Como
ya sabéis, hace algunas semanas estuvimos viendo en clase la literatura de la
Edad Media, y en concreto, hablamos del Decamerón. Aquí os dejo una pequeña adaptación de uno de
los cuentos que recoge la obra: Lamporeccio.
(Diez jóvenes se encuentran en una casa de
campo aislándose de la ciudad de Florencia, infestada de una epidemia de
peste. Para entretenerse, se narran
historias. Cada día eligen a un rey o reina, que decide el tema de los cuentos
de esa jornada. Neifile, la reina de la tercera jornada, cede la palabra a
Filostrato para que empiece su historia).
Filostrato:
Hermosísimas
señoras, bastantes hombres y mujeres hay que son tan necios que creen demasiado
confiadamente que cuando a una joven se le ponen los hábitos de monja, deja de
ser mujer y ya no siente los apetitos femeninos, como si se la hubiese
convertido en piedra al meterla en un convento; y si algo oyen contra esa
creencia suya, se enojan como si se hubiera cometido un grandísimo y criminal
pecado contra natura, no teniéndose en cuenta a sí mismos, que disfrutan de
libertad para obrar como les plazca. Y de la misma forma, hay todavía muchos
que creen demasiado confiadamente que la azada y la pala y las comidas bastas y
las incomodidades quitan por completo a los labradores los apetitos y las
pasiones y los hacen bastos de inteligencia y astucia. Pero muy engañados están
los así creen y os lo voy a demostrar con una pequeña historia.
En esta comarca nuestra hubo
y todavía hay un monasterio de mujeres, muy famoso por su santidad, que no
nombraré por no disminuir en nada su fama; en el cual, no hace mucho tiempo, no
habiendo entonces más que ocho señoras con una abadesa, y todas jóvenes, había
un buen hombrecillo llamado Nuto, hortelano de un hermosísimo jardín, pero que no contentándose con el salario, a
Lamporecchio, de donde era, se volvió. Allí, entre los demás que alegremente le
recibieron, había un joven labrador fuerte y robusto, cuyo nombre era Masetto.
-
Masseto: Buen Nuto ¿dónde has estado
tanto tiempo?
-
Nuto: En un monasterio.
-
Masseto: ¿Y qué hacías tú en un
monasterio?
-
Nuto: Yo trabajaba en un jardín
hermoso y grande, y además de esto, iba alguna vez al bosque por leña, traía
agua y hacía otros servicios; pero las señoras me daban tan poco salario que
apenas podía pagarme los zapatos. Y además de esto, son todas jóvenes y parece
que tienen el diablo en el cuerpo, que no se hace nada a su gusto; así, cuando
yo trabajaba alguna vez en el huerto, una decía: «Pon esto aquí», y la otra:
«Pon aquí aquello» y otra me quitaba la azada de la mano y decía: «Esto no está
bien»; y me daba tanta rabia que dejaba esas labores y me iba del huerto, así
que, entre una cosa y la otra, no quise estar así más y me he venido. Y me
pidió su mayordomo, cuando me vine, que si tenía alguien a mano que entendiera
de aquello, que se lo mandara, y se lo prometí, pero no pienso hacerlo.
Filostrato: A Masetto, oyendo las palabras de Nuto, le vino al
ánimo un deseo tan grande de estar con estas monjas porque pensó que podría
conseguir algo de lo que deseaba. Y considerando que no lo conseguiría si decía
algo a Nuto, se hizo el loco.
-
Masseto: ¡Ah, qué bien has hecho en
venirte! ¿Qué es un hombre entre mujeres? Mejor estaría con diablos: de siete
veces seis no saben lo que ellas mismas quieren.
(Para sí mismo) ¿Qué camino debo seguir para poder estar con ellas? Soy capaz de
hacer las labores de las que se encargaba Nuto, pero quizás soy demasiado joven
para ocupar su lugar… ¡Ya sé! El lugar está bastante alejado de aquí y nadie me
conoce allí, así que fingiré que soy mudo y seguro que me admitirán.
Filostrato: Y así, sin decir a nadie a
dónde iba, se fue al monasterio, y cuando llegó, entró dentro y encontró al
mayordomo en el patio, a quien, haciendo gestos como hacen los mudos, mostró
que le pedía de comer y que a cambio le partiría la leña. El mayordomo le dio
de comer de buena gana y luego le puso delante de algunos troncos que Nuto no
había podido partir que éste en un momento hizo pedazos. El mayordomo, que
necesitaba ir al bosque, lo llevó consigo y allí le hizo cortar leña. Él lo
hizo muy bien, por lo que el mayordomo, haciéndole hacer ciertos trabajos que
le eran necesarios, más días quería tenerlo, hasta que la abadesa lo vio, y
preguntó al mayordomo quién era.
-
Mayordomo: Señora, es un pobre hombre
mudo y sordo, que vino hace unos días a por limosna, así que le he hecho un
favor y le he hecho hacer bastantes tareas. Si supiese labrar un huerto y
quisiera quedarse, creo que nos vendría bien, porque él lo necesita y es fuerte
y además no tendríais que preocuparos de que gastara bromas a vuestras jóvenes.
-
Abadesa: Entérate si sabe labrar e
ingéniate en retenerlo. Dale ropas, trátalo bien, halágalo y dale bien de
comer.
-
Mayordomo: Así lo haré.
Filostrato: Masetto no estaba muy lejos,
pero fingiendo barrer el patio oía todas estas palabras.
-
Masseto: (para sus adentros) Si me metéis ahí dentro,
os labraré el huerto tan bien como nunca os fue labrado.
Filostrato: Cuando el mayordomo se
aseguró de que Masseto sabía llevar a cabo las labores que se le requerían, le
dijo por señas si quería quedarse aquí, y éste por señas le respondió que
quería hacer lo que él quisiese, por lo que lo admitió, le mandó que labrase el
huerto y le enseñó lo que tenía que hacer. Luego se fue a otros asuntos del
monasterio y lo dejó. Masseto fue labrando un día tras otro, y las monjas
empezaron a molestarle y a ponerlo en canciones, como muchas veces sucede que
otros hacen a los mudos, y le decían las palabras más malvadas del mundo
creyendo que no les oía. Pero sucedió que habiendo trabajado un día mucho y
estando descansando, dos monjas que andaban por el jardín se acercaron a donde
estaba, y empezaron a mirarle mientras él fingía dormir.
-
Monja
1: Si creyese que me guardabas el secreto te diría un
pensamiento que he tenido muchas veces, que tal vez a ti también podría
agradarte.
-
Monja 2: Habla con confianza, que no
lo diré nunca a nadie.
-
Monja
1: No sé si has pensado cuán
estrictamente vivimos y que aquí nunca ha entrado un hombre aparte del
mayordomo, que es viejo, y este que es mudo. Y muchas veces he oído decir a
muchas mujeres que han venido a vernos que todas las dulzuras del mundo son una
broma con relación a aquella de unirse la mujer al hombre. Por lo que muchas
veces me ha venido al ánimo, puesto que con otro no puedo, probar con este mudo
a ver si eso que dicen es verdad, y es lo mejor del mundo. ¿Qué piensas sobre
esto?
-
Monja 2: ¡Ay! ¿Qué es lo que dices? ¿No sabes que hemos prometido nuestra
virginidad a Dios?
-
Monja
1: ¡Oh! ¡Cuántas
cosas se le prometen todos los días de las que no se cumple ninguna! ¡Si se lo
hemos prometido, que sea otra u otras quienes cumplan la promesa!
-
Monja 2: ¿Y qué pasaría si nos
quedásemos embarazadas?
-
Monja
1: Empiezas a pensar en el mal antes de que te llegue. Si pasara
eso, se podrían hacerse mil cosas de manera que nunca se sepa, siempre que
nosotras mismas no lo digamos.
-
Monja 2: Está bien. Entonces, ¿qué haremos?
-
Monja
1: Creo que las sores están todas durmiendo menos nosotras.
Miremos por el huerto a ver si hay alguien, y si no hay nadie, lo cogemos de la
mano y lo llevamos a la cabaña donde se refugia cuando llueve, y allí una se
queda dentro con él y la otra hace guardia. Es tan tonto que accederá a lo que
le pidamos.
Filostrato:
Masetto
oía todo este razonamiento, y dispuesto a obedecer, esperaba ser tomado por una
de ellas. Ellas, mirando bien por todas partes y viendo que desde ninguna
podían ser vistas, aproximándose la que había iniciado la conversación a
Masetto, le despertó y él enseguida se puso en pie, por lo que ella con gestos
halagadores le cogió de la mano y lo llevó a la cabaña, donde Masetto, sin
hacerse mucho rogar hizo lo que ella quería. La cual, como leal compañera,
habiendo obtenido lo que quería, dejó el lugar a la otra, y Masetto, siempre
mostrándose simple, hacía lo que ellas querían
por lo que antes de irse de allí, más de una vez quiso cada una probar
cómo cabalgaba el mudo, y luego, hablando entre ellas muchas veces, decían que
en verdad aquello era una cosa tan dulce que siempre que podían iban con el
mudo a juguetear. Sucedió un día que una compañera suya, desde una ventana de
su celda les vio y se lo enseñó a otras dos. Primero tomaron la decisión de
acusarlas a la abadesa, pero después, cambiando de parecer y haciendo un pacto
con las dos primeras, se les unieron. Y después las otras tres. Por último, la
abadesa, que todavía no se había dado cuenta de estas cosas, paseando un día de
calor sola por el jardín, se encontró a Masetto (que con poco trabajo se
cansaba durante el día por el cansancio de la noche) que se había dormido
echado a la sombra de un almendro, y habiéndole el viento levantado las ropas,
todo al descubierto estaba. Lo cual mirando la señora y viéndose sola, cayó en
aquel mismo apetito en que habían caído sus monjitas, por lo que despertó a
Masetto, se lo llevó a su alcoba y allí lo tuvo varios días, probando y
volviendo a probar aquella dulzura que antes solía censurar ante las otras.
Luego, lo mandó a su habitación y le llamaba con mucha frecuencia. Masseto ya
sentía que no podía satisfacer a tantas y pensó que si su mudez duraba más
podría pasarle factura, y por ello una noche, estando con la abadesa, dijo.
-
Masseto: Señora, he oído que un
gallo basta a diez gallinas, pero que diez hombres pueden mal y con trabajo
satisfacer a una mujer, y yo que tengo que servir a nueve, siento que por nada
del mundo podré aguantarlo, así que le ruego que busque una solución o me deje
marchar.
Filostrato: La señora, oyendo hablar a este a quien tenía por mudo, se
quedó pasmada.
-
Abadesa: ¿Qué es esto? Creía que
eras mudo.
-
Masseto: Señora, sí lo era pero no de nacimiento, sino por una
enfermedad que me quitó el habla, y por primera vez esta noche siento que me ha
abandonado.
-
Abadesa: Gracias a Dios. ¿A qué te refieres
con eso de servir a nueve?
Filostrato: Masetto le dijo lo que pasaba, y la abadesa al enterarse, se
dio cuenta de que no había monja que no fuese mucho más sabia que ella, por lo
que, llegó con sus monjas a un acuerdo en estos asuntos, para que por Masetto
no fuese expulsado del monasterio. Y habiendo muerto por aquellos días el mayordomo, de común
acuerdo, hicieron que las gentes de los alrededores creyeran que por sus
oraciones y por los méritos del santo a quien estaba dedicado el monasterio, a
Masetto, que había sido mudo largo tiempo, le había sido restituida el habla, y
le hicieron mayordomo. Y de tal modo se
repartieron sus trabajos para que pudiera soportarlos. Y en ellos bastantes
monaguillos engendró pero con tal discreción se procedió en esto que nada llegó
a saberse. Así, Masetto, viejo, padre y rico, sin tener el trabajo de alimentar
a sus hijos ni pagar sus gastos, por su astucia de haber sacado partido a su
juventud, al lugar de donde había salido tiempo atrás volvió, afirmando que así
trataba Cristo a quien le ponía los cuernos sobre la guirnalda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario