El ruido y la furia es la obra más paradigmática de Faulkner y la más “difícil” estructuralmente pero es la que mejor ayuda a entender su universo narrativo.
Publicada en 1929, narra la decadencia y destrucción final de los Compson, una familia compuesta por un hermano suicida, una hermana desaparecida, un hermano idiota y otro solterón, violento, racista y avaricioso, todos residentes en el sur de los Estados Unidos.
Los versos de “Macbeth” que la inspiran, "la vida no es más que una sombra... Una historia narrada por un necio, llena de ruido y furia, que nada significa.» son como una síntesis de esta novela, donde toda la gama de emociones y relaciones imaginables en la vida, como amor, envidia, odio, venganza, esperanza o furia están pintadas en trazos exactos y en una atmósfera perfecta…
Por primera vez, William Faulkner introduce el monólogo interior y revela los diferentes puntos de vista de sus personajes: Benjy, deficiente mental, castrado por sus propios parientes; Quentin, poseído por un amor incestuoso e incapaz de controlar los celos, y Jason, monstruo de maldad y sadismo. El libro se cierra con un apéndice que descubrirá al lector los entresijos de esta saga familiar de Jefferson, Mississippi, conectándola con otros personajes de Yoknapatawpha, territorio creado por Faulkner como marco de muchas de sus novelas.
Seis de abril de 1928
Es lo que yo digo, que la que ha sido una zorra siempre será una zorra. Lo que yo digo, suerte tienes si lo único que te preocupa es que no haga novillos. Lo que yo digo, que ésa debería estar ahí abajo en la cocina, en lugar de en su habitación, echándose pintura en la cara y esperando a que seis negros que ni siquiera pueden levantarse de una silla sin que un plato lleno de pan con carne los sostenga en pie le preparen el desayuno. Y Madre dice, «Pero que las autoridades de la escuela lleguen a pensar que yo no puedo controlarla, que no puedo...»
«Bueno», digo yo, «y no puedes, ¿no? Si nunca has intentado conseguir nada de ella», digo, «¿cómo quieres comenzar a estas alturas, cuando tiene diecisiete años?».Permaneció un momento pensativa.
«Pero hacerles pensar que... Yo ni siquiera sabía que le habían dado una nota de aviso. El otoño pasado me dijo que ya no las usaban. Y que ahora me llame por teléfono el profesor Junkin y me diga que ha vuelto a faltar otra vez, que va a tener que irse de la escuela. ¿Cómo lo hace? ¿Dónde va? Tú te pasas el día en el pueblo, tendrías que verla si está siempre por la calle.»
«Sí», digo. «Si es que está siempre por la calle. Supongo que no se escapa de la escuela para hacer lo que se puede hacer en público», digo. «¿Qué quieres decir?», dice.
«No quiero decir nada», digo. «Sólo he contestado a tu pregunta.» Entonces volvió a echarse a llorar...
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