domingo, 24 de marzo de 2013

Vincent Van Gogh



Como el otro día estuvimos haciendo en clase alguna alusión a este pintor, no estará de más que ampliéis un poquito vuestros conocimientos con esta 'media dosis de cultura'.
Os dejo primero un enlace a sus distintas obras y luego otro a un vídeo de Youtube con la canción-homenaje del cantante Don McLean ( ya sé que no es muy 'moderno' y que lo vais a encontrar falto de ritmo pero la letra es bonita y, además, os sirve para mejorar vuestro inglés)

http://www.epdlp.com/pintor.php?id=396




"Me siento embargado por los nuevos goces que encuentro en las cosas que veo, porque tengo la esperanza de hacer algo que contenga alma."




"Estos días trabajo mucho y deprisa; al hacerlo así trato de expresar el paso desesperadamente rápido de las cosas en la vida moderna".




"Y bien, en cuanto a mi trabajo, en él me juego la vida y mi razón casi ha naufragado en el empeño".



Sus últimas palabras fueron: "la tristeza durará por siempre"

jueves, 21 de marzo de 2013

El Realismo: material complementario


Realismo y Naturalismo


Tema IV: Realismo y Naturalismo

El Realismo es una corriente estética de las artes que se da en toda Europa en la segunda mitad del siglo XIX y que tiende a la representación de lo real y lo concreto, evitando cualquier tratamiento idealizador o subjetivo. Si el Romanticismo buscaba la fuente de inspiración en el mundo interior (intimismo, subjetividad, sentimentalismo, evasión...), el Realismo intenta reflejar la realidad externa de forma objetiva y despersonalizada por medio de la observación y la documentación. Para ello utiliza como género principal la novela.
         Para el triunfo del Realismo tienen importancia fundamental las transformaciones sociales que se van produciendo a lo largo del siglo XIX y que traen como consecuencia el ascenso de la burguesía, que se confirma como clase dominante. La novela realista está vinculada a un público burgués, cansado del sentimentalismo y del idealismo romántico, demanda temas más cercanos a su entorno inmediato y personajes con los que pueda identificarse. Los héroes apasionados e idealistas de la literatura romántica son sustituidos por personajes comunes, de clase media que viven conflictos propios de su época y con los que el lector se identifica.
         El proletariado, clase social que surge con las revoluciones industriales, aparece esporádicamente; será la novela naturalista la que dé protagonismo a personajes de la clase obrera y refleje las situaciones de injusticia en las que vive.
El Realismo brilla como expresión literaria especialmente en Francia, Inglaterra y Rusia. El aumento demográfico de las poblaciones industriales y el desarrollo económico, junto a las desigualdades coinciden con el Realismo. Rusia, sumida en un sistema feudal, acoge las influencias del occidente continental gracias a sus intelectuales. Los avances científicos se verán también reflejados de modo diverso en las narraciones de esta época. Así, los trabajos de Darwin y Mendel contribuirán a la delineación de personajes, ambientes y círculos sociales en las novelas.

Desde el punto de vista literario, las características del Realismo son las siguientes:
  • Se intenta reflejar la realidad con exactitud y objetividad imitando el método científico. Para ello se fundamenta en la observación  Los novelistas se documentan sobre el terreno, tomando minuciosos apuntes sobre el ambiente, las gentes , la indumentaria...Las narraciones no buscan ni lugares ni tiempos lejanos, sino que abren una ventana al tiempo contemporáneo del escritor.  La descripción detallada es un instrumento fundamental que posee el autor para crear  ambientes, lugares y costumbres determinados, acordes con el individuo.
  • La novela debe ser verosímil, debe tener apariencia de verdadera. La fidelidad descriptiva se ejerce en dos direcciones: los ambientes y la psicología de los caracteres.
  • La narrativa realista concentra su acción en las aventuras y aconteceres de un personaje concreto. El medio ambiente puede influir en las actuaciones del protagonista, ya que aquel condiciona los modos y decisiones de este. El protagonista se moverá entre una serie de valores que imperan en la sociedad que lo rodea, asimismo buscará su éxito y fortuna, en muchos casos a través de la institución del matrimonio.
  • Los personajes pueden reflejar un grupo social o atender a una intención marcadamente individualista. En ocasiones aparecen personajes tipo, aunque no son excepcionales. Predominan los que pertenecen a la burguesía.
  • El narrador es omnisciente. Conoce todo lo que acontece y puede penetrar en la mente de los personajes. Intenta ser aséptico y no mostrar ninguna inclinación por unos u otros personajes; a veces, el autor adopta una actitud de “cronista” y tiende a desaparecer- pero, en otras ocasiones realiza comentarios que tratan de influir en la opinión del lector.
  • El lenguaje es una herramienta para narrar. No importa tanto la belleza poética como las acciones que se cuentan. Se trata de un lenguaje denotativo, con una profunda carga de objetividad y precisión. Con la descripción detallista del Realismo aparecen dialectos, registros, jergas, pronunciaciones y modismos propios de diversos lugares, tipos y estratos sociales. Se pone empeño en adaptar el lenguaje a la índole de los personajes.
  • Se descubren lacras de la sociedad con una actitud crítica, que responderá en cada caso a la orientación ideológica del autor. Renace la idea de un “arte útil”: la novela debe contribuir a la reforma o al cambio de la sociedad, en un sentido o en otro.
El Naturalismo.
Surge como una evolución del Realismo al abrigo de las teorías filosóficas y científicas revolucionarias de la época. El positivismo de Auguste Comte y el determinismo de Darwin llevan a que Émile Zola incluya en sus novelas la idea de que los personajes están atrapados por el medio en el que nacen y crecen. La naturaleza y sus condicionantes genéticos lo van a colocar en una posición prácticamente inamovible marcada por un hado fatal que recuerda al de los héroes clásicos. El Naturalismo expone las miserias humanas, dibujando las penurias de las clases más desfavorecidas en las que brotan los instintos más básicos y primitivos del ser humano. Muchas veces la narrativa naturalista se transmite mediante las novelas de tesis: se denuncia una sociedad corrupta, el escritor mira con desencanto el momento en que vive y se culpa a las instituciones más reaccionarias como la Iglesia y el ejército.
En los postulados de este movimiento influyen:
  • El materialismo: el hombre es, ante todo, un organismo, todos sus comportamientos se explican por su fisiología. Las leyes que rigen su organismo deben explicar las reacciones anímicas.
  • El determinismo: el hombre no es libre porque actúa impulsado por las presiones del medio ambiente en que vive y por el peso de la herencia.
 La herencia biológica le marca al individuo su destino, determina la línea de su comportamiento.
 Las circunstancias sociales restringen las opciones del hombre para orientar su vida, añadiéndose a sus condicionamientos biológicos.

Son propios del Naturalismo los siguientes elementos:
  • La Naturaleza se toma como modelo de imitación por parte del artista.
  • La novela es cientifista. Más que entretener pretende enseñar siguiendo un método científico basado en la observación, la objetividad y la precisión. El novelista debe experimentar con los personajes, situándolos en determinadas situaciones y comprobando cómo sus actos se explican por la influencia de la herencia y de las circunstancias. Influencia de la ciencia experimental de Claude Bernard : el novelista debe actuar como un médico con sus pacientes o un biólogo con sus cobayas.
  • La descripción constituye un elemento fundamental en las construcciones narrativas naturalistas.
  • Predilección por la representación de las clases bajas o marginales, los ambientes más sórdidos, con personajes que suelen actuar más por instinto que condicionados por las normas morales de la sociedad: abundan los personajes tarados, alcohólicos, psicópatas, seres que obedecen, sin saberlo, a sus impulsos hereditarios.
  • El lenguaje se ve privado de toda su carga poética. Se hace más precisa la reproducción del lenguaje hablado
  
Los realistas franceses.
La nueva estética literaria  se manifestó en todos los géneros, pero fue en la novela en el que alcanzó unas cotas más altas. El tránsito entre el Romanticismo y el nuevo movimiento no se  produce de una forma brusca, sino gradual, a través de unos autores y obras que están a caballo entre Romanticismo y Realismo.
 Podemos decir que el movimiento realista surge en Francia con la aparición del novelista Stendhal, que escribió sus novelas basándose en el análisis psicológico de los personajes y en la práctica de la observación. Según Stendhal, la novela debe ser "como un espejo colocado a lo largo del camino". Stendhal es un novelista que todavía está a caballo entre Romanticismo y Realismo: muchos de sus personajes y ambientes son románticos, pero su técnica es ya puramente realista: la descripción fiel de la realidad circundante.  Aunque podamos considerar  a Stendhal ya como un autor realista, los verdaderos iniciadores del género fueron los novelistas Balzac y Flaubert
Stendhal (1783-1842)
Bajo este pseudónimo se esconde Henri-Marie Beyle, francés enamorado de Italia que destaca especialmente por dos de sus obras: Rojo y negro y La cartuja de Parma. Nacido en Grenoble, abandona su ciudad para instalarse en París, pero en lugar de permanecer allí se enrola en los ejércitos napoleónicos y con ellos recorre Europa. Finalizado el Imperio, vuelve a la capital gala movido por sus ansias literarias, pero una vez más sucumbe a su ser nómada: ejerce como cónsul en varios países del continente. Solo vuelve a París para morir. Personaje casi teatral, enamoradizo y rodeado de múltiples amantes, emplea numerosos pseudónimos pero sin duda el que más fama le reporta será el de Stendhal. Intentando una revolución romántica acaba escribiendo novelas realistas.
Honoré de Balzac. (1799-1850)
Su obra abarca más de cincuenta novelas, y veinticuatro de ellas las aunó bajo el título La Comedia humana. Este monumental conjunto se distribuye en tres partes: estudios filosóficos, estudios analíticos y estudios de costumbres. La intención de Balzac era la de dibujar con precisión y detalle el cuadro de costumbres y hábitos sociales de su época, así como los caracteres y valores fundamentales de la sociedad contemporánea. La forma definitiva de su novela puede apreciarse en Eugenia Grandet, donde el avaro protagonista finge ser rico para poder casar a su hija. La técnica de Balzac se perfecciona con la inclusión de un nuevo elemento: la aparición de personajes de una novela en títulos sucesivos. Tal acontece en El padre Goriot (1834). Balzac no esconde una profunda crítica a la sociedad de su época. Sus personajes representan caracteres muy diversos los cuales pueden apreciarse de manera evolutiva en la piel de las diferentes figuras que aparecen a lo largo de las páginas.
Gustave Flaubert. (1821-1880).
Nace en los alrededores de Rouen. Inicia estudios de Derecho pero debe abandonarlos debido a la enfermedad. Se instala en Normandía y allí inicia una relación amorosa con la poetisa Louise Colet. El tramo final de su vida fue tumultuoso, enfermo y acosado por problemas financieros, fallece por una hemorragia cerebral.
Aparecen sus primeras novelas: Memorias de un loco (1838) y La tentación de San Antonio (1849). Publica Madame Bovary, lo cual le acarrea ser sometido a un proceso judicial del que resulta absuelto. Su otra gran novela es Salambó, que cuenta la revuelta de Cartago en el siglo III a.C. Finalmente aparece La educación sentimental, en la que se narran los amores de un burgués rico con una mujer casada.
(Completaremos el estudio de este autor en otro apartado)

Los realistas rusos.
La novela rusa de la segunda mitad del siglo XIX se caracteriza principalmente por una descripción de los paisajes naturales, los rasgos físicos de los personajes y sus atuendos. Todo ello proporciona un ritmo lento a la narración. Los novelistas rusos sienten especial predilección por mostrar un sentimiento de piedad y compasión hacia las clases sociales más desfavorecidas. Este sentimiento es una pieza más de la construcción narrativa en la que no solo la descripción de la situación social es importante, sino también la preocupación por los valores morales y las inquietudes filosóficas de los autores.
Alexei Nikolaievich Tolstoi. (1828-1910).
Huérfano a temprana edad, se cría con unos parientes en un ambiente cultivado y religioso. Acude a la Universidad de Kazán, abandona los estudios y se dedica a la lectura de la Biblia, Pushkin y Rousseau. Gran propietario rural, intenta mejorar la situación de los siervos que trabajan en sus tierras, pero pronto se introduce en los círculos aristocráticos de Moscú, donde tiene fama de reformista. Participa en diversas guerras como oficial del ejército.  Viaja por Inglaterra y Alemania; se casa en 1862 y forma una extensa progenie (quince hijos). Se dedica a administrar sus propiedades y es cuando escribe sus obras más importantes: Guerra y paz (1863-1869) y Ana Karenina (1873-1877). Esta última no es solo la historia de un amor con final desgraciado, sino que nos enseña el deseo de Tolstoi por inculcar una moral que consideraba perdida en la sociedad moscovita donde todo es dominado por la hipocresía; en el fondo Ana se ve inmersa en una lucha interior entre el deseo de ser honesta y mantener el equilibrio ante los hipócritas que la rodean.
Las influencias rousseaunianas se revelan en la actitud de Tolstoi: autor optimista y vitalista, cree que el ser humano puede transformar el mundo mediante la bondad natural, buscando la forma de acercarse a la naturaleza y vivir conforme a los dictados de esta.
Fiodor Mijáilovich Dostoyevski. (1821-1881)
Sus andanzas juveniles están marcadas por un hecho excepcional: sus encuentros con grupos socialistas considerados enemigos del régimen zarista lo llevan a ser condenado a muerte; minutos antes de la ejecución, la pena es conmutada por trabajos forzados en Siberia. Tras este exilio es enviado como soldado a Mongolia y solo puede regresar a Rusia con su esposa en 1859. Viaja por Europa y regresa definitivamente a su país en 1873.
Entre sus obras destacan:  El jugador (1866), reflejo de la gran afición de Dostoievski por los juegos de azar, Crimen y castigo (1866-1867)  y Los hermanos Karamázov (1879-1880).
Crimen y castigo es otro ejemplo de cómo los autores rusos muestran en sus novelas la preocupación por temas morales y filosóficos. En este caso se trata de revelar cómo el crimen, sea cual sea su origen y finalidad, aun cuando se persiga el bien, es un atentado contra las normas morales del ser humano y conlleva como penitencia la pesadumbre del alma y la mente. En cierto modo, el autor critica al hombre revolucionario de su época. 
En Los hermanos Karamázov,  recupera la figura de su propio padre, una persona alcohólica y despótica que tiraniza a sus hijos. Del mismo modo la novela presenta la confrontación de Fiodor Karamázov con sus cuatro hijos, uno de los cuales acaba asesinándolo. Es el dilema entre el bien y el mal, la idea de moral y de libertad, y el sufrimiento como camino hacia la salvación.

El realismo en Inglaterra.
El movimiento literario del Realismo coincide con lo que en el ámbito anglosajón se denomina Era Victoriana. Los autores de esta época están íntimamente implicados en los acontecimientos contemporáneos. La sociedad industrial crea numerosos conflictos sociales y políticos en los que se ven involucrados de manera personal numerosos escritores. Las nuevas teorías científicas de Darwin revolucionan la manera de pensar la religión, la moral y la concepción de la naturaleza y del mundo. Ligadas a las condiciones de los obreros surgen las teorías del alemán Karl Marx que obtienen numerosos seguidores en la industrializadísima Gran Bretaña. También es la etapa de un arraigado puritanismo religioso que defiende las posturas más conservadoras en lo moral y ético.
Además de Thomas Carlyle , John Ruskin (1819-1900) y Matthew Arnold (1822-1888), destacamos a:
Charles Dickens. (1812-1870)
Constituye uno de esos autores que crea su propio mundo, donde los personajes se mueven con una vitalidad, leyes, y atmósfera propias. En sus novelas refleja su profunda implicación en la causa de la pobreza y la injusticia en que viven determinadas clases sociales inglesas. El crimen y las situaciones de desigualdad parece que no pueden ser mejoradas mediante los movimientos reformistas o los cambios legislativos, dichas modificaciones semejan proceder solo del impulso individual, una especie de retorno a la picaresca hispánica donde la salvación del héroe está solo en su capacidad de supervivencia.
Dickens tiene que trabajar desde muy joven debido a la precaria situación económica de su familia. Su primer éxito literario le llega con Las aventuras de Pickwick. Realiza numerosos viajes y se casa; tras su separación sufre un aparatoso accidente que lo deja parcialmente inválido. Sus tres grandes novelas son : Oliver Twist (1837-1839), David Copperfield(1849-1850) y Grandes esperanzas (1860-1861).
Oliver Twist nos narra la historia de un huérfano que tras pasar por innumerables penurias logra realizarse como persona. Esta novela es un cuadro perfecto de la sociedad victoriana, donde se ensalzan las virtudes de la vida rural frente a la urbana, esta última dominada por la prostitución, el crimen, la delincuencia y la marginación. 
David Copperfield describe la precaria situación de los niños en Inglaterra donde el protagonista logra superar la terrible experiencia de los internados para construirse un futuro como escritor.
En Grandes esperanzas el protagonista también es un huérfano educado por su hermana. Un golpe afortunado en la vida permite al protagonista, Pip, recibir una esmerada educación y heredar una inmensa fortuna. Reniega de su anterior posición y de sus antiguos amigos para conquistar a su antes inalcanzable dama. Cuando descubre quién ha sido el que ha propiciado ese cambio de rumbo en su vida, sus ilusiones y esperanzas se diluyen regresando a su casa más maduro.
Las hermanas Brontë.
Hijas de un pastor anglicano, su vida estuvo condicionada por la estricta disciplina a la que las sometió su padre. La literatura es una vía de escape a través de la ensoñación y la imaginación. Emily y Anne inventaron un país imaginario, Gondal, en el que se desarrollan algunas de sus historias. Cumbres borrascosas es la obra más destacada de Emily; es una novela de clara influencia romántica, concretamente del romanticismo alemán. Jane Eyre es una novela que publica Charlotte en 1847, el mismo año en que aparece la novela de su hermana Emily. Jane Eyre es la imagen de una antiheroína que ni es bella ni rica y que solo posee como arma la inteligencia para desenvolverse en un mundo dominado por los varones, una sociedad estancada y poco propicia a los cambios que hagan destacar a la figura femenina.
Lewis Carroll. (1832-1898)
Bajo este pseudónimo se esconde Charles Dodgson, un matemático que revela en sus obras su interés por la lógica y el sentido. Somete al lector no solo a la experiencia de mundos imaginarios dotados de gran vitalidad y elementos fantásticos, sino a la subversión de la realidad lógica, así como a un atrayente juego con el lenguaje. Estos elementos son claramente apreciables en su obra más conocida: Las aventuras de Alicia en el País de las Maravillas y A través del espejo.

Literatura española
Los máximos exponentes de la novela realista española son Benito Pérez Galdós (Fortunata y Jacinta, Los episodios nacionales…) y Leopoldo Alas Clarín (La Regenta). Este último, junto a Vicente Blasco Ibáñez, participa de rasgos del Naturalismo. 

Literatura norteamericana Cuando la novela se instala en los Estados Unidos este es un país aún en fase de construcción, la inmensidad de sus paisajes invita más a la descripción que la narración de historias con protagonistas bien definidos. La novela de carácter europeo no se adapta bien a la realidad de lo norteamericano, por ello las narraciones serán menos sociales que las europeas y más dedicadas a lo trascendental que a la observación de la realidad contemporánea.
Hermann Melville. (1819-1881)
Tras diversos trabajos acaba como empleado en varios barcos con los que recorre el Pacífico. Esta experiencia marinera la plasmará en su obra. Su novela más conocida es Moby Dick. Se desarrolla en el limitado espacio de un ballenero.  En tan reducido universo narrativo como es el barco, Melville traza la caracterización de los diversos personajes y mezcla el argumento de persecución obsesiva de la ballena blanca con las reflexiones del narrador y una riquísima referencia a la historia, la literatura occidental, la mitología, la ciencia y la filosofía. En el trasfondo de la obra descansa la perenne intención del hombre por dominar a la naturaleza.
Marc Twain. (1835-1910)
Trabajó en diversos lugares y oficios: conductor de paquebote en el río Misisipí, buscador de oro o corresponsal de prensa en Europa. Escritor con grandes dotes humorísticas, las manifiesta destacadamente en dos novelas: Las aventuras de Tom Sawyer (1876) y Las aventuras de Huckleberry Finn (1885). Describe nítidamente las costumbres de los estados sureños del casi incógnito oeste, así como la sociedad norteamericana afincada en ellos, igualmente refleja la lengua inglesa de esos lugares.

      Stendhal → “La novela: espejo que se pasea por un camino real. Tan pronto refleja el cielo azul como el fango de los cenagales del camino. El hombre que lleva el espejo será acusado por vosotros de inmoral. ¡El espejo refleja el fango y acusáis al espejo! Acusad más bien a la
carretera en que está el cenagal, o mejor aún, al inspector de caminos, que permite que el agua se encharque y lo forme”.

martes, 12 de marzo de 2013

El gato negro

El gato negro
Edgar Allan Poe

No espero ni pido que alguien crea en el extraño aunque simple relato que me dispongo a escribir. Loco estaría si lo esperara, cuando mis sentidos rechazan su propia evidencia. Pero no estoy loco y sé muy bien que esto no es un sueño. Mañana voy a morir y quisiera aliviar hoy mi alma. Mi propósito inmediato consiste en poner de manifiesto, simple, sucintamente y sin comentarios, una serie de episodios domésticos. Las consecuencias de esos episodios me han aterrorizado, me han torturado y, por fin, me han destruido. Pero no intentaré explicarlos. Si para mí han sido horribles, para otros resultarán menos espantosos que barrocos. Más adelante, tal vez, aparecerá alguien cuya inteligencia reduzca mis fantasmas a lugares comunes; una inteligencia más serena, más lógica y mucho menos excitable que la mía, capaz de ver en las circunstancias que temerosamente describiré, una vulgar sucesión de causas y efectos naturales.
Desde la infancia me destaqué por la docilidad y bondad de mi carácter. La ternura que abrigaba mi corazón era tan grande que llegaba a convertirme en objeto de burla para mis compañeros. Me gustaban especialmente los animales, y mis padres me permitían tener una gran variedad. Pasaba a su lado la mayor parte del tiempo, y jamás me sentía más feliz que cuando les daba de comer y los acariciaba. Este rasgo de mi carácter creció conmigo y, cuando llegué a la virilidad, se convirtió en una de mis principales fuentes de placer. Aquellos que alguna vez han experimentado cariño hacia un perro fiel y sagaz no necesitan que me moleste en explicarles la naturaleza o la intensidad de la retribución que recibía. Hay algo en el generoso y abnegado amor de un animal que llega directamente al corazón de aquel que con frecuencia ha probado la falsa amistad y la frágil fidelidad del hombre.

Me casé joven y tuve la alegría de que mi esposa compartiera mis preferencias. Al observar mi gusto por los animales domésticos, no perdía oportunidad de procurarme los más agradables de entre ellos. Teníamos pájaros, peces de colores, un hermoso perro, conejos, un monito y un gato.

Este último era un animal de notable tamaño y hermosura, completamente negro y de una sagacidad asombrosa. Al referirse a su inteligencia, mi mujer, que en el fondo era no poco supersticiosa, aludía con frecuencia a la antigua creencia popular de que todos los gatos negros son brujas metamorfoseadas. No quiero decir que lo creyera seriamente, y sólo menciono la cosa porque acabo de recordarla.

Plutón -tal era el nombre del gato- se había convertido en mi favorito y mi camarada. Sólo yo le daba de comer y él me seguía por todas partes en casa. Me costaba mucho impedir que anduviera tras de mí en la calle.

Nuestra amistad duró así varios años, en el curso de los cuales (enrojezco al confesarlo) mi temperamento y mi carácter se alteraron radicalmente por culpa del demonio. Intemperancia. Día a día me fui volviendo más melancólico, irritable e indiferente hacia los sentimientos ajenos. Llegué, incluso, a hablar descomedidamente a mi mujer y terminé por infligirle violencias personales. Mis favoritos, claro está, sintieron igualmente el cambio de mi carácter. No sólo los descuidaba, sino que llegué a hacerles daño. Hacia Plutón, sin embargo, conservé suficiente consideración como para abstenerme de maltratarlo, cosa que hacía con los conejos, el mono y hasta el perro cuando, por casualidad o movidos por el afecto, se cruzaban en mi camino. Mi enfermedad, empero, se agravaba -pues, ¿qué enfermedad es comparable al alcohol?-, y finalmente el mismo Plutón, que ya estaba viejo y, por tanto, algo enojadizo, empezó a sufrir las consecuencias de mi mal humor.

Una noche en que volvía a casa completamente embriagado, después de una de mis correrías por la ciudad, me pareció que el gato evitaba mi presencia. Lo alcé en brazos, pero, asustado por mi violencia, me mordió ligeramente en la mano. Al punto se apoderó de mí una furia demoníaca y ya no supe lo que hacía. Fue como si la raíz de mi alma se separara de golpe de mi cuerpo; una maldad más que diabólica, alimentada por la ginebra, estremeció cada fibra de mi ser. Sacando del bolsillo del chaleco un cortaplumas, lo abrí mientras sujetaba al pobre animal por el pescuezo y, deliberadamente, le hice saltar un ojo. Enrojezco, me abraso, tiemblo mientras escribo tan condenable atrocidad.

Cuando la razón retornó con la mañana, cuando hube disipado en el sueño los vapores de la orgía nocturna, sentí que el horror se mezclaba con el remordimiento ante el crimen cometido; pero mi sentimiento era débil y ambiguo, no alcanzaba a interesar al alma. Una vez más me hundí en los excesos y muy pronto ahogué en vino los recuerdos de lo sucedido.

El gato, entretanto, mejoraba poco a poco. Cierto que la órbita donde faltaba el ojo presentaba un horrible aspecto, pero el animal no parecía sufrir ya. Se paseaba, como de costumbre, por la casa, aunque, como es de imaginar, huía aterrorizado al verme. Me quedaba aún bastante de mi antigua manera de ser para sentirme agraviado por la evidente antipatía de un animal que alguna vez me había querido tanto. Pero ese sentimiento no tardó en ceder paso a la irritación. Y entonces, para mi caída final e irrevocable, se presentó el espíritu de la perversidad. La filosofía no tiene en cuenta a este espíritu; y, sin embargo, tan seguro estoy de que mi alma existe como de que la perversidad es uno de los impulsos primordiales del corazón humano, una de las facultades primarias indivisibles, uno de esos sentimientos que dirigen el carácter del hombre. ¿Quién no se ha sorprendido a sí mismo cien veces en momentos en que cometía una acción tonta o malvada por la simple razón de que no debía cometerla? ¿No hay en nosotros una tendencia permanente, que enfrenta descaradamente al buen sentido, una tendencia a transgredir lo que constituye la Ley por el solo hecho de serlo? Este espíritu de perversidad se presentó, como he dicho, en mi caída final. Y el insondable anhelo que tenía mi alma de vejarse a sí misma, de violentar su propia naturaleza, de hacer mal por el mal mismo, me incitó a continuar y, finalmente, a consumar el suplicio que había infligido a la inocente bestia. Una mañana, obrando a sangre fría, le pasé un lazo por el pescuezo y lo ahorqué en la rama de un árbol; lo ahorqué mientras las lágrimas manaban de mis ojos y el más amargo remordimiento me apretaba el corazón; lo ahorqué porque recordaba que me había querido y porque estaba seguro de que no me había dado motivo para matarlo; lo ahorqué porque sabía que, al hacerlo, cometía un pecado, un pecado mortal que comprometería mi alma hasta llevarla -si ello fuera posible- más allá del alcance de la infinita misericordia del Dios más misericordioso y más terrible.

La noche de aquel mismo día en que cometí tan cruel acción me despertaron gritos de: "¡Incendio!" Las cortinas de mi cama eran una llama viva y toda la casa estaba ardiendo. Con gran dificultad pudimos escapar de la conflagración mi mujer, un sirviente y yo. Todo quedó destruido. Mis bienes terrenales se perdieron y desde ese momento tuve que resignarme a la desesperanza.

No incurriré en la debilidad de establecer una relación de causa y efecto entre el desastre y mi criminal acción. Pero estoy detallando una cadena de hechos y no quiero dejar ningún eslabón incompleto. Al día siguiente del incendio acudí a visitar las ruinas. Salvo una, las paredes se habían desplomado. La que quedaba en pie era un tabique divisorio de poco espesor, situado en el centro de la casa, y contra el cual se apoyaba antes la cabecera de mi lecho. El enlucido había quedado a salvo de la acción del fuego, cosa que atribuí a su reciente aplicación. Una densa muchedumbre habíase reunido frente a la pared y varias personas parecían examinar parte de la misma con gran atención y detalle. Las palabras "¡extraño!, ¡curioso!" y otras similares excitaron mi curiosidad. Al aproximarme vi que en la blanca superficie, grabada como un bajorrelieve, aparecía la imagen de un gigantesco gato. El contorno tenía una nitidez verdaderamente maravillosa. Había una soga alrededor del pescuezo del animal.

Al descubrir esta aparición -ya que no podía considerarla otra cosa- me sentí dominado por el asombro y el terror. Pero la reflexión vino luego en mi ayuda. Recordé que había ahorcado al gato en un jardín contiguo a la casa. Al producirse la alarma del incendio, la multitud había invadido inmediatamente el jardín: alguien debió de cortar la soga y tirar al gato en mi habitación por la ventana abierta. Sin duda, habían tratado de despertarme en esa forma. Probablemente la caída de las paredes comprimió a la víctima de mi crueldad contra el enlucido recién aplicado, cuya cal, junto con la acción de las llamas y el amoniaco del cadáver, produjo la imagen que acababa de ver.

Si bien en esta forma quedó satisfecha mi razón, ya que no mi conciencia, sobre el extraño episodio, lo ocurrido impresionó profundamente mi imaginación. Durante muchos meses no pude librarme del fantasma del gato, y en todo ese tiempo dominó mi espíritu un sentimiento informe que se parecía, sin serlo, al remordimiento. Llegué al punto de lamentar la pérdida del animal y buscar, en los viles antros que habitualmente frecuentaba, algún otro de la misma especie y apariencia que pudiera ocupar su lugar.

Una noche en que, borracho a medias, me hallaba en una taberna más que infame, reclamó mi atención algo negro posado sobre uno de los enormes toneles de ginebra que constituían el principal moblaje del lugar. Durante algunos minutos había estado mirando dicho tonel y me sorprendió no haber advertido antes la presencia de la mancha negra en lo alto. Me aproximé y la toqué con la mano. Era un gato negro muy grande, tan grande como Plutón y absolutamente igual a éste, salvo un detalle. Plutón no tenía el menor pelo blanco en el cuerpo, mientras este gato mostraba una vasta aunque indefinida mancha blanca que le cubría casi todo el pecho.

Al sentirse acariciado se enderezó prontamente, ronroneando con fuerza, se frotó contra mi mano y pareció encantado de mis atenciones. Acababa, pues, de encontrar el animal que precisamente andaba buscando. De inmediato, propuse su compra al tabernero, pero me contestó que el animal no era suyo y que jamás lo había visto antes ni sabía nada de él.

Continué acariciando al gato y, cuando me disponía a volver a casa, el animal pareció dispuesto a acompañarme. Le permití que lo hiciera, deteniéndome una y otra vez para inclinarme y acariciarlo. Cuando estuvo en casa, se acostumbró a ella de inmediato y se convirtió en el gran favorito de mi mujer.

Por mi parte, pronto sentí nacer en mí una antipatía hacia aquel animal. Era exactamente lo contrario de lo que había anticipado, pero -sin que pueda decir cómo ni por qué- su marcado cariño por mí me disgustaba y me fatigaba. Gradualmente, el sentimiento de disgusto y fatiga creció hasta alcanzar la amargura del odio. Evitaba encontrarme con el animal; un resto de vergüenza y el recuerdo de mi crueldad de antaño me vedaban maltratarlo. Durante algunas semanas me abstuve de pegarle o de hacerlo víctima de cualquier violencia; pero gradualmente -muy gradualmente- llegué a mirarlo con inexpresable odio y a huir en silencio de su detestable presencia, como si fuera una emanación de la peste.

Lo que, sin duda, contribuyó a aumentar mi odio fue descubrir, a la mañana siguiente de haberlo traído a casa, que aquel gato, igual que Plutón, era tuerto. Esta circunstancia fue precisamente la que lo hizo más grato a mi mujer, quien, como ya dije, poseía en alto grado esos sentimientos humanitarios que alguna vez habían sido mi rasgo distintivo y la fuente de mis placeres más simples y más puros.

El cariño del gato por mí parecía aumentar en el mismo grado que mi aversión. Seguía mis pasos con una pertinencia que me costaría hacer entender al lector. Dondequiera que me sentara venía a ovillarse bajo mi silla o saltaba a mis rodillas, prodigándome sus odiosas caricias. Si echaba a caminar, se metía entre mis pies, amenazando con hacerme caer, o bien clavaba sus largas y afiladas uñas en mis ropas, para poder trepar hasta mi pecho. En esos momentos, aunque ansiaba aniquilarlo de un solo golpe, me sentía paralizado por el recuerdo de mi primer crimen, pero sobre todo -quiero confesarlo ahora mismo- por un espantoso temor al animal.

Aquel temor no era precisamente miedo de un mal físico y, sin embargo, me sería imposible definirlo de otra manera. Me siento casi avergonzado de reconocer, sí, aún en esta celda de criminales me siento casi avergonzado de reconocer que el terror, el espanto que aquel animal me inspiraba, era intensificado por una de las más insensatas quimeras que sería dado concebir. Más de una vez mi mujer me había llamado la atención sobre la forma de la mancha blanca de la cual ya he hablado, y que constituía la única diferencia entre el extraño animal y el que yo había matado. El lector recordará que esta mancha, aunque grande, me había parecido al principio de forma indefinida; pero gradualmente, de manera tan imperceptible que mi razón luchó durante largo tiempo por rechazarla como fantástica, la mancha fue asumiendo un contorno de rigurosa precisión. Representaba ahora algo que me estremezco al nombrar, y por ello odiaba, temía y hubiera querido librarme del monstruo si hubiese sido capaz de atreverme; representaba, digo, la imagen de una cosa atroz, siniestra..., ¡la imagen del patíbulo! ¡Oh lúgubre y terrible máquina del horror y del crimen, de la agonía y de la muerte!

Me sentí entonces más miserable que todas las miserias humanas. ¡Pensar que una bestia, cuyo semejante había yo destruido desdeñosamente, una bestia era capaz de producir tan insoportable angustia en un hombre creado a imagen y semejanza de Dios! ¡Ay, ni de día ni de noche pude ya gozar de la bendición del reposo! De día, aquella criatura no me dejaba un instante solo; de noche, despertaba hora a hora de los más horrorosos sueños, para sentir el ardiente aliento de la cosa en mi rostro y su terrible peso -pesadilla encarnada de la que no me era posible desprenderme- apoyado eternamente sobre mi corazón.

Bajo el agobio de tormentos semejantes, sucumbió en mí lo poco que me quedaba de bueno. Sólo los malos pensamientos disfrutaban ya de mi intimidad; los más tenebrosos, los más perversos pensamientos. La melancolía habitual de mi humor creció hasta convertirse en aborrecimiento de todo lo que me rodeaba y de la entera humanidad; y mi pobre mujer, que de nada se quejaba, llegó a ser la habitual y paciente víctima de los repentinos y frecuentes arrebatos de ciega cólera a que me abandonaba.

Cierto día, para cumplir una tarea doméstica, me acompañó al sótano de la vieja casa donde nuestra pobreza nos obligaba a vivir. El gato me siguió mientras bajaba la empinada escalera y estuvo a punto de tirarme cabeza abajo, lo cual me exasperó hasta la locura. Alzando un hacha y olvidando en mi rabia los pueriles temores que hasta entonces habían detenido mi mano, descargué un golpe que hubiera matado instantáneamente al animal de haberlo alcanzado. Pero la mano de mi mujer detuvo su trayectoria. Entonces, llevado por su intervención a una rabia más que demoníaca, me zafé de su abrazo y le hundí el hacha en la cabeza. Sin un solo quejido, cayó muerta a mis pies.

Cumplido este espantoso asesinato, me entregué al punto y con toda sangre fría a la tarea de ocultar el cadáver. Sabía que era imposible sacarlo de casa, tanto de día como de noche, sin correr el riesgo de que algún vecino me observara. Diversos proyectos cruzaron mi mente. Por un momento pensé en descuartizar el cuerpo y quemar los pedazos. Luego se me ocurrió cavar una tumba en el piso del sótano. Pensé también si no convenía arrojar el cuerpo al pozo del patio o meterlo en un cajón, como si se tratara de una mercadería común, y llamar a un mozo de cordel para que lo retirara de casa. Pero, al fin, di con lo que me pareció el mejor expediente y decidí emparedar el cadáver en el sótano, tal como se dice que los monjes de la Edad Media emparedaban a sus víctimas.

El sótano se adaptaba bien a este propósito. Sus muros eran de material poco resistente y estaban recién revocados con un mortero ordinario, que la humedad de la atmósfera no había dejado endurecer. Además, en una de las paredes se veía la saliencia de una falsa chimenea, la cual había sido rellenada y tratada de manera semejante al resto del sótano. Sin lugar a dudas, sería muy fácil sacar los ladrillos en esa parte, introducir el cadáver y tapar el agujero como antes, de manera que ninguna mirada pudiese descubrir algo sospechoso.

No me equivocaba en mis cálculos. Fácilmente saqué los ladrillos con ayuda de una palanca y, luego de colocar cuidadosamente el cuerpo contra la pared interna, lo mantuve en esa posición mientras aplicaba de nuevo la mampostería en su forma original. Después de procurarme argamasa, arena y cerda, preparé un enlucido que no se distinguía del anterior y revoqué cuidadosamente el nuevo enladrillado. Concluida la tarea, me sentí seguro de que todo estaba bien. La pared no mostraba la menor señal de haber sido tocada. Había barrido hasta el menor fragmento de material suelto. Miré en torno, triunfante, y me dije: "Aquí, por lo menos, no he trabajado en vano".

Mi paso siguiente consistió en buscar a la bestia causante de tanta desgracia, pues al final me había decidido a matarla. Si en aquel momento el gato hubiera surgido ante mí, su destino habría quedado sellado, pero, por lo visto, el astuto animal, alarmado por la violencia de mi primer acceso de cólera, se cuidaba de aparecer mientras no cambiara mi humor. Imposible describir o imaginar el profundo, el maravilloso alivio que la ausencia de la detestada criatura trajo a mi pecho. No se presentó aquella noche, y así, por primera vez desde su llegada a la casa, pude dormir profunda y tranquilamente; sí, pude dormir, aun con el peso del crimen sobre mi alma.

Pasaron el segundo y el tercer día y mi atormentador no volvía. Una vez más respiré como un hombre libre. ¡Aterrado, el monstruo había huido de casa para siempre! ¡Ya no volvería a contemplarlo! Gozaba de una suprema felicidad, y la culpa de mi negra acción me preocupaba muy poco. Se practicaron algunas averiguaciones, a las que no me costó mucho responder. Incluso hubo una perquisición en la casa; pero, naturalmente, no se descubrió nada. Mi tranquilidad futura me parecía asegurada.

Al cuarto día del asesinato, un grupo de policías se presentó inesperadamente y procedió a una nueva y rigurosa inspección. Convencido de que mi escondrijo era impenetrable, no sentí la más leve inquietud. Los oficiales me pidieron que los acompañara en su examen. No dejaron hueco ni rincón sin revisar. Al final, por tercera o cuarta vez, bajaron al sótano. Los seguí sin que me temblara un solo músculo. Mi corazón latía tranquilamente, como el de aquel que duerme en la inocencia. Me paseé de un lado al otro del sótano. Había cruzado los brazos sobre el pecho y andaba tranquilamente de aquí para allá. Los policías estaban completamente satisfechos y se disponían a marcharse. La alegría de mi corazón era demasiado grande para reprimirla. Ardía en deseos de decirles, por lo menos, una palabra como prueba de triunfo y confirmar doblemente mi inocencia.

-Caballeros -dije, por fin, cuando el grupo subía la escalera-, me alegro mucho de haber disipado sus sospechas. Les deseo felicidad y un poco más de cortesía. Dicho sea de paso, caballeros, esta casa está muy bien construida... (En mi frenético deseo de decir alguna cosa con naturalidad, casi no me daba cuenta de mis palabras). Repito que es una casa de excelente construcción. Estas paredes... ¿ya se marchan ustedes, caballeros?... tienen una gran solidez.

Y entonces, arrastrado por mis propias bravatas, golpeé fuertemente con el bastón que llevaba en la mano sobre la pared del enladrillado tras de la cual se hallaba el cadáver de la esposa de mi corazón.

¡Que Dios me proteja y me libre de las garras del archidemonio! Apenas había cesado el eco de mis golpes cuando una voz respondió desde dentro de la tumba. Un quejido, sordo y entrecortado al comienzo, semejante al sollozar de un niño, que luego creció rápidamente hasta convertirse en un largo, agudo y continuo alarido, anormal, como inhumano, un aullido, un clamor de lamentación, mitad de horror, mitad de triunfo, como sólo puede haber brotado en el infierno de la garganta de los condenados en su agonía y de los demonios exultantes en la condenación.

Hablar de lo que pensé en ese momento sería locura. Presa de vértigo, fui tambaleándome hasta la pared opuesta. Por un instante el grupo de hombres en la escalera quedó paralizado por el terror. Luego, una docena de robustos brazos atacaron la pared, que cayó de una pieza. El cadáver, ya muy corrompido y manchado de sangre coagulada, apareció de pie ante los ojos de los espectadores. Sobre su cabeza, con la roja boca abierta y el único ojo como de fuego, estaba agazapada la horrible bestia cuya astucia me había inducido al asesinato y cuya voz delatadora me entregaba al verdugo. ¡Había emparedado al monstruo en la tumba!

   

Romanticismo Europeo: vídeos

Os propongo que veáis estos vídeos que os permiten repasar o ampliar lo comentado en clase.
Los dos primeros corresponden a una introducción general .
El tercero os acerca a la obra de uno de los pintores más significativos del movimiento: David Caspar Friedrich.
El último se centra en el Romanticismo musical.