Como no nos ha dado tiempo a trabajar todos los poemas en clase, consultad este archivo con los Poemas comentados En él encontraréis propuestas de comentarios de los textos seleccionados para las PAU y algunos otros más.
Antes de leer los comentarios de otros, es importantísismo que trabajéis vosotros cada poema, extraigáis vuestras propias conclusiones, penséis cómo enfocaríais el comentario (selección de aspectos más significativos de cada uno de ello). Solo entonces, consultad lo que otros dicen al respecto.
Apuntes de clase, comentarios, textos y alguna que otra digresión
sábado, 12 de abril de 2014
jueves, 10 de abril de 2014
Claves poéticas de Las flores del mal
Claves poéticas de Las flores del mal (1857)
1. Baudelaire parte de un concepto de Belleza ambivalente (en
el «Himno a la belleza» se pregunta «¿Vienes del hondo cielo o del abismo
sales, Belleza?»). La Belleza es búsqueda de lo ideal, deseo de perfección,
arte y amor. Pero esta búsqueda está abocada al fracaso, al spleen (melancolía,
tedio, tristeza pensativa, fastidio, marginación…), terreno donde crecerán las
flores del mal.
2. El libro Las flores del mal supone una celebración del
mal, de la belleza del satanismo que escandalizó a la sociedad del momento. La
propensión a las profundidades diabólicas y la conciencia del mal son las
condiciones sin las cuales el ser no puede convertirse en artista; esta
conciencia no es fruto de una claridad, sino por el contrario una oscura bajada
a las tinieblas del alma, donde se experimenta el vértigo de la nada. El
artista sabe así apreciar cómo sobre el mal crecen las flores o cómo el fango
se convierte en oro creativo: «me abren la puerta / de un infinito al que amo y
nunca he conocido», afirma en el «Himno a la belleza».
3. Por ello, en la poesía de Baudelaire es básico el concepto
de correspondencia, o concepción del mundo como dualidad de fuerzas materiales
y espirituales, atractiva y repulsiva a la vez, que conduce hacia la pureza y
la inocencia, o hacia la corrupción y el vicio. La escritura poética y la mujer
también participan de esta concepción dual. En sus Notas sobre Edgar Allan Poe (1857),
Baudelaire aclara el concepto de correspondencia: «Es este admirable, este
instinto inmortal de la belleza que nos hace considerar la tierra y sus
actuaciones como una visión general como una correspondencia de los cielos. La
sed insaciable de todo lo que está más allá y revela la vida es la prueba más
evidente de nuestra inmortalidad. Es por la poesía y a través de poesía, y a través
de la música el alma ve esplendores situados detrás de la tumba.»
- Baudelaire canta a la mujer, la celebra y la exalta como
objeto de culto, pero es consciente de que tiene una doble imagen. Su estética
se condensa en la frase «la mujer es natural; es decir, abominable». La mujer baudeleriana
es una luz, una mirada, una invitación a la felicidad; es consuelo y esperanza,
pero también instrumento de destrucción y corrupción. No sabe si la belleza
viene del cielo o del infierno, pero en todo caso es inhumana en cuanto
representa la perfección, inevitablemente única y helada.
- En el terreno poético, la misión del poeta simbolista
consiste en descubrir los significados ocultos que se esconden más allá de la
realidad sensible («Correspondencias»). Las cosas que sentimos y conocemos no
son más que símbolos de una «suprarrealidad»; de ahí que el poeta deba hallar
las correspondencias (en el gato, la carroña, el perfume, el albatros…). Y para
sugerir (la palabra poética, más que por su significado, interesa por lo que
sugiere y evoca) esos significados ocultos, esas correspondencias misteriosas,
se recurre sobre todo a la musicalidad de las palabras («¡La música ante
todo!», decía Verlaine) y a la sinestesia o cruce de sensaciones. Lo esencial
del poema es que suscite imágenes, sensaciones o significados asociados, que
cree atmósferas anímicas que permitan expresar las emociones y sensaciones más
íntimas e irreales. Para el poeta la base del conocimiento son los sentidos y
el espíritu frente a la razón, de ahí la importancia de la sinestesia.
4. De esta manera, el Poeta se convierte en el mediador de
los tiempos modernos, capaz de realizar en sí mismo todos los oximorones
necesarios y posibles. En su corazón dolorido se mezclan el mundo terrenal con
el mundo celestial, el bien y el mal, inmovilizados o trasformados durante un
momento huidizo o imaginario. A través de la palabra poética, el artista
intenta, pues, descubrir los secretos y misterios de la realidad.
- Para Baudelaire, el Poeta debe expresar el espíritu de su
época siendo consciente de la paradoja trágica del hombre: que busca lo
absoluto e infinito, pero cuya realidad es decepcionante debido a sus
limitaciones temporales y a un carácter individual imperfecto e incomunicable.
Como dice Baudelaire, «La modernidad es lo transitorio, lo fugaz, lo contingente,
la mitad del arte cuya otra mitad es lo eterno y lo inmutable.
5. Consecuentemente, la poética de Baudelaire implica una
nueva manera de contar el mundo y a sí mismo. Unas veces desde el realismo y el
lenguaje ordinario, la poesía adquiere la posibilidad del máximo realismo- El
fiscal que acusó a Flaubert y Baudelaire habló de un delito de realismo, que en
el caso del poeta era «ofensivo para el pudor». La cabellera de su amada
(XXIII) le evoca paisajes exóticos, pero su punto de comparación es del lenguaje
ordinario: «¡Éxtasis! ¡Para poblar esta noche la alcoba oscura / de recuerdos
que duermen en esta cabellera, / la quiero agitar en el aire como un pañuelo!»
Otras veces, dice que el corazón queda oprimido «como un papel que se arruga»,
o que una bella mujer oscila la cabeza como «un jeune éléphant». El crepúsculo de
la mañana es peor que el anochecer porque acaba con las piadosas ilusiones de
la sombra «donde, como un ojo sangriento que palpita y que se mueve, / la
lámpara sobre el día pone una macha roja» y hasta el canto del gallo resulta
horrible: «como un sollozo cortado por ua sangre espumeante, / el canto del
gallo a lo lejos desgarraba el aire brumoso».
- Realismo baudelariano en el tema de la gran ciudad. El
realismo, además de ser un nuevo modo de ver, amplía el horizonte temático de
la gran ciudad, multitudinaria y anónima. Es el locus auténtico del poeta, que
llega a reaccionar ocasionalmente como dandy en los paseos elegantes, para dar
una bofetada al espíritu dominante. En el poema «A une passante», XCIII, hay un
arranque sentimental: (¡Oh tú a quien yo habría amado! ¡Oh tú que lo sabías!),
donde en lo se refiere al secreto de la vida.
- La gran ciudad permite una compasión atenta y minuciosa de
las ancianas, acaso un día bellas y amadas y hoy arrugadas y empequeñecidas. El
poeta piensa en sus ataúdes: «(a menos que, meditando sobre la geometría, / no
busque, ante el aspecto de esos miembros discordes, / cuántas veces hace falta
que el obrero varíe / la forma de la caja donde se meten esos cuerpos).» Otras
veces habla de «Los siete viejos», XC, o de «El vino de los traperos», CV, en
que el miserable se sueña transformado en héroe moral, redentor de la
humanidad.
6. Otras veces la poesía sigue la traza de lo puro, bello y
luminosos. Detrás de la realidad tangible siempre hay un contraste ideal. En
«Sueño parisiense», CII, el poeta traza un mundo puro, bello y luminosos, que
se vuelve terrible porque le hace despertar a la realidad de su rincón
ciudadano.
7. El deseo de no limitarse a un aspecto le lanza hacia el
imperativo de la totalidad. Baudelaire pensaba que quien no fuera capaz de
pintarlo todo no sería poeta. Pero eso se refiere no solo al mundo observado,
sino también al propio poeta, en su totalidad, y por tanto, despersonalizado, desindividualizado,
con todas las paradojas y ambivalencias del ser humano, expresadas en sucesivas
alternancias de estados de ánimo. Dice en un texto que le complacía pasar por depravado,
borracho e impío, cuando de hecho era casto, sobrio e inclinado a la devoción.
Este mundo de contrastes puede ejemplificarse con su más famosa confesión: «En
este libro atroz he puesto todo mi corazón, toda mi ternura, toda mi religión
(disfrazada), todo mi odio. Es verdad que juraré por mis grandes dioses que es
un libro de arte puro» (Carta a Ancelle a propósito del proceso de Fleurs du
mal).
(Apuntes aportados por el coordinador de esta materia en las PAU)
martes, 1 de abril de 2014
Poema Al Lector, de Baudelaire
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Este manifiesto escrito en diez estrofas (octavas) constituye una declaración
de intenciones del propio autor. Desde el principio se nos advierte que el Bien
y el Mal son dos constituyentes mediatos de la realidad aunque él se decanta
por el Mal como símbolo corrosivo degradante y amoral de lo que quiere
criticar: una burguesía acomodada, ficticia, alienada, que busca en el mundo
una superficialidad evasiva de la realidad. Frente a ello, el poeta debe
hurgar, escarbar en la mente del lector, hasta sacar del receptor lo más hondo, oculto,
profundo que se haya en su interior: el Mal.
En la primera estrofa sorprende la enumeración
gradativa y gravativa de pecados o males capitales: la necedad engendra
ignorancia; el error estulticia y equivocación; el pecado la derivación de la
conciencia hacia lo maligno; la tacañería o la avaricia no tiene que ser
únicamente material sino también espiritual. Todos estos rasgos o cualidades
negativas anidan en nuestro cuerpo, se han adueñado de nuestro espíritu, forman
parte de nuestro ser. Por lo tanto, no se es mendigo por no
disponer de alimento, sino por tener cualidades morales que se apartan de la
bondad.
La segunda estrofa incide en lo mismo que la anterior: no podemos erradicar el
Mal, bien porque no queremos o porque falta dicha voluntad. El Mal retorna
siempre, porque extraemos más placer del mismo que del Bien. Parodiándolo,
podríamos afirmar que “lo mejor del arrepentimiento es el pecado”. La propia
biografía del autor subraya su vida díscola enredado en amores con hetairas en
una vorágine de drogas, sexo y alcohol. El camino cenagoso, al que alude en el
verso de esta estrofa, es el propio camino de la existencia, tópico literario
del vita fumen.
El adjetivo con su matiz negativo hace referencia explícita a una existencia
enajenada donde solo observamos la maldad, la crueldad, la vileza, la
estulticia, la codicia, la avaricia, el arrepentimiento. Las lágrimas no son
purificadoras, puesto que no son sinceras, solo sirven para callar nuestra
conciencia.
La estrofa tercera hace referencia a Satán Trimegisto, referencia ineludible al
dios Thot. ¿Qué ocurriría si al hombre no lo hubiera creado Dios, sino Satán?
¿Cuál sería nuestra concepción de la vida entonces? Si el diablo en su
sapiencia nos hubiese compuesto orgánicamente para el Mal, ¿qué razón habría
para denostar el Mal? Nuestro espíritu está encantado o atraído hacia esa rama
denominada “negativa” del Mal, sin embargo, si la voluntad nos orienta al
pecado y extraemos más placer del mismo que de la virtud, ¿cuál es el sentido
de obrar rectamente?
La estrofa cuarta, el diablo ocupa ese papel protagónico. No se puede huir del
Mal porque Satán es el demiurgo que empuña los hilos de nuestra existencia. Por
ello los objetos repugnantes son considerados como atractivos, lo que se incardina
con la estética de la fealdad en Baudelaire. El infierno supone un camino de
descenso, pero ya no al horror o a la vacuidad, pese que a las tinieblas
hiedan.
La estrofa quinta vuelve a concretar esa idea en el personaje del libertino
(ser amoral que huye de lo convencional: su amoralidad radica en su
inmoralidad). La moral cristiana versa sobre el Bien; la inmoralidad es
apartarse, precisamente, de ese Bien. La amoralidad sería superadora del Bien y
del Mal, puesto que ya no hay una concepción dual o maniquea del mismo. La
ramera de la que habla en esta estrofa, da lo mismo que sea mujer u objeto, no
importa la profesión u oficio. Es vieja, pero este valor como epíteto, indica
no la antigüedad de su oficio sino la calidad moral que había en el mismo,
perpetuándose en el tiempo. La primera ramera de la historia es la propia
creación, puesto que al parir al pecado ha abierto esa caja de Pandora que ha
permitido que el Mal se extienda se propague por todos los confines del
universo. El placer, al compararlo con la metáfora de la naranja con forma
ovalada, remite a cierta acidez dulzona de nuestra propia existencia. El Mal
atrae, pero aun así nos gusta saborearlo.
En la décima estrofa nos encontramos rasgos del
tedio, que lo vuelve a personificar, que bosteza y llena de lagrimas sus ojos
(acto involuntario). Mientras bosteza tranquilamente y fuma su pipa, sueña con
patíbulos, por lo tanto implica una agonía. El tedio puede que no empuje al
hombre a cometer graves pecados pero si lo mantiene en una inactividad que
luego recogerán Kafka, Sartre, Camus y Unamuno, dentro de la filosofía
existencialista. Cuando en el verso tercero de esta estrofa se habla del
“delicado monstruo”, a parte de la antítesis evidente, hay un oxímoron que
puede tener una apariencia inofensiva pero que también puede llegar a cometer
grandes cosas (otra vez el juego de la teoría de la correspondencia). Cierra la
estrofa dirigido el poema al hipócrita lector, porque en el fondo, todos somos
hipócritas en nuestro ámbito de actuación. Al igual al receptor con el vocativo
“mi hermano, mi semejante” no solamente habla de nosotros como receptor sino
que se está igualando, uniéndose a nosotros.
A modo de conclusión, de este poema podemos sacar
varios ejes temáticos que luego analizaremos en detalle en la lectura de los
diferentes poemas:
1. La voluptuosidad del Mal en la que se complace y
tortura el pecador. El Mal atrae porque es bello, no hay noción del pecado.
2. El diablo desempeña un papel fundamental como
jefe del Mal: si Satán ha creado al hombre y no Dios es lógico pensar que nos
atraiga el Mal que el Bien.
3. La vida interior supone a veces un descenso al
infierno, al vicio: esta idea no es original de Baudelaire, la toma prestada
del humanista renacentista italiano Dante Alighieri, autor de la Divina Comedia donde el propio poeta donde acompañado por
Virgilio, baja al inframundo en un recorrido que abarca desde el infierno, al
purgatorio y al cielo.
4. La muerte es ineludible, inevitable. Si se
concibe como ciclo biológico hay que perder el miedo ante ella.
5. La constitución esencialmente pecadora del hombre
y su instintiva natural tendencia al caos.
6. El tedio, el spleen,
el aburrimiento como la no participación, la negación del yo como ente, de la
vida y de Dios como pecado fundamental del espíritu.
(Análisis correspondiente al realizado por Pedro J. Bueno en su blog de Literatura Universal http://liteuni.blogspot.com.es/2012/05/al-lector-baudelaire.html)
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