Uno de los episodios más conocidos del Quijote corresponde a lo ocurrido con "el retablo de Maese Pedro", narrado en el capítulo XXVI de la segunda parte. A ello habrá contribuido, indudablemente, la obra de Manuel de Falla que lleva precisamente ese título.
A continuación tenéis un vídeo que recoge la presentación que se hizo en Canal Sur de un montaje , bajo la dirección musical de Josep Vicent y con escenografía de Enrique Lanz, llamativo por sus enormes marionetas.
El Quijote enla ópera, por Yvan Nommick
“Donde se prosigue la graciosa
aventura del titerero,
con otras cosas en verdad harto buenas”
Segunda parte, capítulo XXVI].
«Callaron
todos, tirios y troyanos [1]», quiero decir, pendientes estaban todos los que
el retablo miraban de la boca del declarador de sus maravillas, cuando se
oyeron sonar en el retablo cantidad de atabales y trompetas [2] y dispararse
mucha artillería, cuyo rumor pasó en tiempo breve, y luego alzó la voz el
muchacho y dijo:
—Esta
verdadera historia que aquí a vuesas mercedes se representa es sacada al pie de
la letra de las crónicas francesas y de los romances españoles que andan en
boca de las gentes y de los muchachos por esas calles.
Trata de
la libertad que dio el señor don Gaiferos a su esposa Melisendra, que estaba
cautiva en España, en poder de moros, en la ciudad de Sansueña, que así se
llamaba entonces la que hoy se llama Zaragoza; y vean vuesas mercedes allí cómo
está jugando a las tablas don Gaiferos, según aquello que se canta:
Jugando está a las tablas don Gaiferos, que ya de Melisendra está olvidado [3]. Y aquel personaje que allí asoma con corona en la cabeza y ceptro en las manos es el emperador Carlomagno, padre putativo [4] de la tal Melisendra, el cual, mohíno de ver el ocio y descuido de su yerno, le sale a reñir; y adviertan con la vehemencia y ahínco que le riñe, que no parece sino que le quiere dar con el ceptro media docena de coscorrones, y aun hay autores que dicen que se los dio, y muy bien dados; y después de haberle dicho muchas cosas acerca del peligro que corría su honra en no procurar la libertad de su esposa, dicen que le dijo: «Harto os he dicho: miradlo [5]». Miren vuestras mercedes también cómo el emperador vuelve las espaldas y deja despechado a don Gaiferos, el cual ya ven cómo arroja, impaciente de la cólera, lejos de sí el tablero y las tablas, y pide apriesa las armas, y a don Roldán su primo pide prestada su espada Durindana [6], y cómo don Roldán no se la quiere prestar, ofreciéndole su compañía en la difícil empresa en que se pone; pero el valeroso enojado no lo quiere aceptar, antes dice que él solo es bastante para sacar a su esposa, si bien estuviese metida en el más hondo centro de la tierra; y con esto se entra a armar, para ponerse luego en camino. Vuelvan vuestras mercedes los ojos a aquella torre que allí parece, que se presupone que es una de las torres del alcázar de Zaragoza, que ahora llaman la Aljafería [7]; y aquella dama que en aquel balcón parece vestida a lo moro es la sin par Melisendra, que desde allí muchas veces se ponía a mirar el camino de Francia [8], y, puesta la imaginación en París y en su esposo, se consolaba en su cautiverio. Miren también un nuevo caso que ahora sucede, quizá no visto jamás. ¿No veen aquel moro que callandico y pasito a paso, puesto el dedo en la boca, se llega por las espaldas de Melisendra? Pues miren cómo la da un beso en mitad de los labios, y la priesa que ella se da a escupir y a limpiárselos con la blanca manga de su camisa, y cómo se lamenta y se arranca de pesar sus hermosos cabellos, como si ellos tuvieran la culpa del maleficio. Miren también cómo aquel grave moro que está en aquellos corredores es el rey Marsilio de Sansueña, el cual, por haber visto la insolencia del moro, puesto que era un pariente y gran privado suyo le mandó luego prender, y que le den docientos azotes, llevándole por las calles acostumbradas de la ciudad [9], con chilladores delante y envaramiento detrás [10]; y veis aquí donde salen a ejecutar la sentencia, aun bien apenas no habiendo sido puesta en ejecución la culpa, porque entre moros no hay «traslado a la parte», ni «a prueba y estése» [11], como entre nosotros.
Jugando está a las tablas don Gaiferos, que ya de Melisendra está olvidado [3]. Y aquel personaje que allí asoma con corona en la cabeza y ceptro en las manos es el emperador Carlomagno, padre putativo [4] de la tal Melisendra, el cual, mohíno de ver el ocio y descuido de su yerno, le sale a reñir; y adviertan con la vehemencia y ahínco que le riñe, que no parece sino que le quiere dar con el ceptro media docena de coscorrones, y aun hay autores que dicen que se los dio, y muy bien dados; y después de haberle dicho muchas cosas acerca del peligro que corría su honra en no procurar la libertad de su esposa, dicen que le dijo: «Harto os he dicho: miradlo [5]». Miren vuestras mercedes también cómo el emperador vuelve las espaldas y deja despechado a don Gaiferos, el cual ya ven cómo arroja, impaciente de la cólera, lejos de sí el tablero y las tablas, y pide apriesa las armas, y a don Roldán su primo pide prestada su espada Durindana [6], y cómo don Roldán no se la quiere prestar, ofreciéndole su compañía en la difícil empresa en que se pone; pero el valeroso enojado no lo quiere aceptar, antes dice que él solo es bastante para sacar a su esposa, si bien estuviese metida en el más hondo centro de la tierra; y con esto se entra a armar, para ponerse luego en camino. Vuelvan vuestras mercedes los ojos a aquella torre que allí parece, que se presupone que es una de las torres del alcázar de Zaragoza, que ahora llaman la Aljafería [7]; y aquella dama que en aquel balcón parece vestida a lo moro es la sin par Melisendra, que desde allí muchas veces se ponía a mirar el camino de Francia [8], y, puesta la imaginación en París y en su esposo, se consolaba en su cautiverio. Miren también un nuevo caso que ahora sucede, quizá no visto jamás. ¿No veen aquel moro que callandico y pasito a paso, puesto el dedo en la boca, se llega por las espaldas de Melisendra? Pues miren cómo la da un beso en mitad de los labios, y la priesa que ella se da a escupir y a limpiárselos con la blanca manga de su camisa, y cómo se lamenta y se arranca de pesar sus hermosos cabellos, como si ellos tuvieran la culpa del maleficio. Miren también cómo aquel grave moro que está en aquellos corredores es el rey Marsilio de Sansueña, el cual, por haber visto la insolencia del moro, puesto que era un pariente y gran privado suyo le mandó luego prender, y que le den docientos azotes, llevándole por las calles acostumbradas de la ciudad [9], con chilladores delante y envaramiento detrás [10]; y veis aquí donde salen a ejecutar la sentencia, aun bien apenas no habiendo sido puesta en ejecución la culpa, porque entre moros no hay «traslado a la parte», ni «a prueba y estése» [11], como entre nosotros.
—Niño,
niño —dijo con voz alta a esta sazón don Quijote—, seguid vuestra historia
línea recta y no os metáis en las curvas o transversales, que para sacar una
verdad en limpio menester son muchas pruebas y repruebas.
También
dijo maese Pedro desde dentro:
—Muchacho,
no te metas en dibujos, sino haz lo que ese señor te manda, que será lo más
acertado: sigue tu canto llano y no te metas en contrapuntos, que se suelen
quebrar de sotiles [12].
—Yo lo
haré así —respondió el muchacho, y prosiguió diciendo—: esta figura que aquí
parece a caballo, cubierta con una capa gascona, es la mesma de don Gaiferos;
aquí su esposa, ya vengada del atrevimiento del enamorado moro, con mejor y más
sosegado semblante se ha puesto a los miradores de la torre, y habla con su
esposo creyendo que es algún pasajero, con quien pasó todas aquellas razones y
coloquios de aquel romance que dicen:
Caballero,
si a Francia ides,
por
Gaiferos preguntad [13],
las
cuales no digo yo ahora, porque de la prolijidad se suele engendrar el fastidio.
Basta ver cómo don Gaiferos se descubre, y que por los ademanes alegres que
Melisendra hace se nos da a entender que ella le ha conocido, y más ahora que
veemos se descuelga del balcón para ponerse en las ancas del caballo de su buen
esposo. Mas, ¡ay, sin ventura!, que se le ha asido una punta del faldellín [14]
de uno de los hierros del balcón, y está pendiente en el aire, sin poder llegar
al suelo. Pero veis cómo el piadoso cielo socorre en las mayores necesidades,
pues llega don Gaiferos y, sin mirar si se rasgará o no el rico faldellín, ase
della y mal su grado la hace bajar al suelo y luego de un brinco la pone sobre
las ancas de su caballo, a horcajadas como hombre, y la manda que se tenga
fuertemente y le eche los brazos por las espaldas, de modo que los cruce en el
pecho, porque no se caiga, a causa que no estaba la señora Melisendra
acostumbrada a semejantes caballerías. Veis también cómo los relinchos del
caballo dan señales que va contento con la valiente y hermosa carga que lleva
en su señor y en su señora. Veis cómo vuelven las espaldas y salen de la ciudad
y alegres y regocijados toman de París la vía. ¡Vais en paz, oh par sin par
[15] de verdaderos amantes! ¡Lleguéis a salvamento a vuestra deseada patria,
sin que la fortuna ponga estorbo en vuestro felice viaje! ¡Los ojos de vuestros
amigos y parientes os vean gozar en paz tranquila los días (que los de Néstor
sean [16]) que os quedan de la vida!
Aquí
alzó otra vez la voz maese Pedro y dijo:
—Llaneza,
muchacho, no te encumbres, que toda afectación es mala.
No
respondió nada el intérprete, antes prosiguió diciendo:
—No
faltaron algunos ociosos ojos, que lo suelen ver todo, que no viesen la bajada
y la subida de Melisendra, de quien dieron noticia al rey Marsilio, el cual
mandó luego tocar al arma; y miren con qué priesa, que ya la ciudad se hunde
con el son de las campanas que en todas las torres de las mezquitas suenan.
—¡Eso
no! —dijo a esta sazón don Quijote—. En esto de las campanas anda muy impropio
maese Pedro, porque entre moros no se usan campanas, sino atabales y un género
de dulzainas que parecen nuestras chirimías [17]; y esto de sonar campanas en
Sansueña sin duda que es un gran disparate.
Lo cual
oído por maese Pedro, cesó el tocar y dijo:
—No mire
vuesa merced en niñerías, señor don Quijote, ni quiera llevar las cosas tan por
el cabo, que no se le halle. ¿No se representan por ahí casi de ordinario mil
comedias llenas de mil impropiedades y disparates, y, con todo eso, corren
felicísimamente su carrera y se escuchan no solo con aplauso, sino con
admiración y todo [18]? Prosigue, muchacho, y deja decir, que como yo llene mi
talego, siquiera represente [19] más impropiedades que tiene átomos el sol.
—Así es
la verdad —replicó don Quijote.
Y el
muchacho dijo:
—Miren
cuánta y cuán lucida caballería sale de la ciudad en siguimiento de los dos
católicos amantes, cuántas trompetas que suenan, cuántas dulzainas que tocan y
cuántos atabales y atambores que retumban. Témome que los han de alcanzar y los
han de volver atados a la cola de su mismo caballo, que sería un horrendo
espetáculo.
Viendo y
oyendo, pues, tanta morisma y tanto estruendo don Quijote, parecióle ser bien
dar ayuda a los que huían, y levantándose en pie, en voz alta dijo:
—No
consentiré yo que en mis días y en mi presencia se le haga superchería [20] a
tan famoso caballero y a tan atrevido enamorado como don Gaiferos. ¡Deteneos,
mal nacida canalla, no le sigáis ni persigáis; si no, conmigo sois en la
batalla [21]!
Y,
diciendo y haciendo [22], desenvainó la espada y de un brinco se puso junto al
retablo, y con acelerada y nunca vista furia comenzó a llover cuchilladas sobre
la titerera morisma, derribando a unos, descabezando a otros, estropeando a
este, destrozando a aquel, y, entre otros muchos, tiró un altibajo [23] tal,
que si maese Pedro no se abaja, se encoge y agazapa, le cercenara la cabeza con
más facilidad que si fuera hecha de masa de mazapán. Daba voces maese Pedro,
diciendo:
—Deténgase
vuesa merced, señor don Quijote, y advierta que estos que derriba, destroza y
mata no son verdaderos moros, sino unas figurillas de pasta. Mire, ¡pecador de
mí!, que me destruye y echa a perder toda mi hacienda.
Mas no
por esto dejaba de menudear don Quijote cuchilladas, mandobles, tajos y reveses
como llovidos. Finalmente, en menos de dos credos, dio con todo el retablo en
el suelo, hechas pedazos y desmenuzadas todas sus jarcias [24] y figuras, el
rey Marsilio malherido, y el emperador Carlomagno, partida la corona y la
cabeza en dos partes. Alborotóse el senado de los oyentes, huyóse el mono por
los tejados de la venta, temió el primo, acobardóse el paje, y hasta el mesmo
Sancho Panza tuvo pavor grandísimo, porque, como él juró después de pasada la
borrasca, jamás había visto a su señor con tan desatinada cólera. Hecho, pues,
el general destrozo del retablo, sosegóse un poco don Quijote y dijo:
—Quisiera
yo tener aquí delante en este punto todos aquellos que no creen ni quieren
creer de cuánto provecho sean en el mundo los caballeros andantes. Miren, si no
me hallara yo aquí presente, qué fuera del buen don Gaiferos y de la hermosa
Melisendra: a buen seguro que esta fuera ya la hora que los hubieran alcanzado
estos canes y les hubieran hecho algún desaguisado. En resolución, ¡viva la
andante caballería sobre cuantas cosas hoy viven en la tierra!
—¡Viva
enhorabuena —dijo a esta sazón con voz enfermiza maese Pedro—, y muera yo!,
pues soy tan desdichado, que puedo decir con el rey don Rodrigo:
Ayer fui
señor de España,
y hoy no
tengo una almena
que
pueda decir que es mía [25].
No ha
media hora, ni aun un mediano momento, que me vi señor de reyes y de emperadores,
llenas mis caballerizas y mis cofres y sacos de infinitos caballos y de
innumerables galas, y agora me veo desolado y abatido, pobre y mendigo, y sobre
todo sin mi mono, que a fe que primero que le vuelva a mi poder me han de sudar
los dientes; y todo por la furia mal considerada deste señor caballero, de
quien se dice que ampara pupilos y endereza tuertos y hace otras obras
caritativas, y en mí solo ha venido a faltar su intención generosa, que sean
benditos y alabados los cielos, allá donde tienen más levantados sus asientos.
En fin, el Caballero de la Triste Figura había de ser aquel que había de
desfigurar las mías.
Enternecióse
Sancho Panza con las razones de maese Pedro y díjole:
—No
llores, maese Pedro, ni te lamentes, que me quiebras el corazón, porque te hago
saber que es mi señor don Quijote tan católico y escrupuloso cristiano, que si
él cae en la cuenta de que te ha hecho algún agravio, te lo sabrá y te lo
querrá pagar y satisfacer con muchas ventajas.
—Con que
me pagase el señor don Quijote alguna parte de las hechuras [26] que me ha
deshecho, quedaría contento y su merced aseguraría su conciencia, porque no se
puede salvar quien tiene lo ajeno contra la voluntad de su dueño y no lo
restituye.
—Así es
—dijo don Quijote—, pero hasta ahora yo no sé que tenga nada vuestro, maese
Pedro.
—¿Cómo
no? —respondió maese Pedro—. Y estas reliquias que están por este duro y
estéril suelo, ¿quién las esparció y aniquiló sino la fuerza invencible dese
poderoso brazo? ¿Y cúyos eran sus cuerpos sino míos? ¿Y con quién me sustentaba
yo sino con ellos?
—Ahora
acabo de creer —dijo a este punto don Quijote— lo que otras muchas veces he
creído: que estos encantadores que me persiguen no hacen sino ponerme las
figuras como ellas son delante de los ojos, y luego me las mudan y truecan en
las que ellos quieren. Real y verdaderamente os digo, señores que me oís, que a
mí me pareció todo lo que aquí ha pasado que pasaba al pie de la letra: que
Melisendra era Melisendra, don Gaiferos don Gaiferos, Marsilio Marsilio, y Carlomagno
Carlomagno. Por eso se me alteró la cólera, y por cumplir con mi profesión de
caballero andante quise dar ayuda y favor a los que huían, y con este buen
propósito hice lo que habéis visto: si me ha salido al revés, no es culpa mía,
sino de los malos que me persiguen; y, con todo esto, deste mi yerro, aunque no
ha procedido de malicia, quiero yo mismo condenarme en costas [27]: vea maese
Pedro lo que quiere por las figuras deshechas, que yo me ofrezco a pagárselo
luego, en buena y corriente moneda castellana.
Inclinósele
maese Pedro, diciéndole:
—No
esperaba yo menos de la inaudita cristiandad del valeroso don Quijote de la
Mancha, verdadero socorredor y amparo de todos los necesitados y menesterosos
vagamundos; y aquí el señor ventero y el gran Sancho serán medianeros y
apreciadores entre vuesa merced y mí de lo que valen o podían valer las ya
deshechas figuras.
El
ventero y Sancho dijeron que así lo harían, y luego maese Pedro alzó del suelo
con la cabeza menos al rey Marsilio de Zaragoza, y dijo:
—Ya se
vee cuán imposible es volver a este rey a su ser primero, y, así, me parece,
salvo mejor juicio, que se me dé por su muerte, fin y acabamiento cuatro reales
y medio.
—Adelante
—dijo don Quijote.
—Pues
por esta abertura de arriba abajo —prosiguió maese Pedro, tomando en las manos
al partido emperador Carlomagno—, no sería mucho que pidiese yo cinco reales y
un cuartillo [28].
—No es
poco —dijo Sancho.
—Ni
mucho —replicó el ventero—: médiese la partida [29] y señálensele cinco reales.
—Dénsele
todos cinco y cuartillo —dijo don Quijote—, que no está en un cuartillo más a
menos la monta desta notable desgracia; y acabe presto maese Pedro, que se hace
hora de cenar, y yo tengo ciertos barruntos de hambre.
—Por
esta figura —dijo maese Pedro— que está sin narices y un ojo menos, que es de
la hermosa Melisendra, quiero, y me pongo en lo justo, dos reales y doce
maravedís.
—Aun ahí
sería el diablo [30] —dijo don Quijote—, si ya no estuviese Melisendra con su
esposo por lo menos en la raya de Francia [31], porque el caballo en que iban a
mí me pareció que antes volaba que corría; y, así, no hay para qué venderme a
mí el gato por liebre, presentándome aquí a Melisendra desnarigada, estando la
otra, si viene a mano [32], ahora holgándose en Francia con su esposo a pierna
tendida. Ayude Dios con lo suyo a cada uno [33], señor maese Pedro, y caminemos
todos con pie llano y con intención sana. Y prosiga. Maese Pedro, que vio que
don Quijote izquierdeaba [34] y que volvía a su primer tema, no quiso que se le
escapase, y, así, le dijo:
—Esta no
debe de ser Melisendra, sino alguna de las doncellas que la servían, y, así,
con sesenta maravedís que me den por ella quedaré contento y bien pagado.
Desta
manera fue poniendo precio a otras muchas destrozadas figuras, que después los
moderaron los dos jueces árbitros, con satisfación de las partes, que llegaron
a cuarenta reales y tres cuartillos; y además desto, que luego lo desembolsó
Sancho, pidió maese Pedro dos reales por el trabajo de tomar el mono.
—Dáselos,
Sancho —dijo don Quijote—, no para tomar el mono, sino la mona [35]; y
docientos diera yo ahora en albricias a quien me dijera con certidumbre que la
señora doña Melisendra y el señor don Gaiferos estaban ya en Francia y entre
los suyos.
—Ninguno
nos lo podrá decir mejor que mi mono —dijo maese Pedro—, pero no habrá diablo
que ahora le tome; aunque imagino que el cariño y la hambre le han de forzar a
que me busque esta noche, y amanecerá Dios y verémonos.
En
resolución, la borrasca del retablo se acabó y todos cenaron en paz y en buena
compañía, a costa de don Quijote, que era liberal en todo estremo.
Antes
que amaneciese se fue el que llevaba las lanzas y las alabardas, y ya después
de amanecido se vinieron a despedir de don Quijote el primo y el paje, el uno
para volverse a su tierra, y el otro a proseguir su camino, para ayuda del cual
le dio don Quijote una docena de reales. Maese Pedro no quiso volver a entrar
en más dimes ni diretes con don Quijote [36], a quien él conocía muy bien, y,
así, madrugó antes que el sol, y cogiendo las reliquias de su retablo, y a su
mono, se fue también a buscar sus aventuras. El ventero, que no conocía a don
Quijote, tan admirado le tenían sus locuras como su liberalidad. Finalmente,
Sancho le pagó muy bien, por orden de su señor, y, despidiéndose dél, casi a
las ocho del día dejaron la venta y se pusieron en camino, donde los dejaremos
ir, que así conviene para dar lugar a contar otras cosas pertenecientes a la
declaración desta famosa historia.
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