viernes, 5 de mayo de 2017

Poetas del siglo XX :Breve antología de poemas


Breve antología de poetas del s. XX

Constantin Kavafis

Anciano

En el lado de adentro del bullicioso café
inclinado sobre la mesa, está sentado un anciano:
con un diario delante, sin compañía.

Y en el desmedro de la aciaga vejez
piensa cuán poco gozó los años
en que poseía fuerza, y palabra, y apostura.

Sabe que ha envejecido mucho; lo siente, lo ve.
Y sin embargo el tiempo en que era joven parece
como ayer. Qué breve espacio, qué breve espacio.

Y cavila cómo lo engañó la Prudencia;
y cómo siempre en ella se confió-, ¡qué locura!-
la mentirosa que decía: “Mañana. Tienes mucho tiempo”.

Recuerda los ímpetus que contenta; y cuánta
alegría sacrificada. Cada ocasión perdida
se burla ahora de su necia prudencia.

… Mas de tanto pensar y recordar
el anciano se casó. Y se queda dormido
apoyado en la mesa del café.

El primer peldaño

A Teócrito se quejaba
un día el joven poeta Eumenes:
"Dos años han pasado desde que escribo
y un idilio he hecho solamente.
Es mi única obra acabada.
Ay de mí, es alta, lo veo,
muy alta la escala de la Poesía;
y del primer peldaño aquí donde estoy
nunca he de subir el desdichado".
Dijo Teócrito: "Esas palabras
son impropias y blasfemas.
Y si estás en este primer peldaño debes
estar orgulloso y feliz.
Allí donde has llegado, no es poco:
cuanto has hecho, grande gloria.
Y aun este primer peldaño
dista mucho de la gente común.
Para que hayas pisado en esta grada
es menester que seas con derecho
ciudadano en la ciudad de las ideas.
Y es difícil y raro que en aquella ciudad
te inscriban como ciudadano.
En su ágora hallas Legisladores
a los que no burla ningún aventurero.
Aquí donde has llegado, no es poco:
cuanto has hecho, grande gloria.

Fernando Pessoa

Autopsicografía

El poeta es un fingidor.
Finge tan completamente
Que llega a fingir que es dolor
El dolor que de veras siente.
Y los que leen lo que escribe,
En el dolor que leen sienten bien,
No los dos que él tenía,
Sino sólo el que ellos no tienen.
Y así en los rieles de la rueda
Gira, distrayendo la razón,
Ese tren a cuerda
Que se llama corazón

El guardador de rebaños, de Alberto Caeiro.

". Mi mirada es nítida como un girasol.
Tengo la costumbre de andar por los caminos
Mirando a la derecha y a la izquierda,
Y de vez en cuando mirando hacia atrás...
Y lo que veo a cada momento
Es aquello que nunca había visto antes,
Y por eso sé dar con generosidad...
Sé tener el pasmo esencial
Que tiene un niño si, al nacer,
Repara que de veras ha nacido…
Me siento nacido a cada momento
Para la eterna novedad del Mundo...

Creo en el Mundo como en una margarita,
Porque lo veo. Pero no pienso en él
Porque pensar es no comprender…
El mundo no fue hecho para que lo pensáramos
(Pensar es estar enfermo de los ojos)
Sino para mirarnos en él y estar de acuerdo...

Yo no tengo filosofía: tengo sentidos...
Si hablo de la Naturaleza no es por saber lo que ella es,
Sino porque la amo, y la amo por eso,
Porque quien ama nunca sabe lo que ama
Ni sabe por qué ama, ni lo que es amar...

Amar es la inocencia eterna,
Y la única inocencia es no pensar…

Rainer María Rilke

Música

¿Qué, tocas tú, muchacho? Iba por los jardines
igual que muchos pasos, que órdenes susurradas.
¿Qué tocas tú, muchacho? Mira, tu alma
se ha enredado en los tubos de la flauta.

¿Por qué la atraes? Es el son como una cárcel,
en que se desperdicia y se equivoca;
fuerte es tu vida, pero tu canción es más fuerte.
reclinada en tu anhelo sollozando.

Dale un silencio, que, callada, el alma
regrese en tu fluyente y en lo mucho,
en que vivió, creciendo, sabia y lejos,
antes que le metieras en tu suave tocar.

Cómo mueve sus alas ya más lánguida;
así disiparás su vuelo, soñador,
hasta que su ala, por el cántico hechizada.
no la lleve más sobre mis paredes,
cuando la llame yo para gozar.



Georg Tralk

Decadencia

Al atardecer cuando tocan a paz las campanas,
Sigo de las aves el maravilloso vuelo
Que en largas bandadas como devotos peregrinos
Desaparecen en las claras vastedades del otoño.

Deambulando a través de umbrosos patios
Sueño yo en sus lúcidos presagios,
Y siento que de las sabias horas no podré apartarme.
Así prosigo, por sobre nubes, tras sus viajes.

He aquí que un hálito me hace temblar ante las ruinas.
El mirlo clama entre las ramas deshojadas.
Oscilan las rojas vides entre rejas herrumbrosas.

Entretanto como un corro mortal de pálidos infantes
En torno al oscuro borde de pozos en descomposición.
Se inclinan ante el viento, enteleridas, azules ramas.
Bertolt Brecht
Vosotros, que surgiréis del marasmo
en el que nosotros nos hemos hundido,
cuando habléis de vuestras debilidades,
pensad también en los tiempos sombríos de los que os habéis escapado.
Cambiábamos de país como de zapatos a través de las guerras de clases,
y nos desesperábamos donde sólo había injusticia y nadie se alzaba contra ella.
Y sin embargo, sabíamos que también el odio contra la bajeza desfigura la cara.
También la ira contra la injusticia pone ronca la voz.
Desgraciadamente, nosotros, que queríamos preparar el camino para la amabilidad
no pudimos ser amables. Pero vosotros,
cuando lleguen los tiempos en que el hombre sea amigo del hombre,
pensad en nosotros con indulgencia.

Wislawa Szymborska

Las tres palabras más extrañas

Cuando pronuncio la palabra Futuro,
la primera sílaba pertenece ya al pasado.
Cuando pronuncio la palabra Silencio,
lo destruyo.
Cuando pronuncio la palabra Nada,
creo algo que no cabe en ninguna no-existencia.
Las cuatro de la madrugada
Hora de la noche al día.
Hora de un costado al otro.
Hora para treintañeros.
Hora acicalada para el canto del gallo.
Hora en que la tierra niega nuestros nombres.
Hora en que el viento sopla desde los astros extintos.
Hora y-si-tras-de-nosotros-no-quedara-nada.
Hora vacía.
Sorda, estéril.
Fondo de todas las horas.
Nadie se siente bien a las cuatro de la madrugada.
Si las hormigas se sienten bien a las cuatro de la madrugada,
habrá que felicitarlas. Y que lleguen las cinco,
si es que tenemos que seguir viviendo.
Bajo una pequeña estrella
Que me disculpe la coincidencia por llamarla necesidad.
Que me disculpe la necesidad, si a pesar de ello me equivoco.
 Que no se enoje la felicidad por considerarla mía.
 Que me olviden los muertos que apenas si brillan en la memoria.
 Que me disculpe el tiempo por el mucho mundo pasado por alto a cada segundo.
 Que me disculpe mi viejo amor por considerar al nuevo el primero.
 Perdonadme, guerras lejanas, por traer flores a casa.
Perdonadme, heridas abiertas, por pincharme en el dedo.
 Que me disculpen los que claman desde el abismo el disco de un minué.
 Que me disculpe la gente en las estaciones por el sueño a las cinco de la mañana.
Perdóname, esperanza acosada, por reírme a veces.
 Perdonadme, desiertos, por no correr con una cuchara de agua.
 Y tú, gavilán, hace años el mismo, en esta misma jaula,
 inmóvil mirando fijamente el mismo punto siempre,
absuélveme, aunque fueras un ave disecada.
Que me disculpe el árbol talado por las cuatro patas de la mesa.
 Que me disculpen las grandes preguntas por las pequeñas respuestas.
 Verdad, no me prestes demasiada atención.
Solemnidad, sé magnánima conmigo.
Soporta, misterio de la existencia, que arranque hilos de tu cola.
 No me acuses, alma, de poseerte pocas veces.
 Que me perdone todo por no poder estar en todas partes.
 Que me perdonen todos por no saber ser cada uno de ellos, cada una de ellas.
 Sé que mientras viva nada me justifica porque yo misma me lo impido.
Habla, no me tomes a mal que tome prestadas palabras patéticas y que me esfuerce
 después para que parezcan ligeras.
 
W.H.Auden

Funeral blues

(De "Dos canciones para Hedli Anderson)

Paren todos los relojes, descuelguen el teléfono,
Eviten que el perro ladre dándole un hueso jugoso,
Silencien los pianos, y con un apagado timbal,
Saquen el ataúd, dejen pasar a los deudos.

Que los aviones nos sobrevuelen en círculos luctuosos
garabateando en el cielo el mensaje  Él ha muerto,
Pongan un crespón alrededor de los cuellos blancos de las palomas,
Que los policías de tráfico usen guantes negros de algodón.

Él era mi Norte, mi Sur, mi Este y mi Oeste,
Mi semana de trabajo y mi descanso dominical,
Mi mediodía, mi medianoche, mi palabra, mi canción;
Creí que el amor sería eterno, pero me equivoqué.

Ya no deseo las estrellas: apáguenlas todas;
Llévense la luna y desmantelen el sol;
Vacíen el océano y talen los bosques,
Porque ya nada puede volver a ser como antes.

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