Saliendo del círculo de los que en vida vivieron con orgullo por su obra, se escuchaba olvidada, lejana y solitaria la triste voz de don Juan Manuel, condenado a recitar su Conde Lucanor hasta la eternidad: " Flababa entonces mio patrono e díxome..."
-Siento lástima, Maestro- dije yo- Es como cuando una madre se lamenta por la muerte de su hijo y se siente culpable por haberle dado vida en un mundo cruel.
-No todos los "Grandes" tenemos la misma mala suerte. Por fortuna nací antes del llamado Mesías- Me contestó.
-Hijo de Dios querrás decir. Así evitaremos enfados del Padre- espeté con cautela.
Bajábamos pues, hacia el segundo círculo. Un olor intenso como a cable requemado salia de la entrada, invadiendo con su aroma las poco acostumbradas narices de dos servidores nacidos siglos antes. En la parte alta del arco por el cual debíamos pasar, rezaba una placa: "Entre quien resista jugar poco y vivir mucho"
Se escuchaba una voz que pertenecería a un muchacho de no mas de veinte primaveras. La voz gritaba de rabia, de histeria, o incluso de alegría según avanzaban los segundos.
Una proyección enorme sobre la roca, servía de pantalla en el juego cuyos personajes triplicaban el tamaño normal. Incluso para un lector sabido de gigantes griegos, era grande.
En frente, el joven del que provenían los gritos, que ahora afirmaba que tenía veinte años, nos saludó sin quitar la vista de enfrente.
-¡Chico!- le grité- ¿Por qué no te giras?
- No tengo articulación en el cuello que me deje mirar más allá. Tampoco piernas para andar por el mundo, ni párpados en los ojos para descansar la vista- contestó con rabia, pues vio como su personaje moría mientras se intentaba centrar en hablarnos.
Me giré a mi acompañante y le vi en los ojos una lágrima.
- Maestro, no llores pues eres mi sustento, el pilar de mi fortaleza para no caer en la trampa del dolor por la ausencia de mi amada Beatriz.
-No lloro alarmado Dante, es tanta luz en esa oscura caverna la que me molesta.
-¿Puede ser esta pantalla la “verdad”?- pregunté acordándome de un viejo Platón.
-Si el señor del Bien te oyera se enfadaría pues la verdad no puede quedar pereciéndose en manos de un pobre loco en el Infierno- me espetó con la rabia de un Humanista como lo es él.
Avergonzado por ofenderle, pensé que no le faltaba razón, pues ni para el más adorador de esos juegos, ni para el águila con mejor vista era soportable mirar fijamente a esa pantalla infernal.
-¿Cual es el pecado por el que pagas con tanto dolor?- pregunté emocionado.
-Mi pecado es vivir una vida que no era mía a través de juegos de variopinta selección. Ahora no se me permite comer, dormir, o beber, ni moverme del sitio. Para conseguir mis piernas, para conseguir que me devuelvan los párpados para poder humedecer estos resecos ojos, tendré que literalmente fundir todos los juegos de tanto uso. Pero cuando me acerco al fin, ¡¡¡Llega la Navidad y sacan más video-juegos!!!- contestó, enajenado, mientras sufría un ataque de risa histérica viendo como el personaje que movía mataba a cientos, a mi me parecían miles por la brutalidad, soldados enemigos.
Nos marchamos tentados de echar una partida con la buena pinta que la "oscura idea del Bien" tenía, y nos encaminamos hacia la entrada del círculo inferior en topografía, superior en pecado. Según mi Maestro, ese círculo estaba reservado a las personas que en tiempos de rebajas compraban hasta lo más inservible.
Desde lejos se escuchaban gritos de desesperación para que alguien les ayudara a llevar las pesadas bolsas...
-Siento lástima, Maestro- dije yo- Es como cuando una madre se lamenta por la muerte de su hijo y se siente culpable por haberle dado vida en un mundo cruel.
-No todos los "Grandes" tenemos la misma mala suerte. Por fortuna nací antes del llamado Mesías- Me contestó.
-Hijo de Dios querrás decir. Así evitaremos enfados del Padre- espeté con cautela.
Bajábamos pues, hacia el segundo círculo. Un olor intenso como a cable requemado salia de la entrada, invadiendo con su aroma las poco acostumbradas narices de dos servidores nacidos siglos antes. En la parte alta del arco por el cual debíamos pasar, rezaba una placa: "Entre quien resista jugar poco y vivir mucho"
Se escuchaba una voz que pertenecería a un muchacho de no mas de veinte primaveras. La voz gritaba de rabia, de histeria, o incluso de alegría según avanzaban los segundos.
Una proyección enorme sobre la roca, servía de pantalla en el juego cuyos personajes triplicaban el tamaño normal. Incluso para un lector sabido de gigantes griegos, era grande.
En frente, el joven del que provenían los gritos, que ahora afirmaba que tenía veinte años, nos saludó sin quitar la vista de enfrente.
-¡Chico!- le grité- ¿Por qué no te giras?
- No tengo articulación en el cuello que me deje mirar más allá. Tampoco piernas para andar por el mundo, ni párpados en los ojos para descansar la vista- contestó con rabia, pues vio como su personaje moría mientras se intentaba centrar en hablarnos.
Me giré a mi acompañante y le vi en los ojos una lágrima.
- Maestro, no llores pues eres mi sustento, el pilar de mi fortaleza para no caer en la trampa del dolor por la ausencia de mi amada Beatriz.
-No lloro alarmado Dante, es tanta luz en esa oscura caverna la que me molesta.
-¿Puede ser esta pantalla la “verdad”?- pregunté acordándome de un viejo Platón.
-Si el señor del Bien te oyera se enfadaría pues la verdad no puede quedar pereciéndose en manos de un pobre loco en el Infierno- me espetó con la rabia de un Humanista como lo es él.
Avergonzado por ofenderle, pensé que no le faltaba razón, pues ni para el más adorador de esos juegos, ni para el águila con mejor vista era soportable mirar fijamente a esa pantalla infernal.
-¿Cual es el pecado por el que pagas con tanto dolor?- pregunté emocionado.
-Mi pecado es vivir una vida que no era mía a través de juegos de variopinta selección. Ahora no se me permite comer, dormir, o beber, ni moverme del sitio. Para conseguir mis piernas, para conseguir que me devuelvan los párpados para poder humedecer estos resecos ojos, tendré que literalmente fundir todos los juegos de tanto uso. Pero cuando me acerco al fin, ¡¡¡Llega la Navidad y sacan más video-juegos!!!- contestó, enajenado, mientras sufría un ataque de risa histérica viendo como el personaje que movía mataba a cientos, a mi me parecían miles por la brutalidad, soldados enemigos.
Nos marchamos tentados de echar una partida con la buena pinta que la "oscura idea del Bien" tenía, y nos encaminamos hacia la entrada del círculo inferior en topografía, superior en pecado. Según mi Maestro, ese círculo estaba reservado a las personas que en tiempos de rebajas compraban hasta lo más inservible.
Desde lejos se escuchaban gritos de desesperación para que alguien les ayudara a llevar las pesadas bolsas...
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