jueves, 10 de abril de 2014

Claves poéticas de Las flores del mal

Claves poéticas de Las flores del mal (1857)

1. Baudelaire parte de un concepto de Belleza ambivalente (en el «Himno a la belleza» se pregunta «¿Vienes del hondo cielo o del abismo sales, Belleza?»). La Belleza es búsqueda de lo ideal, deseo de perfección, arte y amor. Pero esta búsqueda está abocada al fracaso, al spleen (melancolía, tedio, tristeza pensativa, fastidio, marginación…), terreno donde crecerán las flores del mal.

2. El libro Las flores del mal supone una celebración del mal, de la belleza del satanismo que escandalizó a la sociedad del momento. La propensión a las profundidades diabólicas y la conciencia del mal son las condiciones sin las cuales el ser no puede convertirse en artista; esta conciencia no es fruto de una claridad, sino por el contrario una oscura bajada a las tinieblas del alma, donde se experimenta el vértigo de la nada. El artista sabe así apreciar cómo sobre el mal crecen las flores o cómo el fango se convierte en oro creativo: «me abren la puerta / de un infinito al que amo y nunca he conocido», afirma en el «Himno a la belleza».

3. Por ello, en la poesía de Baudelaire es básico el concepto de correspondencia, o concepción del mundo como dualidad de fuerzas materiales y espirituales, atractiva y repulsiva a la vez, que conduce hacia la pureza y la inocencia, o hacia la corrupción y el vicio. La escritura poética y la mujer también participan de esta concepción dual. En sus Notas sobre Edgar Allan Poe (1857), Baudelaire aclara el concepto de correspondencia: «Es este admirable, este instinto inmortal de la belleza que nos hace considerar la tierra y sus actuaciones como una visión general como una correspondencia de los cielos. La sed insaciable de todo lo que está más allá y revela la vida es la prueba más evidente de nuestra inmortalidad. Es por la poesía y a través de poesía, y a través de la música el alma ve esplendores situados detrás de la tumba.»

- Baudelaire canta a la mujer, la celebra y la exalta como objeto de culto, pero es consciente de que tiene una doble imagen. Su estética se condensa en la frase «la mujer es natural; es decir, abominable». La mujer baudeleriana es una luz, una mirada, una invitación a la felicidad; es consuelo y esperanza, pero también instrumento de destrucción y corrupción. No sabe si la belleza viene del cielo o del infierno, pero en todo caso es inhumana en cuanto representa la perfección, inevitablemente única y helada.

- En el terreno poético, la misión del poeta simbolista consiste en descubrir los significados ocultos que se esconden más allá de la realidad sensible («Correspondencias»). Las cosas que sentimos y conocemos no son más que símbolos de una «suprarrealidad»; de ahí que el poeta deba hallar las correspondencias (en el gato, la carroña, el perfume, el albatros…). Y para sugerir (la palabra poética, más que por su significado, interesa por lo que sugiere y evoca) esos significados ocultos, esas correspondencias misteriosas, se recurre sobre todo a la musicalidad de las palabras («¡La música ante todo!», decía Verlaine) y a la sinestesia o cruce de sensaciones. Lo esencial del poema es que suscite imágenes, sensaciones o significados asociados, que cree atmósferas anímicas que permitan expresar las emociones y sensaciones más íntimas e irreales. Para el poeta la base del conocimiento son los sentidos y el espíritu frente a la razón, de ahí la importancia de la sinestesia.

4. De esta manera, el Poeta se convierte en el mediador de los tiempos modernos, capaz de realizar en sí mismo todos los oximorones necesarios y posibles. En su corazón dolorido se mezclan el mundo terrenal con el mundo celestial, el bien y el mal, inmovilizados o trasformados durante un momento huidizo o imaginario. A través de la palabra poética, el artista intenta, pues, descubrir los secretos y misterios de la realidad.

- Para Baudelaire, el Poeta debe expresar el espíritu de su época siendo consciente de la paradoja trágica del hombre: que busca lo absoluto e infinito, pero cuya realidad es decepcionante debido a sus limitaciones temporales y a un carácter individual imperfecto e incomunicable. Como dice Baudelaire, «La modernidad es lo transitorio, lo fugaz, lo contingente, la mitad del arte cuya otra mitad es lo eterno y lo inmutable.

5. Consecuentemente, la poética de Baudelaire implica una nueva manera de contar el mundo y a sí mismo. Unas veces desde el realismo y el lenguaje ordinario, la poesía adquiere la posibilidad del máximo realismo- El fiscal que acusó a Flaubert y Baudelaire habló de un delito de realismo, que en el caso del poeta era «ofensivo para el pudor». La cabellera de su amada (XXIII) le evoca paisajes exóticos, pero su punto de comparación es del lenguaje ordinario: «¡Éxtasis! ¡Para poblar esta noche la alcoba oscura / de recuerdos que duermen en esta cabellera, / la quiero agitar en el aire como un pañuelo!» Otras veces, dice que el corazón queda oprimido «como un papel que se arruga», o que una bella mujer oscila la cabeza como «un jeune éléphant». El crepúsculo de la mañana es peor que el anochecer porque acaba con las piadosas ilusiones de la sombra «donde, como un ojo sangriento que palpita y que se mueve, / la lámpara sobre el día pone una macha roja» y hasta el canto del gallo resulta horrible: «como un sollozo cortado por ua sangre espumeante, / el canto del gallo a lo lejos desgarraba el aire brumoso».

- Realismo baudelariano en el tema de la gran ciudad. El realismo, además de ser un nuevo modo de ver, amplía el horizonte temático de la gran ciudad, multitudinaria y anónima. Es el locus auténtico del poeta, que llega a reaccionar ocasionalmente como dandy en los paseos elegantes, para dar una bofetada al espíritu dominante. En el poema «A une passante», XCIII, hay un arranque sentimental: (¡Oh tú a quien yo habría amado! ¡Oh tú que lo sabías!), donde en lo se refiere al secreto de la vida.

- La gran ciudad permite una compasión atenta y minuciosa de las ancianas, acaso un día bellas y amadas y hoy arrugadas y empequeñecidas. El poeta piensa en sus ataúdes: «(a menos que, meditando sobre la geometría, / no busque, ante el aspecto de esos miembros discordes, / cuántas veces hace falta que el obrero varíe / la forma de la caja donde se meten esos cuerpos).» Otras veces habla de «Los siete viejos», XC, o de «El vino de los traperos», CV, en que el miserable se sueña transformado en héroe moral, redentor de la humanidad.

6. Otras veces la poesía sigue la traza de lo puro, bello y luminosos. Detrás de la realidad tangible siempre hay un contraste ideal. En «Sueño parisiense», CII, el poeta traza un mundo puro, bello y luminosos, que se vuelve terrible porque le hace despertar a la realidad de su rincón ciudadano.


7. El deseo de no limitarse a un aspecto le lanza hacia el imperativo de la totalidad. Baudelaire pensaba que quien no fuera capaz de pintarlo todo no sería poeta. Pero eso se refiere no solo al mundo observado, sino también al propio poeta, en su totalidad, y por tanto, despersonalizado, desindividualizado, con todas las paradojas y ambivalencias del ser humano, expresadas en sucesivas alternancias de estados de ánimo. Dice en un texto que le complacía pasar por depravado, borracho e impío, cuando de hecho era casto, sobrio e inclinado a la devoción. Este mundo de contrastes puede ejemplificarse con su más famosa confesión: «En este libro atroz he puesto todo mi corazón, toda mi ternura, toda mi religión (disfrazada), todo mi odio. Es verdad que juraré por mis grandes dioses que es un libro de arte puro» (Carta a Ancelle a propósito del proceso de Fleurs du mal).

(Apuntes aportados por el coordinador de esta materia en las PAU)

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