Claves poéticas de Las flores del mal (1857)
1. Baudelaire parte de un concepto de Belleza ambivalente (en
el «Himno a la belleza» se pregunta «¿Vienes del hondo cielo o del abismo
sales, Belleza?»). La Belleza es búsqueda de lo ideal, deseo de perfección,
arte y amor. Pero esta búsqueda está abocada al fracaso, al spleen (melancolía,
tedio, tristeza pensativa, fastidio, marginación…), terreno donde crecerán las
flores del mal.
2. El libro Las flores del mal supone una celebración del
mal, de la belleza del satanismo que escandalizó a la sociedad del momento. La
propensión a las profundidades diabólicas y la conciencia del mal son las
condiciones sin las cuales el ser no puede convertirse en artista; esta
conciencia no es fruto de una claridad, sino por el contrario una oscura bajada
a las tinieblas del alma, donde se experimenta el vértigo de la nada. El
artista sabe así apreciar cómo sobre el mal crecen las flores o cómo el fango
se convierte en oro creativo: «me abren la puerta / de un infinito al que amo y
nunca he conocido», afirma en el «Himno a la belleza».
3. Por ello, en la poesía de Baudelaire es básico el concepto
de correspondencia, o concepción del mundo como dualidad de fuerzas materiales
y espirituales, atractiva y repulsiva a la vez, que conduce hacia la pureza y
la inocencia, o hacia la corrupción y el vicio. La escritura poética y la mujer
también participan de esta concepción dual. En sus Notas sobre Edgar Allan Poe (1857),
Baudelaire aclara el concepto de correspondencia: «Es este admirable, este
instinto inmortal de la belleza que nos hace considerar la tierra y sus
actuaciones como una visión general como una correspondencia de los cielos. La
sed insaciable de todo lo que está más allá y revela la vida es la prueba más
evidente de nuestra inmortalidad. Es por la poesía y a través de poesía, y a través
de la música el alma ve esplendores situados detrás de la tumba.»
- Baudelaire canta a la mujer, la celebra y la exalta como
objeto de culto, pero es consciente de que tiene una doble imagen. Su estética
se condensa en la frase «la mujer es natural; es decir, abominable». La mujer baudeleriana
es una luz, una mirada, una invitación a la felicidad; es consuelo y esperanza,
pero también instrumento de destrucción y corrupción. No sabe si la belleza
viene del cielo o del infierno, pero en todo caso es inhumana en cuanto
representa la perfección, inevitablemente única y helada.
- En el terreno poético, la misión del poeta simbolista
consiste en descubrir los significados ocultos que se esconden más allá de la
realidad sensible («Correspondencias»). Las cosas que sentimos y conocemos no
son más que símbolos de una «suprarrealidad»; de ahí que el poeta deba hallar
las correspondencias (en el gato, la carroña, el perfume, el albatros…). Y para
sugerir (la palabra poética, más que por su significado, interesa por lo que
sugiere y evoca) esos significados ocultos, esas correspondencias misteriosas,
se recurre sobre todo a la musicalidad de las palabras («¡La música ante
todo!», decía Verlaine) y a la sinestesia o cruce de sensaciones. Lo esencial
del poema es que suscite imágenes, sensaciones o significados asociados, que
cree atmósferas anímicas que permitan expresar las emociones y sensaciones más
íntimas e irreales. Para el poeta la base del conocimiento son los sentidos y
el espíritu frente a la razón, de ahí la importancia de la sinestesia.
4. De esta manera, el Poeta se convierte en el mediador de
los tiempos modernos, capaz de realizar en sí mismo todos los oximorones
necesarios y posibles. En su corazón dolorido se mezclan el mundo terrenal con
el mundo celestial, el bien y el mal, inmovilizados o trasformados durante un
momento huidizo o imaginario. A través de la palabra poética, el artista
intenta, pues, descubrir los secretos y misterios de la realidad.
- Para Baudelaire, el Poeta debe expresar el espíritu de su
época siendo consciente de la paradoja trágica del hombre: que busca lo
absoluto e infinito, pero cuya realidad es decepcionante debido a sus
limitaciones temporales y a un carácter individual imperfecto e incomunicable.
Como dice Baudelaire, «La modernidad es lo transitorio, lo fugaz, lo contingente,
la mitad del arte cuya otra mitad es lo eterno y lo inmutable.
5. Consecuentemente, la poética de Baudelaire implica una
nueva manera de contar el mundo y a sí mismo. Unas veces desde el realismo y el
lenguaje ordinario, la poesía adquiere la posibilidad del máximo realismo- El
fiscal que acusó a Flaubert y Baudelaire habló de un delito de realismo, que en
el caso del poeta era «ofensivo para el pudor». La cabellera de su amada
(XXIII) le evoca paisajes exóticos, pero su punto de comparación es del lenguaje
ordinario: «¡Éxtasis! ¡Para poblar esta noche la alcoba oscura / de recuerdos
que duermen en esta cabellera, / la quiero agitar en el aire como un pañuelo!»
Otras veces, dice que el corazón queda oprimido «como un papel que se arruga»,
o que una bella mujer oscila la cabeza como «un jeune éléphant». El crepúsculo de
la mañana es peor que el anochecer porque acaba con las piadosas ilusiones de
la sombra «donde, como un ojo sangriento que palpita y que se mueve, / la
lámpara sobre el día pone una macha roja» y hasta el canto del gallo resulta
horrible: «como un sollozo cortado por ua sangre espumeante, / el canto del
gallo a lo lejos desgarraba el aire brumoso».
- Realismo baudelariano en el tema de la gran ciudad. El
realismo, además de ser un nuevo modo de ver, amplía el horizonte temático de
la gran ciudad, multitudinaria y anónima. Es el locus auténtico del poeta, que
llega a reaccionar ocasionalmente como dandy en los paseos elegantes, para dar
una bofetada al espíritu dominante. En el poema «A une passante», XCIII, hay un
arranque sentimental: (¡Oh tú a quien yo habría amado! ¡Oh tú que lo sabías!),
donde en lo se refiere al secreto de la vida.
- La gran ciudad permite una compasión atenta y minuciosa de
las ancianas, acaso un día bellas y amadas y hoy arrugadas y empequeñecidas. El
poeta piensa en sus ataúdes: «(a menos que, meditando sobre la geometría, / no
busque, ante el aspecto de esos miembros discordes, / cuántas veces hace falta
que el obrero varíe / la forma de la caja donde se meten esos cuerpos).» Otras
veces habla de «Los siete viejos», XC, o de «El vino de los traperos», CV, en
que el miserable se sueña transformado en héroe moral, redentor de la
humanidad.
6. Otras veces la poesía sigue la traza de lo puro, bello y
luminosos. Detrás de la realidad tangible siempre hay un contraste ideal. En
«Sueño parisiense», CII, el poeta traza un mundo puro, bello y luminosos, que
se vuelve terrible porque le hace despertar a la realidad de su rincón
ciudadano.
7. El deseo de no limitarse a un aspecto le lanza hacia el
imperativo de la totalidad. Baudelaire pensaba que quien no fuera capaz de
pintarlo todo no sería poeta. Pero eso se refiere no solo al mundo observado,
sino también al propio poeta, en su totalidad, y por tanto, despersonalizado, desindividualizado,
con todas las paradojas y ambivalencias del ser humano, expresadas en sucesivas
alternancias de estados de ánimo. Dice en un texto que le complacía pasar por depravado,
borracho e impío, cuando de hecho era casto, sobrio e inclinado a la devoción.
Este mundo de contrastes puede ejemplificarse con su más famosa confesión: «En
este libro atroz he puesto todo mi corazón, toda mi ternura, toda mi religión
(disfrazada), todo mi odio. Es verdad que juraré por mis grandes dioses que es
un libro de arte puro» (Carta a Ancelle a propósito del proceso de Fleurs du
mal).
(Apuntes aportados por el coordinador de esta materia en las PAU)
No hay comentarios:
Publicar un comentario