Aunque se ha asociado frecuentemente con la literatura infantil o juvenil (debido a que numerosas ediciones han recortado y modificado el relato presentándolo como si fuera un cuento para niños), el libro se aleja bastante de esa literatura.
Esta satírica novela utiliza la estructura de un libro de viajes para exponer una visión crítica de la civilización humana, que es vista por el autor como negativa, brutal y ridícula. Según va avanzando el libro, las historias son cada vez más fantásticas, disparatadas e inverosímiles y las críticas más feroces y venenosas.
Al final de sus días, Jonathan Swift fue declarado incapaz mental; pero en realidad no estaba mentalmente incapacitado, tan sólo era un amargado pesimista y un rebelde crítico social, que odiaba los vicios de los hombres y la degradación de la humanidad. La obra invita al lector a ser consciente de la decadencia del hombre, pero también plantea su posibilidad de regeneración.La obra se divide en cuatro partes, cada una de las cuales recoge un viaje a un sitio particular y fantástico.
Parte I: Viaje a Lilliput
Gulliver es un médico que viaja a menudo en un barco mercante. Un día su barco naufraga, y el protagonista llega a Liliput, cuyos diminutos habitantes miden unos quince centímetros.
El autor describe con minuciosidad el país de estos seres; el cambio de perspectiva que proporciona el pequeño tamaño de todo sirve al autor para ver la sociedad humana –ya que Liliput está lleno de paralelismos con la vida real– desde otro prisma, por lo que las luchas que mantienen los liliputienses entre sí, o la pompa de su emperador, adquieren un matiz grotesco. Gulliver ayuda a los liliputienses en algunas tareas:
Varios miembros de la corte imperial, tras abrirse paso a través de la multitud, me suplicaron que fuera inmediatamente al palacio, donde el aposento de Su Majestad la Emperatriz estaba en llamas a cuenta del descuido de una doncella de honor que se había quedado dormida mientras leía una novela. Me levanté en seguida y, habiéndose ordenado que se despejara el camino delante de mí, como fuera la noche de luna clara, conseguí llegar al palacio sin atropellar a nadie. Vi que ya habían arrimado escaleras a las paredes del aposento y estaban bien provistos de cubos, pero el agua estaba un poco lejos. Los cubos eran del tamaño de dedales grandes, y aquella pobre gente me los daba tan deprisa como podía, pero el fuego era tan violento que servían de poco. Podía haberlo sofocado fácilmente con la casaca, pero por mala suerte me la había dejado en casa con las prisas y acudía con solo el jubón de cuero encima. La situación parecía totalmente desesperada y lamentable, y el espléndido palacio habría ardido hasta los cimientos si, con sangre fría, cosa insólita en mí, no hubiera pensado de pronto en una solución. La noche anterior había bebido en abundancia un vino sabrosísimo […], que es muy diurético. Por la más afortunada casualidad del mundo no me había desprendido de nada de él. El calor que me entrara al acercarme tanto a las llamas y mis esfuerzos por apagarlas hicieron que el vino empezara a funcionar como orina, que vertí en tal cantidad y dirigí tan certeramente sobre los lugares necesarios, que en tres minutos el incendio estaba apagado.
Parte II: Viaje a Brobdingnag
La segunda parte narra las peripecias de Gulliver en Brobdingnag, una tierra cuyos habitantes son gigantes en comparación al protagonista. El pequeño tamaño de Gulliver respecto a los habitantes del lugar y a sus objetos genera divertidas y estrambóticas escenas, en las cuales el pequeño Gulliver sirve de diversión a los que le rodean.
El efecto que busca el autor en esta segunda parte es parecido al de la primera, pero por el proceso inverso: la pequeñez de Gulliver respecto al mundo que le rodea hace ver que la importancia que se concede el ser humano a sí mismo es relativa, depende de la escala. El orgullo y la soberbia propios de los humanos quedan reducidos a un gesto ridículo mediante su miniaturización:
En estas ocasiones se colocaba mi sillita y mi mesa junto a su mano izquierda frente a uno de los saleros. Este soberano tomó el gusto de conversar conmigo y me hacía preguntas sobre las costumbres, religión, leyes, gobierno y cultura de Europa, de lo que daba yo la mejor cuenta que podía. Su entendimiento era tan claro y su juicio tan certero, que podía hacer muy sabias reflexiones y observaciones sobre todo lo que yo decía. Mas confieso que, después de haberme extendido un poco más de lo debido hablando de mi querido país, de nuestro comercio y guerras por mar y tierra, de nuestros cismas religiosos y de los partidos del Estado, los prejuicios de su educación prevalecieron tanto que no pudo evitar tomarme en la mano derecha y, acariciándome suavemente con la otra, tras una carcajada, me preguntó si yo era wigh o tory. Luego, volviéndose a su primer Ministro, que guardaba compañía tras él con un báculo casi tan alto como el palo mayor del Soberano real, comentó cuán despreciable cosa es la grandeza humana, que podía ser remedada por insectos tan diminutos como yo.
Parte III: Viaje a Laputa, Balnibarbi, Luggnagg, Glubbdubdrib, y Japón
En las dos últimas partes del libro, la sátira se hace más amarga. En esta tercera parte, Gulliver visita Balnibarbi, un extraño lugar con una isla flotante encima llamada Laputa, en la que vive el despótico rey que domina el lugar, y que simboliza la altivez y tiranía con la que los poderosos rigen a menudo la sociedad humana. En Balnibarbi, el protagonista visita una academia científica, donde el autor ridiculiza a los filósofos e inventores, entretenidos con tontas elucubraciones que desatienden los asuntos cotidianos. Además de estos lugares, el autor visita otros, como las extrañas islas de Glubbdubdrib y Luggnagg.
Unos tres años antes de mi aparición entre ellos, mientras el Rey andaba de visita por sus dominios, ocurrió un suceso extraordinario que a punto estuvo de hacer época en el destino de esta monarquía, al menos según su forma actual. Lindalino, segunda ciudad del reino, fue la primera visita que Su Majestad hizo en este viaje. Tres días después de que la abandonara, sus habitantes, que con frecuencia se habían quejado de grandes opresiones, cerraron las puertas de la ciudad, tomaron como rehén al gobernador, y con increíble celeridad y esfuerzo erigieron cuatro torres enormes, una en cada ángulo del casco antiguo de la ciudad (que tiene forma de cuadrado perfecto), con la misma altura que una sólida peña puntiaguda que se yergue vertical en el centro de la ciudad. Sobre lo más alto de cada torre, al igual que sobre la peña, fijaron una enorme piedra de imán; y, por si acaso fallaban sus propósitos, habían preparado una gran cantidad de aceite muy inflamable, con la esperanza de quemar con él la base adamantina de la isla, en caso de que la estrategia de la piedra imán fracasara.
Pasaron ocho meses antes de que el Rey se enterara de que los lindalinenses se habían rebelado. Mandó entonces que la isla volara hasta la ciudad. La población estaba unida y había acumulado provisiones; un río grande atraviesa la ciudad por medio. El Rey se mantuvo sobre ellos durante varios días para privarlos del sol y la lluvia. Ordenó colgar gran número de bramantes, pero a nadie se le ocurrió mandar petición alguna, sino, en vez de eso, exigencias muy enérgicas, la reparación de todos sus agravios, importantes inmunidades, poder para elegir a su propio gobernador y otras desmesuras semejantes. Tras esto, Su Majestad ordenó a todos sus habitantes de la isla que arrojaran grandes piedras desde la galería inferior y sobre la ciudad; pero los habitantes se habían precavido de este inconveniente metiéndose ellos y sus efectos en las cuatro torres y otros edificios sólidos, y en bóvedas subterráneas.
Pasaron ocho meses antes de que el Rey se enterara de que los lindalinenses se habían rebelado. Mandó entonces que la isla volara hasta la ciudad. La población estaba unida y había acumulado provisiones; un río grande atraviesa la ciudad por medio. El Rey se mantuvo sobre ellos durante varios días para privarlos del sol y la lluvia. Ordenó colgar gran número de bramantes, pero a nadie se le ocurrió mandar petición alguna, sino, en vez de eso, exigencias muy enérgicas, la reparación de todos sus agravios, importantes inmunidades, poder para elegir a su propio gobernador y otras desmesuras semejantes. Tras esto, Su Majestad ordenó a todos sus habitantes de la isla que arrojaran grandes piedras desde la galería inferior y sobre la ciudad; pero los habitantes se habían precavido de este inconveniente metiéndose ellos y sus efectos en las cuatro torres y otros edificios sólidos, y en bóvedas subterráneas.
La cuarta parte describe el país de los inteligentes caballos houyhnhnms, cuyas virtudes contrastan con la vida primitiva de los bestiales yahoo, unos animales que tienen una inquietante similitud con los seres humanos. La sátira en esta cuarta parte es la más intensa de la obra, y no se dirige ya tanto contra la sociedad humana sino contra la propia naturaleza del ser humano. El protagonista, horrorizado al conocer su auténtica esencia como hombre a través de los yahoo, se intenta identificar con los puros y sabios houyhnhnms:
No llevaba un año en aquel país cuando ya había cobrado un amor y reverencia tales hacia los habitantes, que adopté la firme resolución de no volver jamás a la especie humana, y pasar el resto de mi vida en la contemplación y ejercicio de toda virtud entre aquellos admirables houyhnhnms, con quienes estaría libre de ejemplo o instigación al vicio. Mas decretó la fortuna, eterna enemiga mía, que dicha tan grande no cayese en suerte. Sin embargo, ahora me da cierto alivio considerar que en lo que dije de mis paisanos atenué sus defectos cuando osé ante escrutador tan severo, y a cada punto le di un giro tan favorable como el asunto permitía. […]
Cuando hube contestado a todas sus preguntas y su curiosidad parecía enteramente satisfecha, mandó a buscarme una mañana y, mandándome sentar (honor que nunca me había dispensado) a cierta distancia, dijo que había estado considerando seriamente todo lo que en mi historia versaba sobre mí mismo y mi país; que nos veía como una clase de animales a quienes había caído en suerte, por una casualidad que no podía imaginar, una pizca miserable de razón de la que no hacíamos otro uso que el de ayudarnos de ella para agravar nuestras corrupciones naturales y adquirir otras nuevas que la Naturaleza no nos había dado.
Cuando hube contestado a todas sus preguntas y su curiosidad parecía enteramente satisfecha, mandó a buscarme una mañana y, mandándome sentar (honor que nunca me había dispensado) a cierta distancia, dijo que había estado considerando seriamente todo lo que en mi historia versaba sobre mí mismo y mi país; que nos veía como una clase de animales a quienes había caído en suerte, por una casualidad que no podía imaginar, una pizca miserable de razón de la que no hacíamos otro uso que el de ayudarnos de ella para agravar nuestras corrupciones naturales y adquirir otras nuevas que la Naturaleza no nos había dado.
Este libro se puede consultar o descargar de manera gratuita desde la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.
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