miércoles, 14 de enero de 2015

Mi infierno

Despierto. Mi cuerpo entumecido se esfuerza por enderezarse, pero me doy cuenta de que le es imposible. Mis músculos doloridos se niegan a reaccionar, como si hubieran dejado de ser parte de mi persona. Poco a poco, mis ojos se van acostumbrando a la dolorosa luz brillante, que se cuela entre las hojas de los árboles. “¿Dónde estoy?”, pienso.
Por fin, mi cuerpo empieza a responder. Logro, no sin un par de quejidos, sentarme. Ahora puedo mirar a mi alrededor. Estoy en un bosque denso, desconocido. Los árboles y los arbustos se extienden por una vasta tierra arenosa y árida. Todas las plantas tienen un aspecto envejecido, como si los troncos estuvieran surcados por marcadas arrugas. Las hojas, aunque abundas, son de colores amarillentos y marrones. Están tan secas que da la sensación de que se romperán como un espejo contra el suelo con solo un soplido.
Me pongo de pie, apoyándome en uno de esos ajados troncos, y camino a la espera de salir de ese bosque tétrico y deprimente.
Tras caminar largo rato, descubro a lo lejos una figura oscura. Enfoco mejor la vista y vislumbro un rostro desconocido, con unos profundos ojos azules clavados en mí. Me paro en seco. ¿Será alguien peligroso? ¿Querrá hacerme daño? Dudo sobre si avanzar hacia él o si darme la vuelta y buscar otro camino. Sin embargo, es el misterioso hombre quien se decide a avanzar hacia mi. Me quedo inmóvil. De alguna forma, su rostro calmado y sus ojos del color del cielo diurno me inspiran cierta confianza. De pronto, lo tengo frente a mi. Trato de preguntar quien es, pero antes de formular mi pregunta, como si adivinara mis pensamientos, me dice:
-Eso no importa ahora. Solo seré tu guía. Vas a conocer el infierno, y a redimir de tus pecados.
Algo sorprendida, asiento. Sigo al misterioso hombre, que me lleva hasta el final de ese bosque seco. Descendemos por unas escaleras de piedra, y lo que me encuentro me deja sin aliento. Miles de cuerpos desnudos, casi transparentes, caminando sobre ascuas ardientes, cargando unas enormes piedras a sus espaldas, que harían que cualquier persona se desmoronara, con la espalda destrozada.
-Bienvenida al primer círculo del infierno, donde la gente holgazana y perezosa trabajará para toda la eternidad, como castigo por una vida de descanso inmerecida.
Una de las almas, me pareció que me miraba con ojos huecos y tristes, como suplicándome que la ayudara. Me conmovió profundamente y decidí apartar la vista.
- Siguiente círculo. Sígueme.
Bajamos por otras escaleras, hasta llegar a un lugar oscuro y perturbador. Había miles de espejos repartidos por todos lados y un montón de seres grotescos avanzaban arrastrando los pies, mirando con dolor su imagen horrenda, duplicada en cientos de reflejos.
“No eres nada… no vales nada… nadie te quiere… no te necesitan…”
Me quedé petrificada al oír esas voces. Eran susurros, procedentes de ninguna parte concreta, que martirizaban con sus palabras a aquellas formas humanoides.
-He aquí, el segundo círculo.-me dijo mi guía.-Aquellas personas cuya baja autoestima los ha llevado a operaciones absurdas para cambiar su cuerpo, al desprecio absoluto de su persona, e incluso, al suicidio. Y todo por no aceptarse como son.
“Eres horrible… cambia, debes cambiar… no le gustarás a nadie…”
Descendimos, entrando al tercer círculo. Mi sorpresa fue ver que tan solo había almas tranquilas, aquí y allá, como si no tuvieran castigo alguno.
-¿No tienen ellas castigo?-pregunté.
-Oh sí. Lo tienen, pero solo ellas lo ven, pues no hay castigo peor que el que puede azotar a la mente.
-Creo que no entiendo del todo.
-Este es el círculo de los envidiosos y de los desconfiados. Tú  las ves a todas iguales, de hecho, lo son. Pero a sí mismas, se ven como seres desgraciados, desprovistos de toda felicidad, mientras ven a los demás como almas bellísimas y afortunadas. ¿Ves aquella de allá?-señaló un alma sentada en el suelo, que mira, con cierto recelo, a las demás.-En vida, no le ha faltado nunca un plato para comer, una cama donde dormir, una casa donde vivir. Sin embargo, se obsesionó con tener riquezas tan inmensas como las de un rey, o mansiones tan enormes como las de un conde. Envidió, y dejándose envenenar por la envidia, desconfió de todos pensando que aquel que se acercara a él, deseaba arrebatarle su riqueza en cuanto la consiguiera. Así, esta alma ve a todas las demás como gente riquísima, y como desconfía de todas, nunca se acercará a ninguna, quedándose solo el resto de su eternidad.
>>¿Ves aquella otro?-señaló una alma, que charlaba animadamente con otra.-Amigas en vida, se envidiaban mutuamente, viéndose siempre más bella y afortunada la una que la otra. Su condena es seguir siempre juntas, disimulando la envidia, una envidia que las quema por dentro…
Mi estado pasó de la perplejidad a la compasión.
-Vamos, nos espera el cuarto círculo.
Llegamos a un lugar arenoso, que me recordó ligeramente al suelo del bosque en el que desperté y me encontré con almas cuyas bocas, o bien chorreaban sangre, o bien tenían la boca llena de quemaduras y ampollas.
-Aquí ves a las almas castigadas por mentiras e hipocresías.-me explicó.
-¿Qué les ocurre? ¿Por qué sus bocas están tan destrozadas?-pregunté, horrorizada.
-Su castigo es decir siempre mentiras o falsedades. Cada vez que hablen, será para decir mentiras, y sentirán como si masticaran cuchillas y cristales rotos. Sentirán un dolor inmenso, y es por ello que les chorrea la sangre a borbotones.  Y pensarás: “¡Que no hablen y ya está!”. Aquellos que tratan de pasar en silencio su eternidad para esquivar el castigo, sentirán como si sus mentiras se encallaran en la boca y les quemara, hasta dejarle los labios y la lengua escaldados y llenos de ampollas. Y ahora, bajemos al último y más terrible círculo.
Descendimos una escalinata, mucho más larga que las anteriores. Mientras bajábamos, iba aumentando el calor, hasta hacerse insoportable. Entonces, llegamos. Mi corazón dio un salto ante el horror que se extendía por aquel extraño paraje. Miles y miles de almas castigadas de las más distintas y bizarras formas. Mis oídos se llenaron de llantos y agonías como nunca había oído antes.
-Aquí se encuentran-me explicó mi guía, tan imperturbable como de costumbre.-los peores seres humanos que han pisado nunca la tierra: asesinos, violadores, maltratadores… Y cada alma es castigada según su pecado. ¡Mira aquel asesino, por ejemplo!-Vi un hombre arrastrando los pies, como si aquella existencia lo dejara exhausto. Sus gritos de dolor y agonía me dejaron una amarga sensación.-Asesinó a sus dos hijos pequeños con la única intención de hacer sufrir a su ex mujer. Los quemó vivos.-un escalofrío recorrió todo mi cuerpo.-Ahora, ve a sus dos hijos, con los rostros desfigurados por las llamas siempre, chillando horrorizados, como si siguieran quemándose, y mientras, él siente su cuerpo como si ardiera.
-Se lo merece…-dije en voz alta.

-Este era el último. Es hora de que despiertes.-dijo mi guía, repentinamente. Y cuando abrí los ojos, noté mi cuerpo dolorido y sudado, la respiración agitada y el corazón martilleándome con fuerza en el pecho.

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