fe en la poesía más allá de toda vanidad”. La aportación del maestro francés es su “ejemplo de exactitud formal para desnudar los abismos de la conciencia humana y revelar —poéticamente— la complejidad de la inteligencia, la sensibilidad y la imaginación de un ser humano, sus perplejidades y contradicciones”.
Lo más complicado de trasladar esos bordes del precipicio, reconoce Santayana, son las dificultades del rigor: “sintácticas, silábicas, métricas. Vencerlas depende de las aptitudes que el traductor ponga al servicio de su objetivo”. De elegir un poema, él se queda con Recogimiento, entre los breves:

“Se juiciosa, oh mi pena, y a la calma ya vuelve.
Pedías el Ocaso; ya desciende, aquí llega;
 una atmósfera oscura a la ciudad envuelve,
 y a unos trae la paz que a los otros les niega”. 

Y entre los más largos elige, El viaje, uno de cuyos pasajes aclara:


“Pero viajeros solo son aquellos que parten
por partir; corazones como globos, ligeros,
 sin que de un fatal sino ellos jamás se aparten,
 y siempre: ¡vamos! A ignotos derroteros”.

El viaje de Enrique López Castellón por el territorio Baudelaire empezó con los años noventa con una traducción literal en bolsillo para Busma. Siguió recorriendo lento sus caminos y su biografía y su época, hasta que empezó a preparar una nueva traducción para la editorial Abada en 2012. “Quería mantener la métrica, pero no el ritmo, porque es imposible. Es un jardín muy complicado porque Baudelaire expresa nuevas sensaciones del hombre moderno en lenguaje popular, corriente o ramplón, y poetiza el lenguaje periodístico que al verterlo resulta difícil. Su estética es revolucionaria”. Ahí está, dice, el arranque de su inolvidable El balcón:

“¡Madre de los recuerdos, la amante más querida,
Tú, mis placeres todos! ¡Tú, todos mis deberes!
 Te acordarás de cada caricia compartida,
 del hogar, del hechizo de los atardeceres,
 ¡madre de los recuerdos, la amante más querida!”.

Hace cuarenta años este poeta maldito empezó a llegar con gozosa claridad a España. Y quien decidió darlo a conocer en serio fue Antonio Martínez Sarrión. Lo hizo para desagraviarlo. Un día de 1974 Sarrión entró a una librería, cogió un tomo de Las flores del mal, de editorial Río Nuevo, y quedó consternado “ante esa traducción infame”. Fue a casa, abrió una edición en francés al azar y tradujo tres poemas que en 1975 publicó en la revista La ilustración poética española e iberoamericana, en la que él colaboraba junto a José Esteban y Jesús Munárriz. El poeta Gil de Biedma y el editor Carlos Barral leyeron los poemas y le dijeron que tenía que traducir todas Las flores del mal.

Dos años después, en 1977, La Gaya Ciencia publicó su versión con tal éxito que se agotó y se convirtió en referencia. Después, Javier Pradera, editor de Alianza, le dijo que le gustaría publicar el libro. Sarrión aceptó y eligió hacerlo en formato bolsillo, “porque al ser más barata todos podrían leer a Baudelaire”. Llegó a librerías en 1982. La última apareció en 2012, después de 22 ediciones y más de 60.000 ejemplares vendidos, “revisada y con algunos ajustes”. Lo hizo a petición del editor. Sarrión, con 73 años, pensó que estaría bien hacerlo “antes de desaparecer de este mundo”.
Mientras, Baudelaire le susurra: “Haces bien en ocuparte de mis flores; que te paguen lo que a mí no me pagaron”. De ese jardín prefiere Una que pasaba, en cuya tercera estrofa muchos se ven y se han preguntado sin saberlo:

“Un fulgor… ¡y la noche! Fugitiva beldad,
cuyo mirar me ha hecho nacer una vez más,

 ¿no te veré ya nunca, sino en la eternidad?”.



miércoles, 25 de marzo de 2015

Flaubert: Cartas a Louise Colet.

Como esta  mañana hablábamos de las cartas de Flaubert a Louise Colet, os dejo aquí algún ejemplo de las mismas. Corresponden al periodo comprendido entre los años 1846 - 1855 , tiempo en que el autor escribió Madame Bovary.


El éxito y la gloria:
 Croisset, 16 de octubre de 1846.
 No, no desprecio la gloria; no se desprecia lo que no se puede alcanzar. Ante esa palabra mi corazón ha vibrado más que otros. Antes pasé largas horas soñando con triunfos asombrosos para mí, cuyos clamores me hacían estremecerme como si ya los hubiese oído. Pero no sé por qué, una mañana me desperté desembarazado de aquel deseo, incluso más enteramente que si hubiera sido satisfecho. Entonces me vi más pequeño, y dediqué toda mi razón a observar mi naturaleza, su fondo, y sobre todo sus límites. Los poetas que admiraba no me parecieron entonces sino más grandes, al estar más alejados de mí, y gocé, con la buena fe de mi corazón, de la humildad que a otro le habría hecho reventar de rabia. Cuando uno vale algo, buscar el éxito es estropearse sin motivo, y buscar la gloria es quizá perderse completamente. Pues hay dos clases de poetas. Los más grandes, los raros, los auténticos maestros, resumen la humanidad; sin preocuparse de sí mismos ni de sus propias pasiones, dando al traste con su personalidad para absorberse en las de los demás, reproducen el universo, que se refleja en sus obras, resplandeciente, variado, múltiple, como un cielo entero que se refleja en el mar con todas sus estrellas y todo su azul. Hay otros que no tienen más que gritar para ser armoniosos, llorar para enternecer y ocuparse de sí mismos para seguir siendo eternos. Quizá no habrían podido ir más lejos haciendo otra cosa; pero, a falta de amplitud, tienen ardor y elocuencia, de manera que si hubiesen nacido con temperamentos distintos, quizá habrían carecido de genio. Byron era de esa familia; Shakespeare de la otra. En efecto, ¿quién me dirá lo que Shakespeare amó, lo que odió, lo que sintió? Es un coloso que espanta; cuesta creer que fuera un hombre. Pues bien, la gloria la queremos pura, auténtica, sólida como la de esos semidioses; nos alzamos y nos empinamos para llegar hasta ellos; recortamos del talento propio las ingenuidades caprichosas y las fantasías instintivas, para hacerlas entrar en un tipo convenido, en un molde prefabricado. O bien, otras veces tenemos la vanidad de creer que basta, como a Montaigne y a Byron, con decir lo que pensamos y lo que sentimos para crear cosas bellas. Esta última actitud es quizá la más prudente para las personas originales, pues con frecuencia tendríamos muchas más cualidades si no las buscásemos, y cualquier hombre que supiera escribir correctamente crearía un libro soberbio al redactar sus Memorias, si las expusiera con sinceridad y de manera completa. Así pues, volviendo a mí, no me vi ni lo bastante alto como para crear auténticas obras de arte, ni lo bastante excéntrico para llenarlas solamente de mí mismo. Y como no tengo la habilidad necesaria para procurarme el éxito, ni genio para conquistar la gloria, me condené a escribir para mí solo, para mi propia distracción personal, igual que se fuma y se monta a caballo. Es casi seguro que no mandaré imprimir ni una línea, y mis sobrinos (digo sobrinos en sentido propio, pues no quiero más posteridad familiar que de la otra, con la que no cuento) harán probablemente tricornios de papel para sus niños con mis novelas fantásticas, y usarán como pantalla para las velas de su cocina los cuentos orientales, dramas, misterios, etc., y otras pamplinas que yo escribo con toda seriedad en hermoso papel blanco. Aquí está, querida Louise, de una vez por todas, el fondo de lo que pienso sobre este asunto y sobre mí mismo.
  Escribir:

 16 de noviembre de 1852.
(…)
 Se escribe con la cabeza. Si el corazón la calienta, mejor; pero no hay que decirlo. Debe ser un horno invisible, y así evitamos divertir al público con nosotros mismos, cosa que encuentro repugnante o demasiado ingenua, y la personalidad de escritor, que empequeñece siempre una obra.
 15 de enero de 1853.
 (…)Tardé cinco días en escribir una página la semana pasada, y para eso lo había dejado todo: griego, inglés…; no hacía más que eso. Lo que me atormenta en mi libro es el elemento entretenido, que resulta mediocre. Faltan hechos. Yo sostengo que las ideas son hechosEs más difícil interesar con ellas, ya sé, pero entonces la culpa es del estilo. Así, ahora tengo cincuenta páginas seguidas en que no hay ni un acontecimiento: es el panorama continuo de una vida burguesa y de un amor inactivo, amor tanto más difícil de describir cuanto que es a la vez íntimo y profundo; pero, ay, sin desmelenamientos internos, pues mi caballero es de naturaleza tibia. Ya he tenido algo análogo en la primera parte. Mi marido ama a su mujer de manera parecida a como lo hace mi amante. Son dos mediocridades en el mismo ambiente, y que no obstante es preciso diferenciar. Si sale bien, creo que resultará excelente, pues es pintar color sobre color, sin ningún tono contrastado (cosa que es más fácil). Pero temo que todas estas sutilezas aburran, y que el lector prefiera ver más movimiento. En fin, hay que hacer las cosas como se han planeado. Si quisiera poner acción, obraría en virtud de un sistema, y lo estropearía todo. Hay que cantar con el propio registro de voz; y la mía nunca será dramática ni atractiva. Estoy convencido, por lo demás, que todo es cuestión de estilo, o más bien de carácter, de aspecto.

jueves, 5 de marzo de 2015

Aquí os dejo la conocida obra de E.A. Poe, "El cuervo". No he logrado averiguar de quien es la traducción, pero os pongo la fuente por si queréis consultarla:

Fuente: http://www.literatura.us/idiomas/eap_cuervo.html

"Una vez, al filo de una lúgubre media noche,
mientras débil y cansado, en tristes reflexiones embebido,
inclinado sobre un viejo y raro libro de olvidada ciencia,
cabeceando, casi dormido,
oyóse de súbito un leve golpe,
como si suavemente tocaran,
tocaran a la puerta de mi cuarto.
“Es —dije musitando— un visitante
tocando quedo a la puerta de mi cuarto.
Eso es todo, y nada más.”

¡Ah! aquel lúcido recuerdo
de un gélido diciembre;
espectros de brasas moribundas
reflejadas en el suelo;
angustia del deseo del nuevo día;
en vano encareciendo a mis libros
dieran tregua a mi dolor.
Dolor por la pérdida de Leonora, la única,
virgen radiante, Leonora por los ángeles llamada.
Aquí ya sin nombre, para siempre.

Y el crujir triste, vago, escalofriante
de la seda de las cortinas rojas
llenábame de fantásticos terrores
jamás antes sentidos.  Y ahora aquí, en pie,
acallando el latido de mi corazón,
vuelvo a repetir:
“Es un visitante a la puerta de mi cuarto
queriendo entrar. Algún visitante
que a deshora a mi cuarto quiere entrar.
Eso es todo, y nada más.”

Ahora, mi ánimo cobraba bríos,
y ya sin titubeos:
“Señor —dije— o señora, en verdad vuestro perdón
imploro,
mas el caso es que, adormilado
cuando vinisteis a tocar quedamente,
tan quedo vinisteis a llamar,
a llamar a la puerta de mi cuarto,
que apenas pude creer que os oía.”
Y entonces abrí de par en par la puerta:
Oscuridad, y nada más.

Escrutando hondo en aquella negrura
permanecí largo rato, atónito, temeroso,
dudando, soñando sueños que ningún mortal
se haya atrevido jamás a soñar.
Mas en el silencio insondable la quietud callaba,
y la única palabra ahí proferida
era el balbuceo de un nombre: “¿Leonora?”
Lo pronuncié en un susurro, y el eco
lo devolvió en un murmullo: “¡Leonora!”
Apenas esto fue, y nada más.

Vuelto a mi cuarto, mi alma toda,
toda mi alma abrasándose dentro de mí,
no tardé en oír de nuevo tocar con mayor fuerza.
“Ciertamente —me dije—, ciertamente
algo sucede en la reja de mi ventana.
Dejad, pues, que vea lo que sucede allí,
y así penetrar pueda en el misterio.
Dejad que a mi corazón llegue un momento el silencio,
y así penetrar pueda en el misterio.”
¡Es el viento, y nada más!

De un golpe abrí la puerta,
y con suave batir de alas, entró
un majestuoso cuervo
de los santos días idos.
Sin asomos de reverencia,
ni un instante quedo;
y con aires de gran señor o de gran dama
fue a posarse en el busto de Palas,
sobre el dintel de mi puerta.
Posado, inmóvil, y nada más.

Entonces, este pájaro de ébano
cambió mis tristes fantasías en una sonrisa
con el grave y severo decoro
del aspecto de que se revestía.
“Aun con tu cresta cercenada y mocha —le dije—,
no serás un cobarde,
hórrido cuervo vetusto y amenazador.
Evadido de la ribera nocturna.
¡Dime cuál es tu nombre en la ribera de la Noche Plutónica!”
Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”

Cuánto me asombró que pájaro tan desgarbado
pudiera hablar tan claramente;
aunque poco significaba su respuesta.
Poco pertinente era. Pues no podemos
sino concordar en que ningún ser humano
ha sido antes bendecido con la visión de un pájaro
posado sobre el dintel de su puerta,
pájaro o bestia, posado en el busto esculpido
de Palas en el dintel de su puerta
con semejante nombre: “Nunca más.”

Mas el Cuervo, posado solitario en el sereno busto.
las palabras pronunció, como virtiendo
su alma sólo en esas palabras.
Nada más dijo entonces;
no movió ni una pluma.
Y entonces yo me dije, apenas murmurando:
“Otros amigos se han ido antes;
mañana él también me dejará,
como me abandonaron mis esperanzas.”
Y entonces dijo el pájaro: “Nunca más.”

Sobrecogido al romper el silencio
tan idóneas palabras,
“sin duda —pensé—, sin duda lo que dice
es todo lo que sabe, su solo repertorio, aprendido
de un amo infortunado a quien desastre impío
persiguió, acosó sin dar tregua
hasta que su cantinela sólo tuvo un sentido,
hasta que las endechas de su esperanza
llevaron sólo esa carga melancólica
de ‘Nunca, nunca más’.”

Mas el Cuervo arrancó todavía
de mis tristes fantasías una sonrisa;
acerqué un mullido asiento
frente al pájaro, el busto y la puerta;
y entonces, hundiéndome en el terciopelo,
empecé a enlazar una fantasía con otra,
pensando en lo que este ominoso pájaro de antaño,
lo que este torvo, desgarbado, hórrido,
flaco y ominoso pájaro de antaño
quería decir granzando: “Nunca más.”

En esto cavilaba, sentado, sin pronunciar palabra,
frente al ave cuyos ojos, como-tizones encendidos,
quemaban hasta el fondo de mi pecho.
Esto y más, sentado, adivinaba,
con la cabeza reclinada
en el aterciopelado forro del cojín
acariciado por la luz de la lámpara;
en el forro de terciopelo violeta
acariciado por la luz de la lámpara
¡que ella no oprimiría, ¡ay!, nunca más!

Entonces me pareció que el aire
se tornaba más denso, perfumado
por invisible incensario mecido por serafines
cuyas pisadas tintineaban en el piso alfombrado.
“¡Miserable —dije—, tu Dios te ha concedido,
por estos ángeles te ha otorgado una tregua,
tregua de nepente de tus recuerdos de Leonora!
¡Apura, oh, apura este dulce nepente
y olvida a tu ausente Leonora!”
Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”

“¡Profeta!” —exclamé—, ¡cosa diabolica!
¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio
enviado por el Tentador, o arrojado
por la tempestad a este refugio desolado e impávido,
a esta desértica tierra encantada,
a este hogar hechizado por el horror!
Profeta, dime, en verdad te lo imploro,
¿hay, dime, hay bálsamo en Galaad?
¡Dime, dime, te imploro!”
Y el cuervo dijo: “Nunca más.”

“¡Profeta! —exclamé—, ¡cosa diabólica!
¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio!
¡Por ese cielo que se curva sobre nuestras cabezas,
ese Dios que adoramos tú y yo,
dile a esta alma abrumada de penas si en el remoto Edén
tendrá en sus brazos a una santa doncella
llamada por los ángeles Leonora,
tendrá en sus brazos a una rara y radiante virgen
llamada por los ángeles Leonora!”
Y el cuervo dijo: “Nunca más.”

“¡Sea esa palabra nuestra señal de partida
pájaro o espíritu maligno! —le grité presuntuoso.
¡Vuelve a la tempestad, a la ribera de la Noche Plutónica.
No dejes pluma negra alguna, prenda de la mentira
que profirió tu espíritu!
Deja mi soledad intacta.
Abandona el busto del dintel de mi puerta.
Aparta tu pico de mi corazón
y tu figura del dintel de mi puerta.
Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”

Y el Cuervo nunca emprendió el vuelo.
Aún sigue posado, aún sigue posado
en el pálido busto de Palas.
en el dintel de la puerta de mi cuarto.
Y sus ojos tienen la apariencia
de los de un demonio que está soñando.
Y la luz de la lámpara que sobre él se derrama
tiende en el suelo su sombra. Y mi alma,
del fondo de esa sombra que flota sobre el suelo,
no podrá liberarse. ¡Nunca más!"

También adjunto esta obra en versión audio-libro. La he encontrado en YouTube y me ha parecido que podía ser una opción interesante para conocer este relato poético :)