Despierto.
Mi cuerpo entumecido se esfuerza por enderezarse, pero me doy cuenta de que le
es imposible. Mis músculos doloridos se niegan a reaccionar, como si hubieran
dejado de ser parte de mi persona. Poco a poco, mis ojos se van acostumbrando a
la dolorosa luz brillante, que se cuela entre las hojas de los árboles. “¿Dónde
estoy?”, pienso.
Por fin, mi
cuerpo empieza a responder. Logro, no sin un par de quejidos, sentarme. Ahora
puedo mirar a mi alrededor. Estoy en un bosque denso, desconocido. Los árboles
y los arbustos se extienden por una vasta tierra arenosa y árida. Todas las
plantas tienen un aspecto envejecido, como si los troncos estuvieran surcados
por marcadas arrugas. Las hojas, aunque abundas, son de colores amarillentos y
marrones. Están tan secas que da la sensación de que se romperán como un espejo
contra el suelo con solo un soplido.
Me pongo de
pie, apoyándome en uno de esos ajados troncos, y camino a la espera de salir de
ese bosque tétrico y deprimente.
Tras caminar
largo rato, descubro a lo lejos una figura oscura. Enfoco mejor la vista y
vislumbro un rostro desconocido, con unos profundos ojos azules clavados en mí.
Me paro en seco. ¿Será alguien peligroso? ¿Querrá hacerme daño? Dudo sobre si
avanzar hacia él o si darme la vuelta y buscar otro camino. Sin embargo, es el
misterioso hombre quien se decide a avanzar hacia mi. Me quedo inmóvil. De
alguna forma, su rostro calmado y sus ojos del color del cielo diurno me
inspiran cierta confianza. De pronto, lo tengo frente a mi. Trato de preguntar
quien es, pero antes de formular mi pregunta, como si adivinara mis
pensamientos, me dice:
-Eso no
importa ahora. Solo seré tu guía. Vas a conocer el infierno, y a redimir de tus
pecados.
Algo
sorprendida, asiento. Sigo al misterioso hombre, que me lleva hasta el final de
ese bosque seco. Descendemos por unas escaleras de piedra, y lo que me
encuentro me deja sin aliento. Miles de cuerpos desnudos, casi transparentes,
caminando sobre ascuas ardientes, cargando unas enormes piedras a sus espaldas,
que harían que cualquier persona se desmoronara, con la espalda destrozada.
-Bienvenida
al primer círculo del infierno, donde la gente holgazana y perezosa trabajará
para toda la eternidad, como castigo por una vida de descanso inmerecida.
Una de las
almas, me pareció que me miraba con ojos huecos y tristes, como suplicándome
que la ayudara. Me conmovió profundamente y decidí apartar la vista.
- Siguiente
círculo. Sígueme.
Bajamos por
otras escaleras, hasta llegar a un lugar oscuro y perturbador. Había miles de
espejos repartidos por todos lados y un montón de seres grotescos avanzaban
arrastrando los pies, mirando con dolor su imagen horrenda, duplicada en
cientos de reflejos.
“No eres
nada… no vales nada… nadie te quiere… no te necesitan…”
Me quedé
petrificada al oír esas voces. Eran susurros, procedentes de ninguna parte
concreta, que martirizaban con sus palabras a aquellas formas humanoides.
-He aquí, el
segundo círculo.-me dijo mi guía.-Aquellas personas cuya baja autoestima los ha
llevado a operaciones absurdas para cambiar su cuerpo, al desprecio absoluto de
su persona, e incluso, al suicidio. Y todo por no aceptarse como son.
“Eres
horrible… cambia, debes cambiar… no le gustarás a nadie…”
Descendimos,
entrando al tercer círculo. Mi sorpresa fue ver que tan solo había almas
tranquilas, aquí y allá, como si no tuvieran castigo alguno.
-¿No tienen
ellas castigo?-pregunté.
-Oh sí. Lo
tienen, pero solo ellas lo ven, pues no hay castigo peor que el que puede
azotar a la mente.
-Creo que no
entiendo del todo.
-Este es el
círculo de los envidiosos y de los desconfiados. Tú las ves a todas iguales, de hecho, lo son.
Pero a sí mismas, se ven como seres desgraciados, desprovistos de toda
felicidad, mientras ven a los demás como almas bellísimas y afortunadas. ¿Ves
aquella de allá?-señaló un alma sentada en el suelo, que mira, con cierto
recelo, a las demás.-En vida, no le ha faltado nunca un plato para comer, una
cama donde dormir, una casa donde vivir. Sin embargo, se obsesionó con tener
riquezas tan inmensas como las de un rey, o mansiones tan enormes como las de
un conde. Envidió, y dejándose envenenar por la envidia, desconfió de todos
pensando que aquel que se acercara a él, deseaba arrebatarle su riqueza en
cuanto la consiguiera. Así, esta alma ve a todas las demás como gente
riquísima, y como desconfía de todas, nunca se acercará a ninguna, quedándose
solo el resto de su eternidad.
>>¿Ves
aquella otro?-señaló una alma, que charlaba animadamente con otra.-Amigas en
vida, se envidiaban mutuamente, viéndose siempre más bella y afortunada la una
que la otra. Su condena es seguir siempre juntas, disimulando la envidia, una
envidia que las quema por dentro…
Mi estado
pasó de la perplejidad a la compasión.
-Vamos, nos
espera el cuarto círculo.
Llegamos a
un lugar arenoso, que me recordó ligeramente al suelo del bosque en el que
desperté y me encontré con almas cuyas bocas, o bien chorreaban sangre, o bien
tenían la boca llena de quemaduras y ampollas.
-Aquí ves a
las almas castigadas por mentiras e hipocresías.-me explicó.
-¿Qué les
ocurre? ¿Por qué sus bocas están tan destrozadas?-pregunté, horrorizada.
-Su castigo
es decir siempre mentiras o falsedades. Cada vez que hablen, será para decir
mentiras, y sentirán como si masticaran cuchillas y cristales rotos. Sentirán un
dolor inmenso, y es por ello que les chorrea la sangre a borbotones. Y pensarás: “¡Que no hablen y ya está!”.
Aquellos que tratan de pasar en silencio su eternidad para esquivar el castigo,
sentirán como si sus mentiras se encallaran en la boca y les quemara, hasta
dejarle los labios y la lengua escaldados y llenos de ampollas. Y ahora,
bajemos al último y más terrible círculo.
Descendimos
una escalinata, mucho más larga que las anteriores. Mientras bajábamos, iba
aumentando el calor, hasta hacerse insoportable. Entonces, llegamos. Mi corazón
dio un salto ante el horror que se extendía por aquel extraño paraje. Miles y
miles de almas castigadas de las más distintas y bizarras formas. Mis oídos se
llenaron de llantos y agonías como nunca había oído antes.
-Aquí se
encuentran-me explicó mi guía, tan imperturbable como de costumbre.-los peores
seres humanos que han pisado nunca la tierra: asesinos, violadores,
maltratadores… Y cada alma es castigada según su pecado. ¡Mira aquel asesino,
por ejemplo!-Vi un hombre arrastrando los pies, como si aquella existencia lo
dejara exhausto. Sus gritos de dolor y agonía me dejaron una amarga
sensación.-Asesinó a sus dos hijos pequeños con la única intención de hacer
sufrir a su ex mujer. Los quemó vivos.-un escalofrío recorrió todo mi
cuerpo.-Ahora, ve a sus dos hijos, con los rostros desfigurados por las llamas
siempre, chillando horrorizados, como si siguieran quemándose, y mientras, él
siente su cuerpo como si ardiera.
-Se lo
merece…-dije en voz alta.
-Este era el
último. Es hora de que despiertes.-dijo mi guía, repentinamente. Y cuando abrí
los ojos, noté mi cuerpo dolorido y sudado, la respiración agitada y el corazón
martilleándome con fuerza en el pecho.
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