lunes, 16 de diciembre de 2013

MI DIVINA COMEDIA

MI DIVINA COMEDIA


Cogiendo como referencia la obra de Dante “La Divina Comedia”, voy a hacer mi adaptación a  la entrada del Infierno.
Yo, en lugar de bajar al Infierno con el autor latino Virgilio como hizo Dante, bajo con el autor español y prestigiado Cervantes.

Adentrada en el pecado de derrochar, Cervantes quiso hacerme entender que no estaba yendo por el camino adecuado. Me ayudó a entrar en razón para seguir el camino recto. Para esto no había mejor forma que ver el castigo que sufren los demás por el mismo pecado cometido y otros mucho más graves.
Asustada como jamás lo había estado, entré en el lugar donde todo es oscuro y temible.
Quería prestar atención a cualquier detalle que se pasase por delante. Lo primero que me llamó la atención fue la puerta. Era de color marrón oscuro, con grietas, señales de uñas arrastradas de arriba hasta el final de esta, con el pomo morado oscuro y oxidado. Lo que más destacaba era la inscripción en medio de la puerta: “Por pecar en vida, no queda más esperanza que la dura eternidad”. Una oración que no me dejó otra expresión más que la cara paralizada como si hubiese visto un conjunto de quinientos fantasmas. Ingenua de mí. Lo que había ahí dentro era mucho peor que esa barbaridad de fantasmas.
En la puerta de este terrorífico lugar se encontraba Fluffy, un hombre demacrado, de pelo rojizo y ondulado, con barba tan larga como es el invierno y lo más espeluznante, con lágrimas negras cayendo sin cesar de sus ojos violeta.  Parecía mentira, pero no era lo más terrorífico que iba a presenciar en aquel lugar. Se puso furioso al ver que era un alma viva y me enseñó sus colmillos vampíricos. Cervantes, con su ingenio de la palabra, consiguió calmarlo y dejarme pasar.
Pensaba que el río que había en esta parte, de color negro y peces plateados con ojos granates, era inofensivo, pero estaba equivocada. Los peces parecían pirañas. Para poder cruzar al otro extremo, mi guía me ofreció una especie de zapatos de acero con motor y con ellos podría llegar a mi destino sin ser atacada por los peces. Él y yo, cogidos de la mano, conseguimos atravesarlo sin ninguna especie de problemas sobrenaturales.
 Entonces, habíamos llegado al primer círculo. El círculo de los malos consejeros. Yo pensaba que esas personas no merecían aquel castigo que les había tocado sufrir, pero así era según el señor todo poderoso.
Eran arrastrados y ahogados sin cesar en el lago Nimbus. Era un lago repugnante, lleno de barro. Gusanos y cucarachas que recorrían sin pausa el cuerpo de estos pobres pecadores. Se veían caras de horror y sufrimiento, también de arrepentimiento. Se notaba el dolor en el ambiente. Pero ya nada podía cambiar, habían pecado y ese era su sitio en el viaje eterno.
Conseguí poder mirar toda aquella escena, pero en círculos más hondos tuve que esconderme detrás del espíritu del poeta español que me acompañaba en este viaje y cerrar los ojos. También tengo que decir que yo no me desmayaba, yo devolvía todo lo que en mi estómago se hallaba.
Sin poder pararnos a observar con detención, tuvimos que seguir caminando. Para descender al próximo círculo, el de los adivinos, había una especie de tobogán por el que teníamos que pasar. Este daba muchas vueltas, tantas que acabé mareada. Poco antes de llegar ya se podían oír los llantos, gritos y el dolor de aquellos espíritus castigados con falsas esperanzas de acabar con ese infierno. Su castigo eran voces continuas que animaban a salir de ahí, cosa que resultaba completamente imposible porque estaban ahí de forma perpetua.
Conforme bajábamos y cambiábamos de círculo, los espíritus encerrados habían cometido pecados más fuertes. Por lo tanto, sus castigos eran cada vez peores.

Hasta tal punto de daño psicológico, que es tanto más fuerte como el físico. Reconocí a mucha gente que estaba por aquel mundo de dolor sufriendo algunos de los dieciséis castigos diferentes que sufrían en los dieciséis círculos del Infierno.

No hay comentarios:

Publicar un comentario