Para Aristóteles el Edipo de Sófocles es el modelo de tragedia perfecta.
En verdad es difícil hallar un héroe más trágico que Edipo, atrapado al fin en una red que él mismo anuda en una implacable investigación detectivesca que desarrolla con decisión, sin sospechar que el éxito de sus pesquisas lo destruirá, porque –¿fatalidad, castigo de sus culpas?– el asesino no es otro que el propio Edipo. Claro está que todo el mundo conoce el asunto y que no se trata de una historia de intriga normal. La tensión radica precisamente en que el público conoce la identidad del buscado mientras que el investigador la ignora al principio, hasta que no le que queda más remedio que ponerle nombre, el suyo propio. El espectador quiere gritar a Edipo: «¡No sigas!», mientras ve sobrecogido cómo se encamina el héroe hacia su fatal destino. Sófocles ha dispuesto los hechos y el proceso de descubrimiento con una sabiduría admirable, capaz de provocar, como querían los antiguos, el temor y la compasión en grado supremo.
Si afirmamos con rotundidad que Edipo es un modelo ejemplar de héroe trágico es porque en él se asienta la tragedia entera, es decir, de él parten y a él llegan todos los estímulos que hilvanan su acción. Caudillo de Tebas, orgullo y salvación de la ciudad, acaba siendo el peor de la tierra, deshonrándola y llevándola a la desgracia. Lúcido y ciego, inocente y al mismo tiempo culpable, se sitúa, al principio de la obra, más allá de la condición humana: salvando al pueblo de la maldición de la Esfinge, su superioridad se acerca a la de los dioses.
Paradójicamente, sin embargo, termina excluido de la comunidad, reducido a la nada, como una bestia. Su perspicacia y voluntad de saber precipitan la catástrofe y favorecen la propia destrucción. El ingenio, que en su día le abrió las puertas del reino de Tebas, termina convirtiéndose en su propio enemigo. Tal y como afirma J. Donado, “el mejor de los bienes que asisten al hombre, la inteligencia, no es más que pura sombra”
Nada tiene que ver este Edipo con el complejo que Freud bautizó con su nombre sin mucha justificación. Nunca ha pretendido matar a su padre ni acostarse con su madre, sino eludir precisamente ese aciago destino pronosticado por el oráculo, huyendo de Corinto y de los que él cree, erróneamente, sus padres. Tampoco ha querido matar a su verdadero padre, el rey Layo, al cual mata por azar, ni se ha sentido atraído especialmente por su verdadera madre, Yocasta, con la que se casa en un matrimonio político para ocupar el trono de Tebas después de matar a la Esfinge. Todos estos hechos quedan al margen de sus intenciones y fuera de sus impulsos conscientes o inconscientes. La perdición de Edipo y su tragedia vienen por otros cauces
¿Es culpable Edipo ? ¿Es una víctima inocente de los designios de los dioses? ¿No ha cometido sus sacrilegios ignorante de lo que hacía? Hay, sin duda, ciertas culpas distribuidas en los personajes de la tragedia, de las cuales Edipo no está libre: la misma muerte de Layo es producto de una violenta soberbia de Edipo, cuya muerte inmisericorde, por cierto, dispusieron sus padres. Pero la presencia de los oráculos y su cumplimiento ineluctable hacen sospechar que es una víctima cuyos sufrimientos son mayores que sus culpas. Y en ese sufrimiento está quizá la lección última de la humanidad de Edipo, su condición de héroe, su dimensión trágica que lo hermana con la raza entera de los mortales. He ahí el lamento del coro, que observa compungido esta historia de dolor:
«¡Ay, generaciones de los hombres, cómo calculo que vuestra vida y la nada son lo mismo! ¿Quién llega a tanta felicidad como pudo imaginar si no es para ver declinar lo que imaginó? Teniendo como ejemplo tu destino, el tuyo, sí, Edipo miserable, no hay en el mortal nada por lo que pueda llamarle feliz. Mirad aquí al famoso Edipo que descifró los famosos enigmas y era muy poderoso varón cuya fortuna ninguno podía contemplar sin envidia. Mirad a que cúmulo de desgracias ha venido. Tratándose de un mortal, hemos de ver hasta su último día, antes de considerarle feliz».
Paradójicamente, sin embargo, termina excluido de la comunidad, reducido a la nada, como una bestia. Su perspicacia y voluntad de saber precipitan la catástrofe y favorecen la propia destrucción. El ingenio, que en su día le abrió las puertas del reino de Tebas, termina convirtiéndose en su propio enemigo. Tal y como afirma J. Donado, “el mejor de los bienes que asisten al hombre, la inteligencia, no es más que pura sombra”
Nada tiene que ver este Edipo con el complejo que Freud bautizó con su nombre sin mucha justificación. Nunca ha pretendido matar a su padre ni acostarse con su madre, sino eludir precisamente ese aciago destino pronosticado por el oráculo, huyendo de Corinto y de los que él cree, erróneamente, sus padres. Tampoco ha querido matar a su verdadero padre, el rey Layo, al cual mata por azar, ni se ha sentido atraído especialmente por su verdadera madre, Yocasta, con la que se casa en un matrimonio político para ocupar el trono de Tebas después de matar a la Esfinge. Todos estos hechos quedan al margen de sus intenciones y fuera de sus impulsos conscientes o inconscientes. La perdición de Edipo y su tragedia vienen por otros cauces
¿Es culpable Edipo ? ¿Es una víctima inocente de los designios de los dioses? ¿No ha cometido sus sacrilegios ignorante de lo que hacía? Hay, sin duda, ciertas culpas distribuidas en los personajes de la tragedia, de las cuales Edipo no está libre: la misma muerte de Layo es producto de una violenta soberbia de Edipo, cuya muerte inmisericorde, por cierto, dispusieron sus padres. Pero la presencia de los oráculos y su cumplimiento ineluctable hacen sospechar que es una víctima cuyos sufrimientos son mayores que sus culpas. Y en ese sufrimiento está quizá la lección última de la humanidad de Edipo, su condición de héroe, su dimensión trágica que lo hermana con la raza entera de los mortales. He ahí el lamento del coro, que observa compungido esta historia de dolor:
«¡Ay, generaciones de los hombres, cómo calculo que vuestra vida y la nada son lo mismo! ¿Quién llega a tanta felicidad como pudo imaginar si no es para ver declinar lo que imaginó? Teniendo como ejemplo tu destino, el tuyo, sí, Edipo miserable, no hay en el mortal nada por lo que pueda llamarle feliz. Mirad aquí al famoso Edipo que descifró los famosos enigmas y era muy poderoso varón cuya fortuna ninguno podía contemplar sin envidia. Mirad a que cúmulo de desgracias ha venido. Tratándose de un mortal, hemos de ver hasta su último día, antes de considerarle feliz».
DONADO VARA, José. Prológo a SÓFOCLES, Tragedias completas, Cátedra, Madrid, 1998
LILLO REDONET, Fernando. Guía de lectura de Edipo Rey
LILLO REDONET, Fernando. Guía de lectura de Edipo Rey
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