jueves, 17 de noviembre de 2011

La versión de Eco y Narciso en las Metamorfosis

MetamorfosisUno de los episodios más hermosos de Metamorfosis es el de la historia de Eco y Narciso.


En la mitología griega, Narciso  era un joven conocido por su gran belleza. Acerca de su mito perduran varias versiones; en la de Virgilio, su historia se entrelaza por primera vez con la de Eco y se relaciona con  la profecía de Tiresias.


A continuación tenéis un extracto de los versos dedicados a estos personajes (Libro Tercero de Las metamorfosis). Comprobaréis que la versión en prosa que hemos leído en clase ( la edición de Clásicos adaptados de Vicens Vives) es, lógicamente,  bastante más fácil de seguir.


Y como una muestra más de que las historias míticas tienen un valor atemporal y se vuelve a ellas continuamente, escuchad la canción con la que Christina Rosenvinge retoma y actualiza musicalmente la historia de estos dos personajes.


youtube.com/watch?v=7uk4KiET2XE&feature=related
Espero vuestros comentarios sobre la versión de esta cantautora madrileña





Narciso y Eco (Libro III)



Él, por las aonias ciudades, por su fama celebradísimo, 
 irreprochables daba al pueblo que las pedía sus respuestas. 
La primera, de su voz, por su cumplimiento ratificada, hizo la comprobación 
la azul Liríope, a la que un día en su corriente curva 
estrechó, y encerrada el Cefiso en sus ondas 
fuerza le hizo. Expulsó de su útero pleno bellísima 
 un pequeño la ninfa, ya entonces que podría ser amado, 
y Narciso lo llama, del cual consultado si habría 
los tiempos largos de ver de una madura senectud, 
el fatídico vate: “Si a sí no se conociera”, dijo. /…/

Pues a su tercer quinquenio un año el Cefisio 
había añadido y pudiera un muchacho como un joven parecer. 
Muchos jóvenes a él, muchas muchachas lo desearon. 
Pero -hubo en su tierna hermosura tan dura soberbia- 
 ninguno a él, de los jóvenes, ninguna lo conmovió, de las muchachas. 

Lo contempla a él, cuando temblorosos azuzaba a las redes a unos ciervos, 
la vocal nifa, la que ni a callar ante quien habla, 
ni primero ella a hablar había aprendido, la resonante Eco. 
Un cuerpo todavía Eco, no voz era, y aun así, un uso, 
 gárrula, no distinto de su boca que ahora tiene tenía: 
que devolver, de las muchas, las palabras postreras pudiese. 
Había hecho esto Juno, porque, cuando sorpender pudiese 
bajo el Júpiter suyo muchas veces a ninfas en el monte yaciendo, 
ella a la diosa, prudente, con un largo discurso retenía 
 mientras huyeran las ninfas./…/
 
Así pues, cuando a Narciso, que por desviados campos vagaba, 
vio y se encendió, sigue sus huellas furtivamente, 
y mientras más le sigue, con una llama más cercana se enciende /…/

 Oh cuántas veces quiso con blandas palabras acercársele 
y dirigirle tiernas súplicas. Su naturaleza en contra pugna, 
y no permite que empiece; pero, lo que permite, ella dispuesta está 
a esperar sonidos a los que sus palabras remita. 

Por azar el muchacho, del grupo fiel de sus compañeros apartado 
 había dicho: “¿Alguien hay?”, y “hay”, había respondido Eco. 
Él quédase suspendido y cuando su penetrante vista a todas partes dirige, 
con voz grande: “Ven”, clama; llama ella a aquel que llama. 
Vuelve la vista y, de nuevo, nadie al venir: “¿Por qué”, dice, 
“me huyes?”, y tantas, cuantas dijo, palabras recibe. 
 Persiste y, engañado de la alterna voz por la imagen: 
“Aquí unámonos”, dice, y ella, que con más gusto nunca 
respondería a ningún sonido: “Unámonos”, respondió Eco, 
y las palabras secunda ella suyas, y saliendo del bosque 
caminaba para echar sus brazos al esperado cuello. 
Él huye, y al huir: “¡Tus manos de mis abrazos quita! 
Antes”, dice, “pereceré, de que tú dispongas de nos.” 
Repite ella nada sino: “tú dispongas de nos.” 

Despreciada se esconde en las espesuras, y pudibunda con frondas su cara 
protege, y solas desde aquello vive en las cavernas. 
. Pero, aun así, prendido tiene el amor, y crece por el dolor del rechazo, 
y atenúan, vigilantes, su cuerpo desgraciado las ansias, 
y contrae su piel la delgadez y al aire el jugo 
todo de su cuerpo se marcha; voz tan solo y huesos restan: 
la voz queda, los huesos cuentan que de la piedra cogieron la figura. 

 Desde entonces se esconde en las espesuras y por nadie en el monte es vista, 
por todos oída es: el sonido es el que vive en ella.
Así a ésta, así a las otras, ninfas en las ondas o en los montes 
originadas, había burlado él, así las uniones antes masculinas. 
De ahí las manos uno, desdeñado, al éter levantando: 
 “Que así aunque ame él, así no posea lo que ha amado.” 
Había dicho. Asintió a esas súplicas la Ramnusia, justas. 
Un manantial había impoluto, de nítidas ondas argénteo, 
que ni los pastores ni sus cabritas pastadas en el monte 
habían tocado, u otro ganado, que ningún ave 
 ni fiera había turbado ni caída de su árbol una rama;/…/ 

Aquí el muchacho, del esfuerzo de cazar cansado y del calor, 
se postró, por la belleza del lugar y por el manantial llevado, 
 y mientras su sed sedar desea, sed otra le creció, 
y mientras bebe, al verla, arrebatado por la imagen de su hermosura, 
una esperanza sin cuerpo ama: cuerpo cree ser lo que onda es. 
Quédase suspendido él de sí mismo y, inmóvil con el rostro mismo, 
queda prendido, como de pario mármol formada una estatua. 
Contempla, en el suelo echado, una geminada -sus luces- estrella, 
y dignos de Baco, dignos también de Apolo unos cabellos, 
y unas impúberas mejillas, y el marfileño cuello, y el decor
de la boca y en el níveo candor mezclado un rubor, 
y todas las cosas admira por las que es admirable él. 

 A sí se desea, imprudente, y el que aprueba, él mismo apruébase, 
y mientras busca búscase, y al par enciende y arde. 
Cuántas veces, inútiles, dio besos al falaz manantial. 
En mitad de ellas visto, cuántas veces sus brazos que coger intentaban 
su cuello sumergió en las aguas, y no se atrapó en ellas. 
 Qué vea no sabe, pero lo que ve, se abrasa en ello, 
y a sus ojos el mismo error que los engaña los incita. 
Crédulo, ¿por qué en vano unas apariencias fugaces coger intentas? 
Lo que buscas está en ninguna parte, lo que amas, vuélvete: lo pierdes. 
Ésa que ves, de una reverberada imagen la sombra es: 
 nada tiene ella de sí. Contigo llega y se queda, 
contigo se retirará, si tú retirarte puedas. 
No a él de Ceres, no a él cuidado de descanso 
abstraerlo de ahí puede, sino que en la opaca hierba derramado 
contempla con no colmada luz la mendaz forma 
 y por los ojos muere él suyos, y un poco alzándose, 
a las circunstantes espesuras tendiendo sus brazos: 
“¿Es que alguien, oh espesuras, más cruelmente”, dijo, “ha amado? /…/
Me place, y lo veo, pero lo que veo y me place, 
no, aun así, hallo: tan gran error tiene al amante. /…/ 
Quien quiera que eres, aquí sal, ¿por qué, muchacho único, me engañas, 
 o a dónde, buscado, marchas? Ciertamente ni una figura ni una edad 
es la mía de la que huyas, y me amaron a mí también ninfas. 
Una esperanza no sé cuál con rostro prometes amigo, 
y cuando yo he acercado a ti los brazos, los acercas de grado, 
cuando he reído sonríes; lágrimas también a menudo he notado 
 yo al llorar tuyas; asintiendo también señas remites 
y, cuanto por el movimiento de tu hermosa boca sospecho, 
palabras contestas que a los oídos no llegan nuestros… 
Éste yo soy. Lo he sentido, y no me engaña a mí imagen mía: 
me abraso en amor de mí, llamas muevo y llamas llevo. 
 ¿Qué he de hacer? ¿Sea yo rogado o ruegue? ¿Qué desde ahora rogaré? 
Lo que deseo conmigo está: pobre a mí mi provisión me hace. 
Oh, ojalá de nuestro cuerpo separarme yo pudiera, 
voto en un amante nuevo: quisiera que lo que amamos estuviera ausente… 
Y ya el dolor de fuerzas me priva y no tiempos a la vida 
 mía largos restan, y en lo primero me extingo de mi tiempo, 
y no para mí la muerte grave es, que he de dejar con la muerte los dolores. 
Éste, el que es querido, quisiera más duradero fuese. 
Ahora dos, concordes, en un aliento moriremos solo.” 
Dijo, y al rostro mismo regresó, mal sano, 
 y con lágrimas turbó las aguas, y oscura, movido
el lago, le devolvió su figura, la cual como viese marcharse: 
“¿A dónde rehúyes? Quédate y no a mí, cruel, tu amante, 
me abandona”, clamó. “Pueda yo, lo que tocar no es, 
contemplar, y a mi desgraciado furor dar alimento.” 

 Y mientras se duele, la ropa se sacó arriba desde la orilla 
y con marmóreas palmas se sacudió su desnudo pecho. 
Su pecho sacó, sacudido, de rosa un rubor, 
no de otro modo que las frutas suelen, que, cándidas en parte, 
en parte rojean, o como suele la uva en los varios racimos 
 llevar purpúreo, todavía no madura, un color. 
Lo cual una vez contempló, transparente de nuevo, en la onda, 
no lo soportó más allá, sino como consumirse, flavas, 
con un fuego leve las ceras, y las matutinas escarchas, 
el sol al templarlas, suelen, así, atenuado por el amor, 
 se diluye y poco a poco cárpese por su tapado fuego, 
y ni ya su color es el de, mezclado al rubor, candor, 
ni su vigor y sus fuerzas, y lo que ahora poco visto complacía, 
ni tampoco su cuerpo queda, un día el que amara Eco. 

La cual, aun así, cuando lo vio, aunque airada y memoriosa, 
 hondo se dolió, y cuantas veces el muchacho desgraciado: “ahay”, 
había dicho, ella con resonantes voces iteraba, “ahay.” 
Y cuando con las manos se había sacudido él los brazos suyos, 
ella también devolvía ese sonido, de golpe de duelo, mismo. 
La última voz fue ésta del que se contemplaba en la acostumbrada onda: 
 “Ay, en vano querido muchacho”, y tantas otras palabras 
remitió el lugar, y díchose adiós, “adiós” dice también Eco. 
Él su cabeza cansada en la verde hierba abajó, 
sus luces la muerte cerró, que admiraban de su dueño la figura. 
Entonces también, a sí, después que fue en la infierna sede recibido, 
 en la estigia agua se contemplaba. En duelo se golpearon sus hermanas 
las Náyades, y a su hermano depositaron sus cortados cabellos, 
en duelo se golpearon las Dríades: sus golpes asuena Eco. 
Y ya la pira y las agitadas antorchas y el féretro preparaban: 
en ninguna parte el cuerpo estaba; zafranada, en vez de cuerpo, una flor 
 encuentran, a la que hojas en su mitad ceñían blancas.



martes, 8 de noviembre de 2011

Mi interpretación del poema Ítaca, de Kavafis

Kavafis, en este poema, intenta explicar la verdadera esencia de la vida. Explica los diferentes procesos por los que pasan los humanos, y compara la vida con un viaje. Un viaje lleno de prejuicios y dificultades, pero al fin y al cabo hermoso si sabes apreciar los pequeños detalles y puedes sacar un lado positivo de cada una de las batallas que se juegan en la guerra de la vida. Un viaje en el que luchar es tu prioridad y vivir mil aventuras tu máxima recompensa. Para poder hacer más comprensible su visión de la vida se apoya en la obra de Homero, La Odisea.
Menciona a los lestrigones y a los cíclopes y los une a la idea de que todo está en la mente, si piensas que te van a ganar la batalla lo harán, si parecen más fuertes que tú y te asustas, finalmente acabarán venciéndote. De esta manera alude a los prejuicios y condicionamientos que se experimentan en la vida. Así también, une los largos años que estuvo Ulises deseando llegar a Ítaca, siendo este lugar de descanso, cariño y seguridad, con el tiempo que tarda el cuerpo y la mente en llegar a ese punto de estabilidad. Cada reto que te propone la vida es una de las aventuras de Ulises, de las que siempre aprende algo, de las que suma experiencia, conocimiento y sentimiento de superación y llega a Ítaca sintiéndose pleno.
Kavafis así, quiere “argumentar” y dar a entender que no tienes que buscar recompensas económicas y materiales, y que la vida con dificultades te acaba premiando con cada uno de los valores que se suman en ti en cada hazaña. De esta forma llegarás a Ítaca sin ser rey, pero más afortunado que este.