martes, 10 de mayo de 2011

Fragmentos de obras de los renovadores de la narrativa del s.XX:El gran Gatsby F. Scott Fitzgerald


Francis Scott Fitzgerald (Minnesota, 1896-Holywood, 1940) fue uno de los integrantes de la llamada “Generación Perdida”: narradores norteamericanos nacidos a finales del siglo XIX que vivieron muy de cerca la Primera Guerra Mundial, su fin y la posterior desesperanza ante la destrucción masiva del hombre por el hombre. En el grupo se incluyen, además de a Fitzgerald, a Hemingway, a Dos Passos, a Steinbeck y , con matices, a Faulkner.


El gran Gatsby, (1925) es una de las obras más emblemáticas de dicha generación, junto con otras novelas como Manhattan Transfer(1925) de Dos Passos, El sonido y la furia (1929) de Faulkner y Adiós a las armas (1929) de Hemingway. En El gran Gatsby no vemos ese impulso de innovación que es el eje de los trabajos de Faulkner o Dos Passos. Estamos ante una novela formalmente sencilla que perdura sobre todo por su agudeza al cifrar en una anécdota simple las vicisitudes del fracaso humano.
El protagonista se hace llamar Jay Gatsby y persigue un solo sueño en la vida: recuperar al amor de su juventud, de quien se separó años atrás por ser un pobretón que nada podía ofrecerle a Daisy, una muchacha acostumbrada a vivir en la opulencia. Pese a ello, Gatsby no se resignó y se dio a la tarea de volverse rico, aun a costa de participar en negocios turbios. Cuando se reencuentra con su amada y parece que al fin va a concretar su anhelo, la vida se encarga de desmentir sus más queridas ilusiones.
La crítica social de El gran Gatsby es severa: el individuo soñador, persistente, que cambia incluso de nombre, que se crea una nueva identidad para abandonar su condición de marginal, formar parte del grupo y así acceder a su acariciado anhelo, es aplastado por una sociedad que, tras su boato, esconde su falta de seriedad, de compromiso y su incapacidad de sentir algo más que sus mezquinos y más inmediatos apetitos.



En mis años mozos y más vulnerables mi padre me dio un consejo que desde aquella época no ha dejado de darme vueltas en la cabeza. “Cuando sientas deseos de criticar a alguien” -fueron sus palabras- “recuerda que no todo el mundo ha tenido las mismas oportunidades que tú tuviste.” 

No dijo nada más, pero como siempre nos hemos comunicado excepcionalmente bien, a pesar de ser muy reservados, comprendí que quería decir mucho más que eso. En consecuencia, soy una persona dada a reservarme todo juicio, hábito que me ha facilitado el conocimiento de gran número de personas singulares, pero que también me ha hecho víctima de más de un latoso inveterado. La mente anormal es rápida en detectar esta cualidad y apegarse a las personas normales que la poseen. Por haber sido partícipe de las penas secretas de aventureros desconocidos, en la universidad fui acusado injustamente de ser político. No busqué la mayor parte de estas confidencias; a menudo fingía tener sueño o estar reocupado; o cuando gracias a algún signo inconfundible me daba cuenta de que se avecinaba por el horizonte la revelación de alguna confidencia, mostraba una indiferencia hostil. Y es que las revelaciones íntimas de los jóvenes, o al menos la manera como las formulan, son por regla general plagios o están deformadas por supresiones obvias. Reservarse el juicio es asunto de esperanza ilimite. Todavía hoy temo un poco perderme de algo si olvido que como lo insinuó mi padre en forma por demás pretencioso, y yo de la misma manera lo repito-, el sentido fundamental de la buena educación es inequitativamente repartido al nacer.



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