martes, 1 de abril de 2014

Poema Al Lector, de Baudelaire

El poema “Al lector” de Baudelaire, constituye el prólogo con que este autor “maldito”, precursor del simbolismo, encabeza su poemario Las flores del mal. Esta obra ha condicionado toda la poesía posterior que se ha escrito desde finales del siglo XIX hasta la actualidad.
            Este manifiesto escrito en diez estrofas (octavas) constituye una declaración de intenciones del propio autor. Desde el principio se nos advierte que el Bien y el Mal son dos constituyentes mediatos de la realidad aunque él se decanta por el Mal como símbolo corrosivo degradante y amoral de lo que quiere criticar: una burguesía acomodada, ficticia, alienada, que busca en el mundo una superficialidad evasiva de la realidad. Frente a ello, el poeta debe hurgar, escarbar en la mente del lector,  hasta sacar del receptor lo más hondo, oculto, profundo que se haya en su interior: el Mal.
            En la primera estrofa sorprende la enumeración gradativa y gravativa de pecados o males capitales: la necedad engendra ignorancia; el error estulticia y equivocación; el pecado la derivación de la conciencia hacia lo maligno; la tacañería o la avaricia no tiene que ser únicamente material sino también espiritual. Todos estos rasgos o cualidades negativas anidan en nuestro cuerpo, se han adueñado de nuestro espíritu, forman parte de nuestro ser. Por lo tanto, no se es mendigo por no disponer de alimento, sino por tener cualidades morales que se apartan de la bondad.
            La segunda estrofa incide en lo mismo que la anterior: no podemos erradicar el Mal, bien porque no queremos o porque falta dicha voluntad. El Mal retorna siempre, porque extraemos más placer del mismo que del Bien. Parodiándolo, podríamos afirmar que “lo mejor del arrepentimiento es el pecado”. La propia biografía del autor subraya su vida díscola enredado en amores con hetairas en una vorágine de drogas, sexo y alcohol. El camino cenagoso, al que alude en el verso de esta estrofa, es el propio camino de la existencia, tópico literario del vita fumen. El adjetivo con su matiz negativo hace referencia explícita a una existencia enajenada donde solo observamos la maldad, la crueldad, la vileza, la estulticia, la codicia, la avaricia, el arrepentimiento. Las lágrimas no son purificadoras, puesto que no son sinceras, solo sirven para callar nuestra conciencia.
            La estrofa tercera hace referencia a Satán Trimegisto, referencia ineludible al dios Thot. ¿Qué ocurriría si al hombre no lo hubiera creado Dios, sino Satán? ¿Cuál sería nuestra concepción de la vida entonces? Si el diablo en su sapiencia nos hubiese compuesto orgánicamente para el Mal, ¿qué razón habría para denostar el Mal? Nuestro espíritu está encantado o atraído hacia esa rama denominada “negativa” del Mal, sin embargo, si la voluntad nos orienta al pecado y extraemos más placer del mismo que de la virtud, ¿cuál es el sentido de obrar rectamente?
            La estrofa cuarta, el diablo ocupa ese papel protagónico. No se puede huir del Mal porque Satán es el demiurgo que empuña los hilos de nuestra existencia. Por ello los objetos repugnantes son considerados como atractivos, lo que se incardina con la estética de la fealdad en Baudelaire. El infierno supone un camino de descenso, pero ya no al horror o a la vacuidad, pese que a las tinieblas hiedan.
            La estrofa quinta vuelve a concretar esa idea en el personaje del libertino (ser amoral que huye de lo convencional: su amoralidad radica en su inmoralidad). La moral cristiana versa sobre el Bien; la inmoralidad es apartarse, precisamente, de ese Bien. La amoralidad sería superadora del Bien y del Mal, puesto que ya no hay una concepción dual o maniquea del mismo. La ramera de la que habla en esta estrofa, da lo mismo que sea mujer u objeto, no importa la profesión u oficio. Es vieja, pero este valor como epíteto, indica no la antigüedad de su oficio sino la calidad moral que había en el mismo, perpetuándose en el tiempo. La primera ramera de la historia es la propia creación, puesto que al parir al pecado ha abierto esa caja de Pandora que ha permitido que el Mal se extienda se propague por todos los confines del universo. El placer, al compararlo con la metáfora de la naranja con forma ovalada, remite a cierta acidez dulzona de nuestra propia existencia. El Mal atrae, pero aun así nos gusta saborearlo.
En la décima estrofa nos encontramos rasgos del tedio, que lo vuelve a personificar, que bosteza y llena de lagrimas sus ojos (acto involuntario). Mientras bosteza tranquilamente y fuma su pipa, sueña con patíbulos, por lo tanto implica una agonía. El tedio puede que no empuje al hombre a cometer graves pecados pero si lo mantiene en una inactividad que luego recogerán Kafka, Sartre, Camus y Unamuno, dentro de la filosofía existencialista. Cuando en el verso tercero de esta estrofa se habla del “delicado monstruo”, a parte de la antítesis evidente, hay un oxímoron que puede tener una apariencia inofensiva pero que también puede llegar a cometer grandes cosas (otra vez el juego de la teoría de la correspondencia). Cierra la estrofa dirigido el poema al hipócrita lector, porque en el fondo, todos somos hipócritas en nuestro ámbito de actuación. Al igual al receptor con el vocativo “mi hermano, mi semejante” no solamente habla de nosotros como receptor sino que se está igualando, uniéndose a nosotros.
A modo de conclusión, de este poema podemos sacar varios ejes temáticos que luego analizaremos en detalle en la lectura de los diferentes poemas:
1.      La voluptuosidad del Mal en la que se complace y tortura el pecador. El Mal atrae porque es bello, no hay noción del pecado.
2.      El diablo desempeña un papel fundamental como jefe del Mal: si Satán ha creado al hombre y no Dios es lógico pensar que nos atraiga el Mal que el Bien.
3.      La vida interior supone a veces un descenso al infierno, al vicio: esta idea no es original de Baudelaire, la toma prestada del humanista renacentista italiano Dante Alighieri, autor de la Divina Comedia donde el propio poeta donde acompañado por Virgilio, baja al inframundo en un recorrido que abarca desde el infierno, al purgatorio y al cielo.
4.      La muerte es ineludible, inevitable. Si se concibe como ciclo biológico hay que perder el miedo ante ella.
5.      La constitución esencialmente pecadora del hombre y su instintiva natural tendencia al caos.
6.      El tedio, el spleen, el aburrimiento como la no participación, la negación del yo como ente, de la vida y de Dios como pecado fundamental del espíritu.

(Análisis correspondiente al realizado por Pedro J. Bueno en su blog de Literatura Universal  http://liteuni.blogspot.com.es/2012/05/al-lector-baudelaire.html)

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